En más de diez años, los círculos cercanos a Rafael Correa se fueron transformando por afinidades profesionales, lealtades personales o necesidades políticas. El entorno del ministro de Economía del 2005 no fue el mismo que el del presidente que gobernó del 2007 al 2017.

Con la naturalidad de quien habla de su vecino de toda la vida, repitió en cuanta ocasión pudo que entre sus amigos personales estaban los cantantes Alberto Cortez, Joaquín Sabina, Miguel Bosé, León Gieco... La lista de sus amistades-celebridades resulta tan interminable como diversa: el comunicador español Ignacio Ramonet; los políticos Fidel Castro, Hugo Chávez, Juan Manuel Santos, Evo Morales, Hillary Clinton; el payaso Tiko Tiko o el exfutbolista Agustín Delgado.

Ellos serán sus amigos de toda la vida; sin embargo, en la carpintería del poder, donde su autoridad se hizo día a día, hubo quienes se quedaron y se fueron por voluntad propia. Otros hicieron lo mismo -en el bando de la disidencia o en el del subalterno- por convicción, decepción, interés y hasta temor.

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El ejercicio del poder

Una vez instalado en Carondelet, los primeros decretos ejecutivos, en enero del 2017, nombraban a sus ministros y asesores. De ellos, la estructura sobre la que gobernó se sostuvo en tres nombres visibles -disparejos ideológicamente entre sí, pero unidos para avanzar o ceder por la causa de su jefe-: el publicista Vinicio Alvarado (ministro y secretario de la Administración Pública), Alexis Mera (secretario jurídico de la Presidencia) y Ricardo Patiño (ministro).

Algunas lealtades lo acompañaron incluso desde antes. Una muestra: Rommy Vallejo, fue su edecán, con uniforme y protocolos de policía, cuando fue ministro. En la campaña del 2006 estuvo junto a él como jefe de seguridad y cuando ya fue presidente formó parte de la planilla como asesor y secretario de Inteligencia.

Algunos de los que se quedaron coinciden en que “o estás con Correa o estás en contra; no hay punto medio”. Otros sostienen que “se ha creado un monstruo de gana”, que si alguien se quedó fue porque “se recuperó el respeto a las decisiones orgánicas del movimiento”.

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En el Gobierno y en Alianza PAIS, Doris Soliz fue un pilar incondicional para el trabajo con las bases.

Lenín Moreno, su primer vicepresidente, y Jorge Glas, el segundo, llegaron por vías distintas. El primero por una recomendación de campaña y el segundo, por su militancia de juventud en los scouts.

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Para el analista Felipe Burbano, si bien creó un círculo cerrado en el gobierno “los nombres de los funcionarios han sido marginales, pudo ser uno o pudo ser otro, el asunto es que el poder de Correa residió en sus triunfos electorales, ha estado en él. Las lealtades vinieron luego, para cuidar ese poder”.

En una década de gobierno, varias instituciones -que en los papeles debían ser autónomas- fueron dirigidas por gente afín al correísmo. Galo Chiriboga, su compañero de gabinete en los tiempos de Alfredo Palacio, fue su abogado personal, ministro, embajador antes de ser designado como cabeza de la Fiscalía.

De igual manera, Gustavo Jalkh antes de ser titular del Consejo de la Judicatura, cabeza de la Función Judicial, fue su asesor y ministro. Omar Simon hizo el camino a la inversa. Fue presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) entre 2008 y 2011 para luego de unos años convertirse en el secretario de la Presidencia.

El comunicador Carlos Ochoa, de entrevistador en los canales oficialistas pasó a dirigir la Superintendencia de Comunicación y llevó a la gestión pública las tesis del mandatario en su disputa con la prensa privada.

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Estos nombres no son los únicos que conformaron un círculo funcional a Rafael Correa, pero son una muestra de los más visibles por el impacto político de sus decisiones.

 

Los que se quedaron en el camino

Alberto Acosta, Betty Amores y Gustavo Larrea cimentaron entre el 2005 y el 2006 la plataforma desde la cual saldría un líder que luego de jurarles un pacto de compromiso, ya en el poder los despachó por diferencias irreconciliables con respecto a lo que llamaron “el proyecto político”.

