Viajo en un bus con mis turistas rumbo al sitio arqueológico de Olimpia, en Grecia, la original, donde en el 778 BC se celebraron las primeras Olimpiadas.

Nuestra guía, Efterpi Perperi, narra cada detalle. Los Juegos Olímpicos eran parte de un festival religioso y se llevaban a cabo cada cuatro años. Ese intervalo era el sistema por el cual se calculaba el tiempo en la historia de la antigua Grecia. Las Olimpiadas eran tan importantes que incluso suspendían las guerras para que los deportistas pudieran entrenarse.

Al principio las competencias consistían solamente en carreras, y poco a poco se añadieron la jabalina, el salto largo, la lucha libre, entre otros deportes. Las Olimpiadas se llevaron a cabo en el mismo lugar por más de mil años, hasta que fueron abolidas en el 394 de nuestra era por el emperador bizantino Theodosius.

Publicidad

Efterpi describe la sociedad clásica griega con su atención por un cuerpo sano, hermoso, ejercitado. Las Olimpiadas contaban con reglas estrictas que condenaban trampas de cualquier tipo, o alimentos extraños que concedieran fuerzas sobrenaturales. Incluso se erigían estatuas a modo de escarmiento, dentro del complejo olímpico, de los jugadores que alguna vez hubieran roto normas. Todo organizado y muy griego.

Sin embargo, este orden y democracia nunca alcanzaría a las mujeres. No solo que estaban vetadas de participar de las competencias, ni siquiera podían asistir.

Vuelvo a preguntarme, por qué ese temor a la intervención femenina, que se sigue repitiendo siglo tras siglo y en cada país. Aparentemente las sociedades mejoran, y sin embargo, compruebo, en mi experiencia personal, laboral, y de conversaciones con amigas de diferentes partes del mundo, que para una mujer ocupar un cargo de liderazgo conlleva al menos el doble de esfuerzo.

Publicidad

Cuando una mujer intenta dirigir con firmeza es juzgada como “histérica”, palabra descontinuada y de origen oscuro, o “mandona”. En cambio, el hombre que impone, ese si es admirado como líder. Las percepciones de los otros sobre el hombre o la mujer que está a cargo siguen siendo influenciadas por siglos de machismo e injusticia. No existe objetividad al evaluar a una jefa mujer, ni el mismo respeto de los colegas, ni de parte de los clientes.

¿Por qué ese miedo a tener a una hembra en el poder, por qué el rechazo?

Publicidad

Según mi guía, los atenienses no dejaron votar a las mujeres porque cuando ellas eligieron un regalo para Atenas pidieron el olivo, de la diosa Atenea, y no el agua, que ofrecía el dios Poseidón, lo que condenó a la ciudad a largas sequías. Desde entonces los hombres griegos las mantuvieron lejos de las urnas. Y lejos de los deportes.

Está la historia de Callipateira, una viuda que tuvo que disfrazarse de entrenador para ver a su hijo competir en las Olimpiadas. En la emoción de la contienda, el traje de Callipateira se abrió, revelando su sexo. La pena era la muerte. Por respeto a su padre, hermano e hijo, todos campeones olímpicos, fue perdonada.

Para las mujeres existían los juegos de Herea (de Hera, la esposa de Zeus), pero no las Olimpiadas y no las urnas. Han transcurrido 2.780 años de los primeros Juegos Olímpicos, y aún me siento como Callipateira, intentando liderar de la manera más “inofensiva” y “diplomática”, así como ella tuvo que disfrazarse de hombre. Aquí mismo en Grecia, con gente de nacionalidades múltiples, debo dar dos y tres vueltas para ganarme el derecho a ser líder y a que se respeten mis decisiones.