“Los tutsis no merecen vivir. Hay que matarlos. A las mujeres preñadas hay que cortarlas en pedazos y abrirles el vientre para arrancarles el bebé. Las tumbas están solo a medio llenar”, estos fueron algunos de los mensajes de odio emitidos la noche del 7 de abril de 1994 por la oficial Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, de Ruanda.

El detonante ocurrió el día previo cuando dos misiles derribaron en la capital Kigali el avión con el presidente ruandés, el general hutu Juvenal Habyarimana (gobernó 1973-1994). También murió en el atentado su homólogo de Burundi, Ciprian Ntayamira. La autoría fue atribuida a grupos rebeldes tutsis.

El diario oficial Kamarampak, de la etnia hutu, no se quedó atrás y exhortaba una “labor de patria” con el exterminio de los tutsis.

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Desde ese día desaparecieron las familias, los amigos, los vecinos. Las calles de Kigali se llenaban de cuerpos mutilados o acribillados de hombres, mujeres, niños, bebés y ancianos. Esa noche fueron asesinados la primera ministra ruandesa Agathe Uwlingiyimana, sus guardias y diez soldados belgas de las fuerzas de seguridad de las Naciones Unidas. La violencia se disparó en el país africano y obligó a la rápida salida de los cascos azules de la ONU.

Los hutus comenzaron una matanza desenfrenada de tutsis que duró cien días y que cobró más de 800.000 vidas.

Los medios de comunicación estatales llamaban “cucarachas” a los tutsis, el 14% de la población en 1994. Su diferencia con los hutus radicaba en que tenían unos centímetros más de estatura.

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Esta rivalidad étnica comenzó con los colonizadores de Bélgica, quienes identificaron a los habitantes y clasificaron a los tutsis como superiores al resto de etnias en Ruanda y les entregaron el poder hasta que el país se independizó en 1961. En las elecciones los tutsis fueron desplazados de los cargos por la mayoría hutu, que era la clase pobre y menospreciada.

El café y el cacao eran las principales fuentes de divisas de Ruanda, pero la inflación y la corrupción mermaron la credibilidad de la administración de los tutsis, quienes ante este descontento comenzaron a emigrar hacia los países vecinos.

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En 1972, la masacre de miles de hutus en Burundi provocó el éxodo de cientos de refugiados de esta etnia que llegaron a Ruanda, mientras que los tutsis huyeron a Uganda y crearon en 1988 el Frente Patriótico de Ruanda (FPR).

En 1990, este grupo armado lanzó el mayor ataque a Ruanda desde Uganda. Los tutsis que vivían en Ruanda fueron tratados como traidores y cómplices. En agosto de 1993, el presidente Habyarimana y el FPR, encabezado por Paul Kagame, firmaron un acuerdo de paz para aliviar la tensión entre los dos grupos étnicos, pero los extremistas hutus rechazaban el pacto.

Las Naciones Unidas fue criticada por la comunidad internacional por no actuar con rapidez para frenar el exterminio ruandés, ya que la mirada de Occidente estaba en la guerra civil en los Balcanes (Europa). En el 2014, el entonces secretario de la ONU, Ban Ki-moon, reconoció en el vigésimo aniversario del genocidio, que las Naciones Unidas “pudieron” y “debieron” haber hecho “mucho más” en Ruanda.

El 22 de junio de 1994, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó a Francia enviar una misión humanitaria, denominada Operación Turquesa, que salvó a cientos de civiles en el suroeste de Ruanda. Pero, el conflicto ya se había expandido hasta la República Democrática del Congo y Burundi.

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La guerra terminó oficialmente el 15 de julio de ese año, cuando el FPR tomó el control de Kigali. Se estableció un gobierno que estuvo liderado por un presidente hutu, Pasteur Bizimungu, y un vicepresidente tutsi, Kagame (líder del FPR), quien desde el 2000 se mantiene en el poder.

Sobre este genocidio existen películas como Hotel Rwanda (2004), Disparando a perros (2005), Sometimes in April (2005), Flores de Ruanda (2008), 100 Days (2001), Shake Hands with the Devil: The Journey of Roméo Dallaire (2004), El día que Dios se fue de viaje (2009), Los 100 días que no conmovieron al mundo (2009), Los pájaros cantan en Kigali (2017), entre otros.

Hasta 2012, casi dos millones de personas fueron juzgadas por los tribunales denominados Gacaca, establecidos en el 2001 por la Comisión de Unidad Nacional y Reconciliación de Ruanda, para castigar este genocidio que marcó la historia del mundo. (I)