Cuenca

El 27 de noviembre de 2020 es un día inolvidable para Boris. A sus 21 años de edad y luego de siete intentos logró cruzar la frontera entre México y Estados Unidos. Pagó $ 12.500 y durante tres meses, tiempo que duró la travesía, padeció hambre, sed y un constante miedo de morir en el desierto. Junto a su primo de 27 años se fue del país por la falta de trabajo y oportunidades. Su equipaje era una mochila con dos paradas de ropa, el pasaporte y un teléfono celular, relata a este Diario.

Boris nació en la parroquia rural Ludo, perteneciente al cantón azuayo Sígsig. En esa localidad austral, según datos del Municipio local, residen alrededor de 3.500 personas que viven del comercio, agricultura y la ganadería. Ahí, la migración se da desde temprana edad y en el caso de Boris salió desde Ludo a Cuenca para trabajar como vendedor ambulante. Pero con el inicio de la pandemia todo su mundo se vino abajo y es ahí cuando en común acuerdo con su familia contactaron a un hombre conocido como Andrés, un coyote que años atrás llevó con éxito a sus dos hermanos al mismo destino.

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LUDO, Azuay. Alrededor de 200 personas han migrado en el último año, según estimación de las autoridades locales. Foto: Johnny Guambaña

“Mi decisión fue rápida porque en el país no había oportunidades, no había plata ni para mis estudios, terminé el colegio hace dos años y no logré ingresar a la universidad. Vine por nuevas oportunidades, salir y sacar adelante a mi familia”, dice Boris, a través de contacto telefónico.

Todo empezó en agosto del año pasado cuando fue al cantón Azogues, capital de la provincia del Cañar, a sacar su pasaporte. Lo hizo allá porque en Cuenca no había turnos. Pagó $ 90, se tomó la fotografía y volvió luego de 15 días para retirarlo.

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Su sueño siempre fue volar en avión y eso lo cumplió cuando partió desde Guayaquil a Panamá y luego a Ciudad de México. Para eso desembolsó los primeros $ 3.000 al ‘coyotero’ para cancelar los pasajes y reservar el hotel. Hasta ese momento todo estaba bien, pero lo que estaba por venir sería un auténtico drama.

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El pago total al ‘coyotero’ se realizaba según avanzaba en el trayecto. Así, para viajar desde la capital mexicana hasta Ciudad Juárez le pidieron otros $ 3.000. Ese dinero era depositado al sujeto desde Estados Unidos por parte de sus hermanos. En esa ciudad pasaron 15 días ocultos en lo que llamaban una bodega, esto es una casa abandonada en donde compartían con más migrantes. En esa ocasión había 10 personas, todos ecuatorianos, incluyendo una familia oriunda del cantón Gualaceo, conformada por los padres y niños de dos y seis años, aproximadamente.

Su primer salto del muro fue desde un lugar cercano a Ciudad Juárez, en un sector localizado a unos 20 kilómetros de distancia del lugar donde dormían. Los coyotes eran claros en las instrucciones que daban a Boris, su primo y los otros ecuatorianos: “subir por la escalera, bajarse por un tubo y correr hasta perderse”.

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“Saltábamos el muro y cuando nos veía la Policía nos seguían con perros, carros, motos y helicópteros hasta que nos atrapaban. Nos tenían en una especie de cárcel, supongo que por castigo y al día siguiente nos hacían madrugar a las 04:00, nos subían a un bus y nos regresaban a México”, cuenta.

Fue capturado y encarcelado durante seis oportunidades, pero el ‘coyote’ tuvo la precaución de sacarles un documento legal otorgado por el Gobierno mexicano -refiere Boris- para que solo sean deportados a ese país y no a Ecuador.

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Regresaban nuevamente a la bodega, pero no todos corrían con la misma suerte, pues en el trayecto “mucha gente se rompía un brazo, un pie, escuchaba que las personas se morían, era muy duro escuchar eso, me daba mucho miedo, incluso mi primo había días que no aparecía y temía lo peor”, recuerda el joven azuayo.

Así, jugando al gato y al ratón pasaron varias semanas hasta que los llevaron a una zona un poco más alejada de la vigilancia de las autoridades estadounidenses. Aquel día de fines de noviembre llegaron al sector a las 18:00, pero recién salieron a las 23:00 para cruzar el muro. Ahí, el ‘coyote’ les dio dos instrucciones: que corran solos o en grupos pequeños, máximo de tres personas para evitar ser vistos, y que corran sin parar hasta donde encuentren luces.

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Boris fue el último en saltar el muro entre el grupo de 30 personas. En los primeros metros estaba solo y mientras sentía miedo por el silbido del viento y el aullido de los lobos observó dos sombras, gritó un nombre al aire a ver si tenía suerte y sí, era su primo junto a otro joven de 24 años nacido en el cantón Otavalo.

“Uno mismo es el guía para cruzar el desierto porque los coyotes solo nos hacen saltar el muro y nos dicen que nos guiemos por las luces, todo es plano, pero es muy lejano”, cuenta.

Los tres caminaron juntos sin cesar durante 11 horas hasta que llegaron a un lugar de la ciudad de El Paso, en el estado de Texas. Ahí esperaron otras cinco horas para que otro sujeto de la organización de tráfico de personas los recogiera y se movilizaran a otro lugar clandestino, donde estuvieron encerrados ocho días más. Vivieron alimentándose de pan y algo de café que por ahí alguna persona les regalaba, salían pocos minutos del día a un pequeño patio y si querían ir al baño había un viejo excusado. Lo que sí tenían prohibido, porque no había cómo, era bañarse. Como era un sitio de paso para los migrantes había una gran pila de ropa que iban dejando los que estuvieron antes. Si alguien quería tomar algo, lo hacía.

Aunque ya estaban en Estados Unidos aún les faltaba el último trayecto de viaje a Nueva York para encontrarse con sus familias. Para eso los ‘coyotes’ les compraron el pasaje y finalmente misión cumplida. Ese día fue increíble para Boris porque se reencontró con sus dos hermanos mayores, luego de seis y ochos años, respectivamente.

Desde ese instante se puso a trabajar y aunque no tenía idea de cómo construir casas le tocó aprender a la fuerza, actualmente labora como albañil. Su meta sigue firme y todos los días conversa con sus papás para saber cómo están en Ludo.

Vive solo, a pocas cuadras de sus familiares, y desde que arribó su rutina se resume en levantarse a las 04:00 para preparar su comida, salir al trabajo y volver a las 19:00, arreglar su habitación y descansar para el siguiente día.

Sus acompañantes de trayecto

Al preguntarle sobre la familia de Gualaceo que migró con ellos dijo que estaban bien, pues guardó su contacto. Sabe que los niños cruzaron solos en una camioneta por debajo de un puente, mientras los padres hicieron lo mismo en el desierto.

Los tres meses de viaje fueron para Boris “los más largos de su vida” por la desesperación que padeció. Sobre eso recomienda evitar hacerlo, a menos que no haya otra salida. “Es verdad que acá en Estados Unidos hay más oportunidades, pero la vida es dura, mejor si puede estudiar en Ecuador y salir adelante junto a su familia”, menciona. (I)