Nota del Editor: El nombre del protagonista de esta historia lo mantenemos en reserva por responsabilidad, en un momento en que la delincuencia es una amenaza permanente.


Los conductores del transporte pesado se exponen a siniestros de tránsito y a los riesgos por el mal estado de las vías, pero no es lo único. La situación climática y la inseguridad también hacen que manejar un camión en Ecuador sea un oficio peligroso.

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Las cargas más apetecidas por los asaltantes son los productos para el cuidado personal, como jabones, cremas, champús y desodorantes, según el operario de una empresa de logística, quien afirma que este año no hay semana en la que no se registre un robo o intento de asalto a un transportista pesado.

“Si no es a nosotros, a la competencia. Hay filtración de información desde las bodegas; en muchos casos, los delincuentes saben qué camión tiene la mercadería más cara o apetecida, que son por lo general los productos de cuidado personal”.

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Existe fuga de información, agrega el operario; por eso, los ladrones saben qué vehículo quieren robar. “Nos han tocado casos en los cuales se confunden de vehículo y preguntan por el otro o no llegan todos los carros. Son tan osados que reclaman al que detuvieron creyendo que se trataba del que querían robar, al ver que no es”.

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Carlos (nombre protegido), un técnico en electricidad de 50 años de edad, palpó la inseguridad cuando una bala atravesó su parabrisas y casi perfora al andar el techo de la cabina de su camión de dos ejes, cuya capacidad es de doce toneladas.

Ocurrió alrededor de las nueve de la noche del martes 28 de marzo pasado, a la altura de la entrada al sitio El Achiote, en la vía que une El Triunfo con Bucay, en Guayas. Carlos, quien también es dueño del automotor, llevaba tuberías para redes de agua potable y alcantarillado, y era parte de un convoy que se dirigía desde Durán hasta Sangolquí, en Pichincha, que incluye el tramo donde ocurrió el asalto.

“El hecho de ir en caravana me daba tranquilidad, ya que íbamos varios en hilera. Llamamos ‘convoy’ cuando transportamos en conjunto varios camioneros. Cuando uno va solo se pone a la defensiva, debido al riesgo de un asalto; uno está expuesto; entonces, hasta cierto punto, se va a velocidad. Este no era el caso”.

El asalto a mano armada se dio pese al convoy (hilera de camiones), en el que se mantiene la distancia requerida para alcanzar a frenar ante cualquier eventualidad. Un carro pesado tarda más tiempo en detener su marcha totalmente.

Un automóvil gris fue rebasando esta caravana con las luces apagadas y por la izquierda, lo que no es permitido. De repente, los asaltantes intentaron atravesar este auto delante del camión de Carlos, quien optó por seguir sin detenerse, zigzagueando hacia este carro.

Al ver que le dispararon, lo que hizo fue desparramarse hacia la parte de atrás y a la izquierda, o sea, hacia la ventana del automotor para intentar ponerse detrás de un parante, que los choferes ven como un escudo. El cinturón de seguridad fue un obstáculo en ese caso, cuenta.

Ellos también tienen miedo, por lo que no se cruzaron completamente; lo que querían era intimidarme para que me detuviera, pero no lo hice. Iba a unos 70 kilómetros por hora. Me agarré fuerte del timón, porque al ir con carga y a esa velocidad no sabes cómo va a reaccionar el camión; entonces, hay que controlarlo. Al auto pequeño lo envié hacia la izquierda de la vía, al carril contrario, hasta la cuneta, como una bola de billar, y vi que dos de los hombres se botaron y salieron corriendo. Asumo que tenían miedo de que los embistiera, pero yo solo seguí”.

En medio de la maniobra, pues, el asaltante armado disparó hacia la cabeza de Carlos. Fue como ver la muerte de frente, cuenta.

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La bala no lo rozó, pero los restos del parabrisas que salpicaron por doquier dejaron heridas en su cara. En ese momento, el conductor pensaba que le habían disparado, ya que la sangre se escurría por su rostro, pero avanzó hasta el peaje, donde recibió atención médica y confirmó que solo tenía heridas.

