Recluir a privados de la libertad en islas no es una idea nada nueva, más bien es un tema antiquísimo. La más famosa cárcel de este tipo es la Prisión Federal de Alcatraz, ubicada frente a la costa de San Francisco, California (EE. UU.), que operó entre 1934 y 1963, pero no es única en su tipo.

Existe un caso quizá también igual de famoso de una isla-prisión. Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses, fue desterrado y recluido por los británicos en la isla de Santa Elena en 1815 luego de su derrota en la batalla de Waterloo.

En todo caso, el emperador –que fue acompañado a la isla por un séquito de seguidores– no pasó sus últimos días en una celda, sino que tuvo algunas comodidades y podía pasear al aire libre. Esto tomando en cuenta que un posible escape era casi imposible, ya que el punto más cercano a la isla del océano Atlántico es la costa occidental de Angola, en África, a 1.800 kilómetros de distancia.

Publicidad

Los penales australianos

Pero lejos de Santa Elena, que tiene apenas una superficie de 121 km², los británicos también usaron otra isla para recluir a condenados. Australia fue elegida como el lugar para establecer colonias penales a fines del siglo XVIII.

Los británicos decidieron llevar a tierras australianas a los presos debido a que sus cárceles estaban abarrotadas, y, además, ya no podían trasladarlos a suelo americano debido a la independencia de sus colonias.

En total, unos 164.000 condenados fueron transportados a las colonias australianas entre 1788 y 1868 abordo de 806 barcos. El Hougoumont fue el último buque de convictos que llegó, el 10 de enero de 1868.

Publicidad

Mandela y Öcalan

La isla Robben, en Sudáfrica, también fue una prisión. El lugar es famoso por haber albergado a líderes que se oponían al sistema de segregación racial o apartheid, como el propio Nelson Mandela. Esta cárcel ya no está operativa y el lugar es actualmente Patrimonio Cultural de la Humanidad.

En esta foto de archivo tomada el 10 de febrero de 1995, el presidente sudafricano Nelson Mandela visita su antigua celda en la notoria prisión de Robben Island, en la costa de Ciudad del Cabo, donde pasó 19 de los 27 años que estuvo encerrado. AFP

Actualmente existen islas donde funcionan cárceles, como la isla turca de Imrali, donde está recluido Abdullah Öcalan, político e intelectual de Kurdistán, nacionalista kurdo y presidente del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK).

Publicidad

También existe la cárcel de la isla Bastøy, en Noruega; o la prisión de Pyatak Island, en Rusia.

México también tuvo una prisión insular: la colonia penitenciaria de Islas Marías. Esta fue fundada en 1905 en la isla María Madre, el único de los cuatro islotes habitados de un archipiélago a más de 100 kilómetros de las costas de Nayarit.

El complejo fue clausurado en 2019.

Penales en Galápagos

Ecuador no es ajeno al tema de las cárceles en islas, una situación que se dio en su archipiélago más famoso: Galápagos, a casi 1.000 kilómetros de la costa continental.

Publicidad

Las Encantadas fueron descritas por primera vez por el fray dominico Tomás de Berlanga (Tomás Martínez Gómez), quien el 10 de marzo de 1535 accidentalmente se topó con el archipiélago cuando viajaba de Panamá hacia Perú para cumplir una misión que ordenó el emperador Carlos V.

Al episodio protagonizado por Berlanga –quien el 26 de abril de ese mismo año redactó un informe del suceso, cuando se encontraba en Portoviejo– se lo cataloga como ‘descubrimiento’, sin embargo, se cree que culturas como la manteño-huancavilca ya tenían conocimiento de estas islas desde tiempo atrás.

Las islas Galápagos recién fueron anexadas al Ecuador como territorio insular el 12 de febrero de 1832. La toma de posesión de ese territorio fue liderada por el general José de Villamil, prócer de la independencia de Guayaquil y primer gobernador del archipiélago de Colón

Villamil veía en las islas un potencial económico, con la explotación de la orchilla, un líquen que producía un tinte púrpura que se exportaba a México.

