Hoy en día, gracias a recientes descubrimientos arqueológicos, se estima que el Homo sapiens, el humano moderno, ha existido desde hace no menos de 300 000 años. Sin embargo, los primeros rastros de civilización (es decir, de complejas estructuras sociales) no aparecen en el registro arqueológico sino hasta aproximadamente 10 000 a. C., y no fue sino hasta 4000 a. C. que las primeras ciudades fueron construidas. La conclusión inevitable de esta enorme discrepancia cronológica es que el estado “natural” del ser humano no es existir en un complejo medio social y político, sino que su mente e instintos se desarrollaron para existir en grupos pequeños y homogéneos, es decir, en un medio tribal. Así, por más que esto pueda herir nuestro orgullo, lo cierto es que somos animales de rebaño, con poderosas inclinaciones a pensar como un rebaño.

Es una característica innata del ser humano identificarse con un grupo y defenderlo ciegamente en contra de otros grupos, característica que responde al pasado evolutivo de nuestros cerebros. La mentalidad del “nosotros” contra “ellos” es tan vieja como la humanidad. Hoy en día, la digitalización de la información, y en particular la masificación de redes sociales, ha sido tremendamente nociva en este aspecto. Este es el momento en la historia donde más fácil es discutir, aprender del otro y acceder a información veraz. Pero, irónicamente, nuestros viejos instintos nos llevan a usar la tecnología precisamente para lo contrario: aislarnos, escuchar selectivamente solo ciertas opiniones y solo leer las “noticias” e “información” que se ajustan a las narrativas en las que queremos creer. La facilidad de conectarse, lejos de llevarnos a un entendimiento más profundo del Otro, nos facilita encerrarnos en un mundo pequeño, donde “mi lado” siempre tiene la razón.

Los ejemplos de este fenómeno moderno son lamentablemente abundantes, tanto en la “derecha” como la “izquierda”, palabras que cada vez parecen designar no ideas sino rebaños. La violencia en Estados Unidos es un ejemplo de esta radicalización, al igual que la politización de la ciencia, siendo que cosas como las vacunas, el uso de mascarillas y el cambio climático se han transformado en cuestiones sujetas a un feroz debate a pesar de que la opinión científica sobre estos es sólida. En Ecuador, la última manifestación de esta tendencia tuvo lugar con la aprobación del Código de la Salud, el cual algunos sectores han satanizado sin tomarse la molestia de leer su articulado, ejercicio que les habría hecho reparar que este simplemente no dice las terribles cosas que creen que dice. Basta que los que están de “mi lado” digan algo para que yo me una a sus voces sin pensarlo dos veces.

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La equivocación que cometemos es confundir las ideas con marcas de identidad que nos hacen parte de una “tribu” ideológica a la que debemos defender sin rechistar. Eso es un error. Las ideas son cosas que deben debatirse, cuestionarse y cambiar si encontramos evidencia de estar equivocados. La política es precisamente el área donde se requiere de más oídos y entendimiento. La mentalidad de la tribu simplemente no pertenece a esta esfera. (O)