Pablo Dávalos, el primer subsecretario que designó Correa en su paso por el Ministerio de Economía, o Mónica Chuji, la primera secretaria de Comunicación, dieron cuenta de cómo su antiguo líder podía borrar de un plumazo a quienes ya no entraban sus planes.

Al exministro Carlos Pareja Yannuzzelli lo conoció en el Ministerio de Economía. Después se volvió uno de sus más cercanos colaboradores y amigos, al punto que lo acompañó en varias citas para la recolección de fondos de campaña.

Su hermano Fabricio y su primo Pedro Delgado, en sus respectivos momentos, tuvieron “línea directa” con él. Si no estaban en su círculo más íntimo, al menos se habían ubicado en funciones clave y de absoluta confianza.

De estos tres últimos, Correa dice haber sido víctima de una traición, de haber recibido “una puñalada por la espalda”. A los demás, que por distintas razones se fueron apartando de su lado, los ha tildado con un sinfín de adjetivos, todos bajo el mismo eje: la deslealtad.

Guayaquil, un generador de lealtades

¿De dónde salieron tantas lealtades? La compleja historia personal y política de Rafael Correa, un académico sin militancia partidista, remite a sus experiencias como estudiante de la Universidad Católica de Guayaquil, gustavino o incansable boy scout.

“Una de las bases de lo mucho o poco que soy son mis amigos y tengo amigos entrañables”, comenta Correa en un documental sobre sus años de estudiante.

Aunque hizo la mayor parte de su vida profesional en Quito, Guayaquil se convirtió en la cantera de sus colaboradores de confianza.

En el libro El séptimo Rafael, presentado la semana pasada, se devela que la promoción 33 (del San José de La Salle) se convirtió en “un refugio” para Correa. La lista de sus excompañeros de curso y de colegio que pasaron por su administración es larga: Francisco y Mario Latorre, Rafael Guevara, Guillermo Constante, Cristóbal Punina, Raúl Carrión, Walter Poveda, Rolando Panchana...

La adhesión de Correa a los llamados gustavinos, grupo religioso que giró en torno a la actividad pastoral del expresidente Gustavo Noboa, le dejó conocidos que lo acompañaron años más tarde, como Enrique Arosemena, Javier Santillán, Rafael Guerrero o el mismo Alexis Mera.

El joven Rafael también estableció una fuerte relación con los scouts del colegio Cristóbal Colón. De ese grupo salió Jorge Glas y otros que se fueron vinculando a su gobierno; entre ellos, José Luis Cortázar, Santiago León o Miguel Ruiz.

El expresidente de la Corporación Financiera Nacional Camilo Samán, la ministra de Vivienda María de los Ángeles Duarte, los exministros Fausto Ortiz y María Elsa Viteri lo acompañaron cuando Rafael Correa fue presidente de la Asociación de Estudiantes de la Universidad Católica de Guayaquil.

“Correa tuvo un grupo muy cerrado con gente de Guayaquil. Casi era una cofradía. Además de Patiño, Mera y Alvarado, allí estaban, por ejemplo, Camilo Samán o Álvaro Dahik. Eso partía de una lealtad de muchos años”, sostiene Pablo Dávalos, analista político y economista que compartió el despacho de Correa en el Ministerio de Economía.

¿Ruptura o continuismo?

Con la llegada de Lenín Moreno a Carondelet, la pregunta es si más allá de las designaciones puramente formales habrá o no una ruptura de fondo en los círculos que blindaron al poder en estos diez años. Para el analista Luis Verdesoto, no existe posibilidad alguna de ruptura y más bien todo va en una línea de continuidad. “Esta es una transición pactada”, asegura.

En el equipo entrante de Lenín Moreno y en el saliente de Rafael Correa se prefiere la prudencia en estos días. Nadie se atreve a pronosticar qué sucederá con el círculo de mayor confianza del nuevo presidente. “Habrá que ver”, repiten, pues hay nombramientos que dependen tanto de Correa y Moreno como, por ejemplo, de Jorge Glas, que repite el cargo, pero posiblemente no las mismas funciones, o del buró de Alianza PAIS. (I)