El Baile de los Santos Inocentes en San Gabriel se constituye en la fiesta popular con mayor convocatoria en el norte de Ecuador en el mes de enero.

Oswaldo Cepeda, gestor cultural, sostiene que las sociedades del mundo protegen sus fiestas y tradiciones, razón por la que es necesaria la defensa y preservación de todos aquellos bienes que puedan considerarse parte del patrimonio inmaterial cultural de la nación.

Andrés Ponce, alcalde de Montúfar, asegura que esta experiencia cultural viene de hace muchos años y es parte de la convivencia social de un pueblo rico en tradiciones y expresiones culturales.

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El Municipio de Montúfar trabaja con el Instituto Nacional de Patrimonio y Cultura (INPC) para certificar esta celebración y que sea incluida en el calendario nacional de fiestas populares y tradicionales.

El Baile de Los Inocentes es una manifestación cultural y ancestral mostrada con elementos simbólicos y expresivos como el baile, los disfraces y la utilización de instrumentos musicales como el bombo, los pingullos, la guitarra, donde los partícipes satirizan a la persona a la que representan.

La careta, el antifaz y la máscara que exhiben los participantes son infaltables, congregándose los concursantes en grupos que son representados por familias, barrios, grupos culturales, comunidades o nativos del antiguo pueblo Tusa (San Gabriel), que perteneció a la Gran Nación Pasto.

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No se conoce el origen de esta tradición, pero cuentan los abuelos, conocedores de la historia, que llegó cuando vinieron los españoles a América, fusionándose así las culturas europea y americana, antes de la creación del cantón Montúfar.

La religiosidad traída del viejo mundo y lo autóctono y natural del mundo conquistado invitaron a grupos familiares que representaban a la clase alta a iniciar esta práctica recreativa, después que terminaban las fiestas navideñas.

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Escogían vestuarios hechos de tela de seda fina como blusas, que eran acompañadas de inigualables bordados con hilos de oro y plata para adornar las solapas, pañolones y faldas de paño, rememora el teatrero Grimaldo Pozo.

Utilizaban además el sombrero español, las camisas blancas acicaladas con cintas de colores; es decir, lucían las mejores prendas de vestir.

En los corsos se avistaban además máscaras de tela, antifaces de cartón y caretas hechas en papel con vistosos colores sobre moldes de arcilla, que servían para cubrir el rostro y no ser reconocidos los disfrazados, costumbre que perdura.

Preparativos laboriosos

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Oswaldo Cepeda explica que los preparativos eran laboriosos. Una vez enmascarados, todos salían a recorrer las calles para divertir a vecinos y amigos, interpretando con guitarras, pingullos y bombos los sanjuanes y tonadas de la época. “Bailando disfrazados, bromeando y satirizando, entretenían durante los recorridos al público, algo que aún se mantiene y es el atractivo mayor de este concurso que desde hace dos décadas promociona la Municipalidad”, dice Cepeda.

Con los años esta tradición ha ido creciendo e incorporando más elementos, personajes y vestuarios. Se incluyó al payaso, que es el personaje de enlace entre el público y el grupo de disfrazados; a la viuda y al diablo, que son parte de las leyendas costumbristas.

El oso, el burro y las bandas de pueblo complementan esta convocatoria, cuya gran celebración será este sábado 25, a partir de las 14:00. Participan más de 35 grupos, que harán gala de sus dotes. (F)