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Yinna y Nury, dos primas que perdieron a sus esposos en un accidente laboral en 2014, y hoy luchan por sus tres hijos

El IESS registra que 2.041 afiliados han fallecido en accidentes laborales desde el 2014.

Yinna perdió a su esposo en un accidente laboral, en 2014, y aún no recibe montepío. Foto: El Universo

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Antes de quedar inconsciente por las heridas, Luis Porozo Caicedo, de 32 años, le pidió a sus compañeros de trabajo que le dieran un mensaje a su esposa: “Díganle a Yinna que la amo”. Después cayó en coma y, tras siete días de agonía, falleció en el hospital Luis Vernaza de la Junta de Beneficencia.

Yinna no quiere acordarse de la noche más dura que le ha tocado vivir en su vida. Vivía feliz con Luis en una casa alquilada, en una cooperativa de la isla Trinitaria. Tenían dos hijos: una niña de 3 años y un niño de 1 año que apenas había empezado a caminar. “Teníamos cuatro años de estar juntos. Estábamos haciendo planes, hacer grande la familia”.

La tarde del miércoles 11 de junio del 2014, hablaron de esos planes, de lo que harían al otro día. “Eso fue a las cinco de la tarde, y a las nueve de la noche….”. Yinna no puede continuar el relato: se le quiebra la voz, se queda en silencio. A las nueve de la noche de ese día la llamaron para informarle que su esposo había quedado gravemente herido, con el 95 % del cuerpo quemado tras una explosión en la fábrica de metales Fundametz, en el km 15,5 de la vía a Daule, donde había trabajado por siete años.

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“El incendio se inició por una explosión en la cubierta de uno de los hornos de fundición, lo cual ocasionó que expulse material incandescente, este material impactó al señor Luis Porozo que se encontraba haciendo su tarea habitual en el área de refinación que se encuentra frente al área de hornos”, señala el formulario de aviso del accidente de trabajo, del IESS.

“Ya han pasado ocho años y no quisiera acordarme; siempre me duele recordar. Nos llevábamos muy bien. Uno planifica. Lo extraño mucho, peor en este momento en que ha sido difícil”, cuenta Yinna, triste, indignada y enojada porque desde la muerte de su esposo hace ocho años aún el IESS no la indemniza por ese accidente laboral, y tampoco recibe el montepío al que tienen derecho las viudas de los afiliados y sus hijos menores de edad. La niña tiene ya 11 años y el niño, 9. Con los recursos que gana cuidando a una persona mayor, los alimenta, cura sus enfermedades y los manda a la escuela.

He luchado ocho años y no encuentro una respuesta; no ha habido un profesional del IESS que se haya sentado a decirme que vamos a despachar el caso. Siguen sin pagarme nada; no me quieren reconocer. Incluso, ayer (6 de septiembre) fui a dejar una carta a la economista María Fernanda Moreno Díaz, coordinadora de Riesgos de Trabajo en Guayas, y aún nada

Yinna, quien perdió a su esposo en un accidente laboral en 2014.

“Mi esposo —recalca Yinna— murió en un accidente laboral. ¿Dónde están los derechos de mi esposo, los derechos de mis hijos?”. “Hay un quemeimportismo: ‘Ya murió tu ser querido, ya bótalo en la basura’, porque eso han hecho en el seguro: en el seguro día a día sus sentimientos los botan a la basura; no hay un profesional que lo atienda como debe ser”, reclama la viuda.

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El esposo de Yinna no fue el único que falleció en la explosión de Fundametz. Esa noche también murió Rodolfo Esmeraldas Martínez, de 23 años, esposo de su prima Nury Caicedo, con quien tenía una niña recién nacida y que hoy tiene 8 años.

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“Él vino a buscar trabajo; no había en Esmeraldas. Nosotros somos de San Lorenzo. Yo estaba recién dada a luz. Me llamaron a las diez de la noche: que había sucedido un accidente. Mi hermana fue a confirmar si era él. Yo lo pude ver al día siguiente; no pude hablar con él. Cuando yo llegué, una doctora me dijo que él llegó hablando, pero cuando lo sedaron ya se quedó en coma. Él estuvo cuatro días en el hospital y falleció”, cuenta Nury, de 34 años.

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Como Yinna, ella tampoco recibe el montepío que le corresponde. Tras la muerte de su esposo, Nury volvió a San Lorenzo, al recinto San Francisco, donde vive con su hija, y desde allá impulsa a su prima Yinna para que pelee por ambas. “No hay trabajo. Yo vivo de quienes tienen finca y me llaman para ir a recoger chocolate. Otros me ayudan con la receta de mi hija, que sufre de alergias, alergias a todo: al polvo, perros, gatos. Toma un medicamento. No puede vivir donde vivimos, porque es polvoso, pero igual no podemos ir a otro lado”, dice Nury desde el recinto San Francisco, donde tiene luz y, a veces, agua.

“Teléfono, no; internet tienen las otras personas, pero yo no. La niña está en tercer grado. No le he querido explicar lo crudo que le pasó a su papá; solo le digo que falleció en un accidente y que lo sepultamos en Santo Domingo”, cuenta Nury. (I)

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