Todo gobierno –corporativo, institucional, familiar, municipal, nacional– necesita gobernabilidad (entendida como el ambiente social donde se acepta y colabora con la acción de ese gobierno).

Pero, ¿qué sucede si invertimos el enunciado?

Daniel Kahneman llama “análisis pre-mortem” al ejercicio de plantarse en el futuro y mirar hacia atrás. Este ejercicio –común en algunas empresas– evita el sesgo retrospectivo y facilita las previsiones.

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Si todo gobierno necesita gobernabilidad; entonces, ¿qué impide que un régimen la obtenga?

Siendo reduccionista, para el 2021, las cinco causas serían: poca legitimidad; poca institucionalidad y bajo cumplimiento de la ley y los reglamentos; tensión entre la agenda social y las exigencias económicas; poca integración geográfica, intergeneracional y productiva; y una falta costumbrista de consensos.

¿Cómo lo resolvemos?

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1. Una visión compartida.

La clave es empoderar a la gente enfocando su atención en una visión común. Más allá de las particularidades del microcosmos de cada ciudadano, como usted, hay un espíritu tricolor común.

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En Ecuador sería más fácil de lo pensado.

2. Un diseño de gobierno enfocado en la gente.

Como en todo proceso de diseño, el sistema de entrega de una política debe estar enfocado en la gente. Centrado en el ser humano. Como sostiene Mike Cooley; en su ensayo “On Human-Machine Symbiosis” (2008), poner la gente antes que los demás recursos.

Los grupos de interés son seres humanos y no son esa especie de maximizador racional egoísta.

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3. Más debates constructivos.

La psicóloga organizacional australiana Karen Jehn sostiene que hay dos tipos de conflicto: conflictos relacionales y conflictos de tareas. Los primeros están vinculados con las interacciones entre las personas. Los segundos están relacionados a las dinámicas y contenidos.

El conflicto relacional se enfoca en las personas y sus emociones. Y como resultado disminuye la eficiencia y la creatividad. Adam Grant, en “Think Again” (2021) propone enmarcar las diferencias como debates y no como discusiones.

Las discusiones pueden ser hostiles y personales.

Los debates son sobre temas y no emociones.

Un estudio desarrollado en equipos de trabajo de Sillicon Valley concluyó que “la ausencia de conflictos no es armonía. Es apatía”.

Si los conflictos son connaturales a la democracia, cómo administrar positivamente esos debates es clave para gobernar una empresa o un país. (O)