“Quedé bañado en sangre, me ardía la cara, la sangre por ratos no me dejaba ver y me limpiaba. Me tocaba por todos lados, el cerebro, para ver dónde estaba el impacto de la bala, pero por la gracia de Dios no me dieron”.

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Los restos del parabrisas se le incrustaron en ojos, quijada y boca, por lo que no podía ni ingerir líquidos.

Desde el robo no ha retomado los recorridos por las vías del país, ya que no tiene dinero para arreglar el parabrisas ni el guardachoques, que también quedó dañado.

Su esposa y su último hijo, de doce años, con quienes vive en Ambato, dependen de su manutención. Esta semana recibió el último depósito que tenía previsto, justo el correspondiente a esta carga con tuberías que llevó a Sangolquí.

Carlos migró a Estados Unidos, donde laboró con una visa de trabajo. Allí ahorró dinero y, al regresar, compró un transporte pesado. Foto: CORTESÍA

Carlos escogió aquel 28 de marzo subir la cordillera por Pallatanga, pues las otras opciones hacia Quito estaban afectadas por derrumbes. De esto se entera en tiempo real, ya que está en cuatro grupos de WhatsApp en los que los conductores del transporte pesado comentan sobre las mejores opciones para avanzar.

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No sabrá cuál era la verdadera intención de los asaltantes: si robarle la carga, el camión, sus pertenencias —como dinero y el celular— o incluso iniciar el robo de ahí al resto de camioneros que iban en la hilera.

El vehículo de Carlos es cerrado, por lo que no se ve desde el exterior el contenido de la carga. La reacción de evitar el robo es común cuando el chofer es también dueño del transporte asaltado, como este caso.

Es una inversión costosa. Hay camiones nuevos que cuestan entre 26.000 dólares y más de 100.000 dólares. Algunos migran al exterior, donde trabajan para conseguir el capital. Cuando retornan al país, adquieren el transporte pesado.

Carlos se graduó y creció en Ambato, pero en 2001, cuando tenía 28 años de edad, migró a Estados Unidos, donde trabajó manejando camiones con la validación de su licencia profesional. Allá reunió dinero y retornó al país a finales del 2009. Con lo conseguido invirtió en la compra de un transporte pesado.

“No me convencía la educación de los hijos, y como tenía dos hijas (que ahora tienen 25 y 23 años), pues, decidí regresar”, asegura.

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Para él, su camión es su sustento de vida, de ahí el riesgo que asume para defenderlo. Solo tiene un seguro de daños a terceros, indica, por lo que las averías tras el asalto deben ser cubiertas por él mismo: “Es lo que se alcanza a cubrir. Apenas se gana para mantenimiento, combustible y algo más queda. No se puede ahorrar, uno sale con las justas”, señala.

El automotor que tiene ahora lo compró a 35.000 dólares a principios del 2021, en plena pandemia; es de segunda mano, del año 2013.

Tras el asalto, Carlos se encontró al inicio con policías que le dijeron que mejor siguiera su camino, que no denuncie. Él les pidió que fueran al punto donde quedaron accidentados los asaltantes, pero afirma que está seguro de que no fueron.

Me dijeron que, si ponía la denuncia, mi camión quedaría retenido. Entonces, lo conversé con la empresa de logística, y mi sentido de responsabilidad me hizo continuar. Tenía que llevar la carga”.

Más adelante se detuvo en una UPC (Unidad de Policía Comunitaria) de Cumandá (en la provincia de Chimborazo), donde esperó la llegada de custodia privada.

Cuando iba se encontró con otros policías que lo escoltaron en un patrullero hasta Cumandá. “Estos eran de los buenos”.

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Tras el asalto, el camión quedó en condiciones para seguir, por lo que Carlos avanzó con la carga hasta el destino final. Foto: CORTESÍA

El intento de asalto a Carlos quedó finalmente denunciado en la Fiscalía del Ambato, donde le dijeron que iban a llamarlo para realizar las pericias en El Triunfo, en Guayas, donde ocurrió el hecho.

