A los 8 meses de edad, William James Sidis (1898-1944) aprendió a alimentarse solo; a los 18 meses estaba leyendo el New York Times y sabía deletrear muchas palabras en inglés. Aprendió griego a los 4 años. Y ese mismo año aprendió latín por su cuenta como regalo de cumpleaños para su padre. A los 6 aprendió lógica aristotélica y entre los cuatro y los ocho años escribió cuatro libros: dos de ellos sobre astronomía y anatomía. Otro contenía la gramática de un idioma llamado vendergood, una lengua inventada por él mismo y que nacía a partir del griego, latín, alemán y francés (hasta contenía casos gramaticales que inventó el propio William). Y esa fue solo la infancia de aquel neoyorquino, descendiente de ucranianos y judíos que desde pequeño comenzó a destacar por su talento e inteligencia, aunque no por sus habilidades sociales, incluyendo su etapa adulta.

Terminó la escuela primaria y secundaria rápidamente y sin muchos problemas, salvo algunos conflictos con sus maestros y compañeros de clase. Sus maestros se quejaban de que tenía dificultades para mantener la concentración. Como muchos otros niños brillantes antes y después de él, Sidis encontraba la clase poco interesante porque ya la sabía.

A los 9 estaba listo para entrar a la Universidad de Harvard, pero no lo aceptaron. Sidis pasó los siguientes dos años revisando las teorías de Albert Einstein en busca de errores y dominando idiomas extranjeros hasta que con 11 años de edad finalmente fue admitido en Harvard.

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Allí también se mantuvo alejado de los deportes debido a que su padre, Boris, los consideraba propio de bárbaros o del salvaje coliseo romano.

Aunque su biógrafa, Amy Wallace, sí rescata los apuntes encontrados en el diario de su madre y que explican el método que usaron sus padres para instruirlo a corta edad:

- Evite el castigo de todas las formas posibles: es la primera causa de miedo.

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- Trate de no decir “No”. En su lugar, explique por qué lo que dice es así.

- Despierte la curiosidad: es la clave del aprendizaje.

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- Nunca deje de responder y nunca posponga las preguntas de su hijo.

- Nunca obligue a su hijo a aprender ni juzgue su capacidad de aprender según los estándares de los adultos.

- Implantar ideas a la hora de acostarse, justo antes de dormir. Las sugerencias que se hagan entonces causarán una impresión sólida.

- Nunca mienta a su hijo ni use evasivas.

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- Abstenerse de lucirlo.

Esta última quizás sea la razón por la que al crecer, William prefirió escribir bajo varios seudónimos, como John W. Shattuck, Frank Folupa y Parker Greene y mantenerse alejado de la fama, aunque esta falta de reconocimiento directo también ha provocado que hoy algunos lo consideren un mito y no un personaje validado científicamente.

Su biografía lo compara además con Tesla, Kant, Da Vinci, Pitágoras y Platón en su decisión de mantenerse célibe. Hizo un juramento solemne de no casarse nunca debajo de un árbol. Llevó consigo la imagen del árbol como recordatorio.

Su conducta social lo mantuvo separado de las multitudes hasta que falleció a los 46 años, se presume que a causa de una hemorragia cerebral.

Fue su hermana Helena quien se esforzó por reconocerlo con el coeficiente intelectual más alto de la humanidad (entre 250 y 300).

Un prodigio de hoy

También en Estados Unidos, una historia recuerda, sin embargo, que el camino de los prodigios no debe ser siempre igual de oscuro como lo fue el de William James Sidis.

En la escuela primaria, Shahab Gharib siempre terminaba sus tareas antes que los compañeros. “Por eso pasaba tanto tiempo en las bibliotecas”, recuerda este adolescente de 13 años, nacido en una ciudad del sur de Alemania. Siendo aún pequeño se mudó con sus padres al estado de Florida, en la región meridional de Estados Unidos. En ese mismo país, estudia ahora en la Universidad Pace, en la ciudad de Nueva York, siendo uno de los estudiantes más jóvenes en la historia de la institución.

Shahab Gharib muestra orgulloso su credencial de estudiante universitario. El adolescente de 13 años es uno de los alumnos más jóvenes de la historia de la Pace University de Nueva York. Foto: Christina Horsten

“Todos los días llegaba a casa y decía: ‘Hoy he leído tres libros, hoy, cuatro’”. En primer grado se leyó todos los volúmenes de Harry Potter.

“Cuando me dijo que quería leer mis libros, le contesté: ‘No puedes, eres demasiado pequeño, estos libros tienen un lenguaje secreto’”, relata Bardia, el padre de Shahab.

“Claro que después aprendió a leer por sí mismo. Le enseñé algunos trucos para reconocer las letras, y unas semanas después comenzó a sacar los primeros libros de la estantería. Para entonces tenía unos tres años. No lo alenté, ni lo presioné; tampoco lo veía como algo especial”.

En cuarto grado, Shahab quedó entre los primeros mil candidatos en un examen estatal diseñado para niños que doblaban su edad. “Ahí me di cuenta de que el niño era algo extraordinario”, recuerda su padre. “Fue entonces cuando comenzamos a sentirnos realmente un poco orgullosos”.

Shahab se cambió a una escuela para superdotados, completó todas sus asignaturas con las mejores notas, realizó cursos adicionales en línea y finalmente terminó el bachillerato el año pasado, con 12.

Shahab tampoco puede explicar por qué es mucho más rápido académicamente que la mayoría de los otros niños: “Creo que gran parte es genética, simplemente tengo un padre y una madre inteligentes. Pero no sé, siempre me ha resultado fácil”. A la pregunta si hay algo en lo que no es tan bueno, responde: “No sé cantar una nota y no sé tocar un instrumento”.