¿Qué tienen en común Albert Einstein, Arthur Conan Doyle y Thomas Edison? Todos ellos fueron personajes aclamados por su intelecto.

Einstein encabezó la física moderna, Conan Doyle creó una brillante saga de ficción y Edison desarrolló la bombilla, así como más de 2 mil otras invenciones patentadas. Sin embargo, su coeficiente intelectual astronómico no es la única similitud. A pesar de su indiscutible inteligencia, los tres tenían creencias muy equivocadas sobre los principales aspectos de la vida.

Einstein pasó varios años demostrando sin éxito la gran teoría de la unificación de las leyes de la Física por seguir su intuición, Conan Doyle creía en las hadas y acudía cinco o seis veces por semana a una médium, y Thomas Edison se empeñó, tras fabricar la primera bombilla eléctrica, en hacer campaña contra la corriente alterna porque creía que la corriente continua tenía más futuro.

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Estos ejemplos y más anécdotas se recogen en el libro La trampa de la inteligencia: Por qué la gente inteligente hace tonterías y cómo evitarlo, en donde su autor David Robson, periodista inglés especializado en neurociencia y psicología, ofrece esclarecedoras respuestas a la siguiente pregunta: ¿Por qué las personas inteligentes hacen cosas estúpidas?

En este ensayo, el escritor, basándose en estudios científicos bien investigados, sintetiza conceptos de sociología, biología, educación, ciencia, filosofía y psicología, los ilustra con historias sobre personas famosas, e instruye sobre cómo ser más sabios de lo que somos sin importar nuestra inteligencia.

Qué es la trampa de la inteligencia

Imagen del fundador de Apple, Steve Jobs, quien pudo haber caído en la "trampa de la inteligencia", según el escritor David Robson.

Otro ejemplo que recoge el libro el texto es cómo Steve Jobs abordó el tratamiento de su cáncer de páncreas. Su biógrafo oficial, Walter Isaacson, reveló que durante nueve meses de 2004 (año en que fue descubierto su tumor neuroendocrino), Jobs, uno de los grandes genios del siglo XX, se había negado a operarse porque la intervención era demasiado “invasiva” y había decidido, en cambio, tratarse la enfermedad con sesiones de acupuntura, espiritistas y zumos naturales. Siete años después falleció.

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“¿Cómo pudo un hombre tan inteligente hacer algo tan estúpido?”, le preguntaron una vez a Isaacson. “Él creía que si ignoras algo, si no quieres que algo exista, hay un pensamiento mágico que lo elimina”, respondió.

En una entrevista con Diario El Mundo de España, David Robson explicó que Jobs fue víctima de la llamada trampa de la inteligencia, que es “un patrón de actitudes y comportamientos que lleva a las personas formadas e inteligentes a actuar de forma estúpida debido a su capacidad intelectual y no a pesar de ella”.

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“Se creen con la licencia para ignorar pruebas que cuestionan sus puntos de vista, lo que los lleva a tener una mente más cerrada, y utilizan su capacidad intelectual para justificar sus opiniones, incluso si están demostrablemente equivocados”, afirma.

Los errores más comunes que cometen las personas inteligentes

Robson, haciendo uso de las partes de un carro para explicar su teoría, considera que el cerebro es nuestro motor, la potencia bruta, pues mientras más fuerza tenga, te llevará más lejos y rápido; sin embargo, también se necesita otra equipación. “Necesita frenos, dirección y un GPS para seguir la ruta correcta. De lo contrario, podría acabar en un acantilado”, explica.

El psicólogo canadiense Keith Stanovich fue uno de los primeros en marcar diferencias entre racionalidad y los test de coeficiente intelectual. A partir del análisis de las pruebas de acceso a la Universidad, observó que las personas con notas más altas tenían en mayor grado que otras lo que llamó “un prejuicio de punto ciego”.

Es decir, que eran incapaces de ver sus propios defectos y se dejaban guiar por sus instintos, tal como sucedió con Steve Jobs.

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El ensayo de Robson atribuye ahora a ese sesgo no sólo infinidad de errores individuales, sino también lo hace con los peores accidentes en los últimos tiempos, como el desastre del transbordador Columbia en 2003.

“Cuando la trampa de la inteligencia pasa del plano individual a la gestión de grupos el problema es aún mayor”, alerta el periodista inglés.

“Ya sea para lograr mayor productividad o como resultado de la arrogancia, muchas compañías desalientan el pensamiento crítico y castigan a los empleados que plantean dudas. Y sabemos que una postura incuestionable y exenta de crítica puede ser una enorme fuente de errores. Este fenómeno se conoce como estupidez funcional: para buscar un rendimiento a corto plazo se pasan por alto riesgos potenciales que podrían tener consecuencias graves”, indica. (I)