Realmente, a los asaltantes no les importa nada a quién matan o neutralizan; solo disparan a matar. Si me daban en la frente, ya no vivía para contarlo. Estoy tratando de arreglar el vehículo yo mismo. Ahora de lo que más dispongo es tiempo”.

El operario de la empresa de logística cuenta que en 2019 se dio el caso de un chofer que fue asesinado por oponerse a un asalto. “Puso resistencia y le dispararon. Por no dejarse robar, les tiró el carro, pero en ese caso la bala le llegó y lo mató. En la mejor de las situaciones, solo hay el daño material (como el caso de Carlos)”.

Hace dos semanas, a un conductor lo emboscaron y le apuntaron en el baipás de Quevedo, anillo que los conductores llaman la “zona cero” o “de la muerte”. Él no puso resistencia, por lo que le robaron el camión con la mercancía que llevaba y lo dejaron botado en la carretera.

El punto donde ocurrió la emboscada es conocido así porque es un tramo de la vía oscuro que tiene rutas a los costados para desviarse. Son las condiciones óptimas para los atracos.

“Luego el ladrón que conducía el camión robado se encuneta y se queda el carro atrapado. Sacan la mercadería lo más pronto, pero no alcanzan a llevarse toda, y dejan el carro. En los siguientes minutos, la tierra donde quedó el camión se erosionó y este cayó al barranco”.

Por lo general, los camiones robados no son encontrados, ya que los asaltantes usan tecnología para inhibir el rastreo satelital, agrega el operario, o llaman a sus dueños a extorsionarlos a cambio de devolvérselos.

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Otro dueño de camión fue asaltado en noviembre del 2022. Él había comprado el carro con sus ahorros tras trabajar por quince años en España.

Estaba descansando parqueado en una gasolinera de Santo Domingo de los Colorados cuando despertó por el sonido del vidrio de la ventana que se resquebrajaba. “Como trató de poner resistencia, lo sacaron del carro a golpes y se llevaron el camión cargado. Normalmente sabían dejar los carros botados, pero este era caro; entonces, ya no lo volvió a encontrar, hasta ahora. En una noche perdió su herramienta de trabajo adquirida con quince años de trabajo”.

Las últimas rutas que Carlos cubría salían desde Durán hasta Ambato, Cuenca, Loja, Riobamba, Guaranda, Latacunga, Quito, Sangolquí, Ibarra y Tulcán, en la Sierra. Hacia Esmeraldas, Santo Domingo de los Colorados, Machala y Pasaje, en la Costa. Y Macas, Joya de los Sachas, Lago Agrio, Coca y Shushufindi, en el Oriente.

Las vías que finalmente se decide transitar se escogen en función del tipo de carga que se lleva. Cuando es una carga pesada y delicada, pues, se escogen las rutas más rápidas y directas para que no se maltrate la mercancía. Si es liviana y no perecible, se selecciona la vía que está en mejor estado, sin importar que la distancia sea mayor.

“Hay muchos factores que determinan el camino que finalmente se escoge. En el caso de Guayaquil hacia Quito, siempre prefiero y escojo la que es por Santo Domingo-Alóag o la Balsapamba-Guaranda-Ambato. No me gusta usar la ruta Pallatanga-Riobamba, porque el estado de la vía es por lo general deplorable”.

Carlos tiene una consigna clara cada vez que se expone a los riesgos en las vías: “La vida del chofer es una rifa aquí en nuestro medio, donde se infringen las normas de tránsito; acá todos hacen lo que más pueden. Cuando uno va por la carretera, hay que encomendarse al Creador, porque no se sabe si de aquí a un kilómetro o dos o a 100 o 200 km uno va a fracasar”. (I)

Así quedó el camión que cayó por un barranco, luego que el carro había sido robado en el tramo del baipás de Quevedo, en la provincia de Los Ríos. Foto: CORTESÍA