Comedias, dramas, monólogos o piezas que invitan al debate, son algunas de las obras que se presentan en los últimos días en los teatros y centros culturales de Urdesa, Kennedy y Los Ceibos. Aunque no existe duda de que la oferta se ha diversificado, hay quienes aseguran que esto no es repentino sino que se ha gestado tras años de trabajo.

En el km 4,5 de la vía la costa se ubica el denominado  teatro de la ciudad como se conoce al Teatro Centro de Arte (TCA), inaugurado en 1988 y donde se presenta la mayoría de espectáculos sobre las tablas. Pero este no es el único sitio en el sector donde el público guayaquileño consume artes escénicas.

También está el Teatro del Ángel, en Urdesa, y el Centro Cultural Sarao, en la Kennedy, dirigido por  Lucho Mueckay quien tiene más de 20 años de trayectoria y actualmente es el director de Promoción Cultural e Interculturalidad de la Cancillería.

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Estos espacios han contribuido a que en Guayaquil se genere una corriente de creación como lo denomina Nathalie Elghoul, bailarina y directora de La Fábrica (Urdesa)  quien estrenó recientemente la obra de danza teatro, Pura,  su segunda producción. Su sala tiene capacidad para 100 personas. La obra no tiene diálogos y presenta una realidad que pocos quieren ver, una sociedad misógina. Aún así   la asistencia ronda entre las 80 personas por función.

Al mismo tiempo se exhiben en otros sitios comedias como Cada loco con su tema o dramas como El diario de Anna Frank y El Zoológico de Cristal, todas con salas llenas. Esto, afirma Oswaldo Segura, se debe a que el teatro es de índole popular y no de élite.  “Cada grupo tiene su público. Hay una audiencia que se está creando, formando y expandiendo”, dice el director del grupo La Mueca y del Teatro del Ángel, que funciona  desde 1994.

El sector parece haberse convertido en las últimas décadas en un nicho de producción de artes escénicas que no se han quedado solo en la práctica sino que también han llegado a la academia. El ITV, ubicado en la av. Carlos Julio Arosemena, ofrece la carrera de Tecnólogo en Actuación y Dirección Escénica, y hace cinco años se abrió en la Universidad Casa Grande (UCG)  una licenciatura en Comunicación Escénica. “La falta de ofertas de formación profesional relacionadas al arte y a la industria cultural fue la oportunidad para proponerla”, explica Jaime Tamariz, director de la carrera y docente.

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Esto, agrega Tamariz, responde a un creciente interés por profesiones afines. “Creo que muchos jóvenes recién están dándose cuenta de que existe la posibilidad de una  formación profesional en esta área, pero el crecimiento de las actividades teatrales en la ciudad ha interesado a más personas”, menciona.

Actualmente 40 personas cursan la carrera. Jesse Gallardo es una de ellas y además es miembro del grupo de teatro Gestus. Él considera que su profesión tiene un buen futuro. “Es un mundo demasiado grande en el cual me encantaría seguir experimentando y encontrando cosas nuevas desde diferentes perspectivas”. Para él, este arte ha experimentado un resurgir a base de una “larga y buena trayectoria”.

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Pensamiento que reafirma María Victoria de Manya, socia de la Fundación Sociedad Femenina de Cultura “Desde hace unos diez años para acá ha habido un resurgimiento. Hay más grupos de teatro y eso se ha ido intensificando”, dice, y recuerda que en la década del cincuenta era común traer óperas.

Luego, en 1966, un grupo de señoras que se interesó por fomentar el arte en Guayaquil creó la Sociedad Femenina de Cultura, que diez años más tarde  propuso la construcción del Teatro Centro de Arte. El terreno de 3.000 metros lo donó el alcalde Eduardo Moncayo. Finalmente se inauguró  el 20 de enero 1988 con un programa nacional de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, Beatriz Parra y otros. “Ya con la infraestructura era más fácil porque los artistas nacionales tenían un espacio para desarrollarse”.

En este lugar se han presentado 15 obras en lo que va del 2013, incluyendo algunas infantiles del grupo Tzantza Grande, de la UCG. No es requisito ser de Comunicación Escénica para ser miembro, ya que el proyecto busca generar un espacio de encuentro y diálogo entre los alumnos a través del teatro.

Nuevos públicos
Manya cuenta que en los dos últimos años la audiencia que visita el TCA  ha crecido. Ya no se conforma solo de adultos, sino de jóvenes e incluso niños. “Eso es un paso adelante porque si los niños se acostumbran desde pequeños a consumir arte, lo seguirán haciendo cuando crezcan”, dice.

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Para Aníbal Páez, codirector de La Fábrica, en Guayaquil ir al teatro aún no es una costumbre. “No existe esto de tener temporadas debido a los costos de producción y a la cultura de asistencia que aún es incipiente. Para crear un público uno tiene que sostenerse en el tiempo y eso solo puede ser posible si uno tiene su propio espacio”, menciona.

En La Fábrica han acomodado su propio escenario para tener la obra Pura por doce días en escena. Lo mismo sucede con el Teatro del Ángel, que al tener su propio espacio realiza funciones permanentes, los fines de semana. Ellos también prestan el espacio a otros grupos y se dividen las ganancias.

El costo aproximado de alquiler de la sala Experimental del TCA es de $ 900 por función, precio que pocos pueden cubrir y por el cual deben tener precios de entrada más altos, tomando en cuenta que hay capacidad para 250 personas.

Manya explica que el TCA ofrece la opción de trabajar en coproducción con estos artistas, siempre que “sean obras de calidad”. Así apoyan y ayudan a difundir los trabajos independientes.

Páez considera que un factor que se toma en cuenta es que la propuesta sea un “boom comercial” y de no serlo, toca alquilar el espacio.

El precio promedio de las funciones en los teatros del sector es de $ 15. En el TCA hay shows internacionales que suelen costar hasta $ 60, “pero se procura que no sea más”, dice Manya, que añade que en ocasiones hay obras gratuitas. Además se hace el descuento para personas de la tercera edad que llega hasta el 50 %.

Sin embargo, ir cada semana al teatro no es factible para todos. Miriam Zúñiga, quien suele acudir  a funciones locales con su esposo, dice que no podría pagar  por llevar a sus dos hijos tan seguido. “Si somos cuatro igual serían $ 60”.

Mariuxi Fernández, quien frecuenta los teatros de la ciudad, considera que    hacerlo es parte de su cultura. “Es enriquecedor ir a entretenerse con algo que valga la pena ver en escena. Debemos acostumbrarnos a ir al teatro y apreciar lo que se hace aquí, que como en todos lados hay obras buenas y otras no tanto, pero igual hay que ir”.

“En Buenos Aires o Bogotá las obras se mantienen por meses, en Nueva York,  años”, dice Tamariz, quien ve en esto el objetivo que los nuevos profesionales deben seguir.

Tamariz considera que todo sitio habitado es un nicho de desarrollo cultural, pero el crecimiento comercial del sector facilita el contacto con el público.

Para que este resurgimiento del teatro se mantenga, es necesario que haya apoyo de las autoridades. “El Ministerio de Cultura tiene una convocatoria abierta y de ahí ellos deciden qué apoyar, pero en el Municipio no hay claridad. De repente uno se entera por la prensa que un festival internacional tiene más apoyo que algo local”, dice Páez, quien destaca la ayuda de una ONG como Iberescena, que apoya a movimientos culturales de 12 países.