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‘Justo esa tarde no salí a la cancha, no era mi momento’. La historia de un habitante de La Comuna que se salvó del aluvión

Asencio Calahorrano perdió a sus amigos de la cancha de vóley, la zona más destruida.

QUITO (02-02-2022).- Asencio Calahorrano, de 61 años, morador del barrio La Comuna, durante una entrevista con EL UNIVERSO, sobre el desastre causado por el aluvión ocurrido el lunes 31 de enero de 2022. Foto: Alfredo Cárdenas

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Para Asencio Calahorrano, de 61 años, desempleado, jugar vóley con sus vecinos ha sido parte de su vida, casi una obligación. Siempre vivió en La Comuna Santa Clara de San Millán, un barrio levantado a pulso por sus habitantes, sin permisos ni escrituras, que se encuentra partido en dos por la avenida Occidental, en el centro-norte de Quito.

Su casa está ubicada a unos diez metros de la zona más devastada por el aluvión del lunes 31 de enero pasado. Allí había una cancha de vóley, con techo y luminarias, que desapareció.

Cuenta que la tarde de la tragedia no fue a jugar, porque en la víspera, el domingo 30, se había lesionado. Se quedó en su casa cocinando, cuando, de pronto, vio cómo los cables se tambaleaban… Cuando salió a ver qué sucedía, se encontró con que la calle José Berrutieta se había convertido en un furioso río. Sus amigos del vóley fueron arrastrados. Desaparecieron.

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Como si de él dependiera, se siente culpable por haber ayudado en la construcción de la cancha. “Creo que era demasiado el amor por el vóley, por eso ellos estuvieron ahí. Me da cargo de conciencia. Digo ‘de gana hice, de gana arreglé' esa cancha. De acuerdo con los reportes del Municipio, el aluvión dejó 27 muertos y varios desaparecidos aún. De las víctimas, la mayoría vivía en La Comuna y estuvieron en la cancha de vóley.

Asencio cuenta su historia. A veces, con lágrimas. Siempre con rabia e impotencia:

“El domingo salí a jugar. Recuerdo que jugamos con un amigo que se ponía bravísimo y con otro que me dijo ‘qué malo estás’. Yo le respondí, en son de broma: ‘¡Quién habla, pues don Jumita! Si ya me dijeron que, después del COVID, usted no puede ni coger la bola’. Ahora, que en paz descanse mi amigo.

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Ese día me pusieron una bola atrás (el balón cayó en el borde) y, por el esfuerzo, me desgarré el muslo de la pierna izquierda. Me despedí de todos y me fui, medio patojo. Al otro día (cuando ocurrió la tragedia) iba a salir a las cinco y media (de la tarde), pero me dieron ganas de hacerme una salchipapa. Me puse a preparar con mi hijo, cuando vimos que los cables se comenzaban a mover durísimo, como hamaca. Era porque ya se estaba derrumbando todito y nosotros no nos dábamos cuenta. Pensé que un carro grande se había llevado los alambres de luz. Salimos a ver y una señora dijo: ‘¡Está bajando un río, ayúdele a su hermano!’. Fui corriendo, pero ya habían estado en el tapial.

Bajaban correntadas de lodo. Yo pensaba en el aluvión del 75, que fue un fogonazo nomás y pasó. Pero no. Estaba viendo cómo cruzar, hasta que llegaron unos señores venezolanos y dijeron ‘vamos, vamos’ y nos animamos con mi hijo. Ahí comenzamos la búsqueda de sobrevivientes.

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El lodo nos llegaba hasta medio cuerpo, no podíamos ni levantar los pies. Nos conseguimos unos palos para ir tanteando. En eso, los venezolanos gritaron: ‘¡Aquí hay un señor, ayuda, traigan linternas!’. Ahí le vi a un amigo con el lodo hasta el cuello. En la casa de mi hermano (junto a la cancha) todo desapareció.

QUITO (02-02-2022).- Al costado derecho está la casa del hermano de Asencio Calahorrano que soportó la fuerza del aluvión ocurrido el lunes 31 de enero de 2022, en el sector de La Gasca, en el norte de Quito. Alfredo Cárdenas/ EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas

Tapado hasta el cuello, con escombros, palos, piedras estaba mi amigo. Al principio no le reconocí. Le dije: ‘Señor, ¿quién es usted?’. A lo que me dijo ‘Chelito, ¿es usted? Ayúdeme por favor, ¡sáqueme de aquí!’,

(Asencio, al recordar esta escena, suspira y empieza a llorar. Luego continúa).

Fue una locura, estoy seguro de que hubiéramos rescatado más vidas, más amigos, si llegaban las autoridades más pronto. Nosotros nos demoramos como dos o tres horas buscando enterrados en el fango... (sigue llorando). Al otro día, ya habían encontrado a varios amigos muertos. Fue muy angustioso no poder hacer nada por ellos. Yo sí les agradezco a esos chicos venezolanos, porque nunca fueron parte de esta cancha y sin conocernos, nos ayudaron. No les importó que su vida también estuviera en peligro.

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Tuvimos que conseguir una tabla para sacarle a mi amigo. Aquí no hubo ambulancias ni nada. Nueve, diez de la noche, no sé cómo le habrán llevado, porque nosotros le dejamos y fuimos a seguir buscando a más amigos, pero a esa hora yo creo que ya muchos estaban agonizando.

La cancha

Aquí (señala a la cancha de vóley) hubo muchos amigos a los que siempre extrañaré. Ahora, construir un complejo deportivo es un riesgo, porque puede volver a suceder.

Ayer estaba hablando con un señor concejal, a ver si nos ayudaba mejor a hacer una calle, para que este sitio no sea usado como espacio de esparcimiento. No ve que volverá a bajar (otro aluvión) y las generaciones que vengan no han de estar conscientes. Estoy seguro de que pasará nuevamente; volvió a pasar a los 40 años más o menos. Y la gente se olvida. Yo, personalmente, no apoyaré otra cancha aquí.

Esta es la historia real, triste y desesperante (vuelve a llorar). Mis amigos eran como una familia, prácticamente. Llegaban y decían: ‘Yo en mi casa no puedo gritar, pero aquí sí grito, sí puteo; aquí me desahogo’, decían, ‘digo lo que quiero, lo que me da la gana’. ¡Es la vida del pueblo, pues! Y pensar que en segundos ya no hay nada, ni mis amigos. Dicen que los que sobrevivieron están en los hospitales, aún no los he visto. Yo solo agradezco a Dios; no salí a la cancha, no era mi momento”. (I)

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