En 1574 las islas aparecen por primera vez en un mapa del cartógrafo flamenco Abraham Ortelius, basado en los reportes oficiales del viaje de Berlanga; a la derecha, José de Villamil, primer gobernador del archipiélago de Colón o Galápagos.

El coronel Ignacio Hernández dirigió las actividades para impulsar el proyecto de colonización y la incorporación legal del archipiélago a la República. En todo caso, Hernández recomendó que las Galápagos sirvan de cárcel.

De esta manera, las primeras colonias penitenciarias se establecieron en las islas Floreana y San Cristóbal. No se trataba de cárceles, sino de prisiones al aire libre, ya que –así como el caso de la isla Santa Elena de Napoleón–, la distancia con el continente era extensa. Si a esto se sumaban los tiburones y las corrientes marinas, una huida era prácticamente imposible.

Según el libro Conservación contra natura. Las Islas Galápagos, de Christophe Grenier, Villamil llevó a las islas a 80 soldados-colonos, que estaban condenados a muerte por haberse sublevado. El gobernador había obtenido la conmutación de sus penas por trabajos forzados en la nueva colonia.

De acuerdo con Grenier, en 1833 el Gobierno ecuatoriano convirtió a las Galápagos en sitio de confinamiento, adonde enviaba a opositores políticos, trabajadoras sexuales y delincuentes atrapados en las calles de Guayaquil.

Villamil lleva, además, ganado, al que hace propagar en la isla según un método de cría extensiva, y plantas cultivables.

Con ocasión de su paso por las Galápagos, tres años después de la llegada del gobernador, el naturalista inglés Charles Darwin indica: “Hay doscientos o trescientos habitantes; casi todos son hombres de color desterrados de la República del Ecuador por delitos políticos”.

“Aunque los habitantes se quejan incesantemente de su pobreza, se proveen sin mayor esfuerzo de todos los alimentos que les son necesarios. Se encuentran innumerables cantidades de chivos y cerdos salvajes, pero las tortugas les suministran su principal alimento. Obviamente, el número de estos animales ha disminuido considerablemente en esta isla”, agrega Darwin, según el libro.

Finalmente, la empresa colonizadora de Villamil resultó en fracaso y este abandonó el archipiélago en 1837, dejándolo a cargo de un inglés. En 1841 los colonos se rebelan y la mayoría de ellos regresa al continente. La colonia tenía en sus inicios unos 300 habitantes, pero para 1851 había apenas 12 personas y en 1861 ya no quedaba nadie.

El Muro de las Lágrimas

La historia de los prisioneros al aire libre en las islas se vuelve a dar en el siglo XX. Se trató de la Colonia Penal de la isla Isabela, que funcionó durante trece años desde 1946, instaurada por el presidente José María Velasco Ibarra. Esta albergó a cerca de tres centenares de reos trasladados desde el Ecuador continental para cumplir sus penas.

Por aquellos años, las islas aún eran vistas como un lugar lejano e inhóspito, solo apreciado por científicos. Según el historiador Hugo Idrovo, hacia 1950 menos de un millar y medio de personas vivían en todo el archipiélago, y entre las islas Isabela y Floreana habitaban unas 250 personas, de las cuales un centenar eran convictos.

ISABELA, Galápagos. El único vestigio físico de la colonia penal en la isla Isabela es el Muro de las Lágrimas, uno de los sitios más visitados por turistas.

Las islas actualmente están catalogadas como Patrimonio Natural de la Humanidad y Reserva de la Biosfera, y de la Colonia Penal en la isla Isabela, el único vestigio que queda en el llamado Muro de las Lágrimas, una instalación de piedras volcánicas de basalto que fue construida por reos.

La leyenda indica que supuestamente, en ocasiones, allí se escuchan los lamentos de los espíritus de los prisioneros. (I)