En algo somos todos iguales. Todos somos consumidores. Cada día compramos una variedad de bienes y servicios.

Pasta de dientes, el colegio dónde estudian los hijos, el proveedor de internet, la ropa, los alimentos, la cuenta bancaria, el destino de vacaciones, el detergente, el presidente de la República.

Todos los días –también– todos somos diferentes. Tenemos gustos, rechazos, agrados y desagrados que nos hacen distintos. Sobre todo, a la hora de tomar decisiones.

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Usted compra el dentífrico A. Su mejor amigo compra el dentífrico B.

Ambos están convencidos de que la marca de pasta dental es vital para tener una buena higiene bucal. Ambos creen que la que escogieron es la mejor que hay. Cada cual evangeliza en favor de la marca que usa. Usted ha tratado de convencer a su amigo de cambiarse de marca. Él también lo quiso convencer.

Y, sin embargo, ninguno ha recurrido a fake news. Ni a falacias, ni insultos. Es más, ni siquiera se han distanciado pensando lo peor del otro.

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Pero, ¿sucede igual cuando hablan de política?

Más allá de su posición en el espectro político, cuando se trata de defender sus convicciones –partisanas o partidistas– usted guerrea por sus ideas.

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¿Por qué defender la elección política es más intenso –incluso hostil– que escoger la marca de detergente para lavar su ropa?

Un estudio de Leonie Huddy y Omer Yair descubrió que la hostilidad política en una sociedad no tiene que ver con la civilidad o compromiso político de cada participante. La (mayor o menor) hostilidad política tiene que ver con cómo se tratan los políticos entre ellos.

Y tiene que ver con qué partes de su cerebro se activan al atestiguar –o participar pasivamente– de las hostilidades.

El balotaje 2021 ha sido más mordaz, partidista, cáustico, desordenado, polarizado, que ninguno anterior. La animosidad intergrupal electoral ha rayado en lo absurdo. Potenciada, además, por la pandemia.

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¿Cómo resolverlo?

Exigir un compromiso bipartidista no es una opción.

Proponer un nuevo contrato social podría serlo.

Y el estudio de Huddy y Yair –Reducing Affective Polarization: Warm Group Relations or Policy Compromise?– entre demócratas y republicanos, determina que interacciones sociales cálidas son “una manera más efectiva de reducir la animosidad partidista entre ciudadanos”.

El estudio también determina que –aun– si usted coincide con las ideas de un rival político eso no reduce su desagrado (hacia él o ella). Es decir, es posible reducir la hostilidad política sin sacrificar sus creencias políticas.

Como con su pasta dental. Usted defiende al candidato A. Su amigo defiende al candidato B.

Olvidan el tribalismo incendiario de insultos y amenazas. Y los categorizan –a los candidatos– como su dentífrico.

Fin del conflicto.