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La mortalidad por el COVID-19 puede bajar del 40 % al 2,4 % en el grupo de los internados que ya tienen las dos dosis de la vacuna

La reducción se dio en el hospital del Guasmo Sur de Guayaquil.

Pocas personas acuden al colegio Quito, ubicado en el sur de la capital nacional, para la segunda dosis de la vacunación. Foto: Carlos Granja Medranda

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La mortalidad por el COVID-19 se reduce a medida que aumenta el porcentaje de personas vacunadas. El jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital del Guasmo Sur, José Vergara, corrobora los estudios internacionales con la situación local.

Entre el 1 de junio y el 15 de agosto de este año ingresaron a terapia intensiva de ese hospital público del sur de Guayaquil 155 pacientes con coronavirus, de los que 124 no habían recibido ninguna dosis de la vacuna, 31 fueron inmunizados con al menos una primera dosis y 3 de ellos ya tenían las dos dosis completas.

En el primer grupo, la mortalidad fue de alrededor del 40 %, dice Vergara; en el segundo, bajó al 29 %; y entre los completamente vacunados representó casi el 2,4 %.

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Esto indica que, por un lado, tienes que vacunarte y que hay que recibir las dosis completas”, asegura Vergara. “Primero se llega a UCI con una enfermedad grave. Todo paciente en esa condición tiene lo que llamamos un ‘deterioro de su inmunidad’. Esto lo expone a nuevos riesgos, como las infecciones intrahospitalarias. Por lo general son personas que tienen un tubo en la garganta, elementos que los exponen a potenciales infecciones”, reconoce. El riesgo de morir se eleva, ya que los casos pueden complicarse, agrega.

El problema es la prescripción de antibióticos para combatir las infecciones pulmonares estacionales que tienen un origen viral, las cuales no se tratan de esa forma, explica Vergara. “Cuando no se requieren y se ingieren, se pueden desarrollar infecciones con bacterias resistentes; entonces, cuando ya se infectan, ese antibiótico podría ya no ser efectivo”, asegura.

El segundo impacto es la automedicación, ya que las personas acuden a las farmacias a comprar antibióticos cada vez que tienen temperatura alta. “Creen que tener fiebre es igual a estar con infección bacteriana (para las que sí se necesitan antibióticos), y eso no es así. Esto promueve la resistencia bacteriana”, explica Vergara.

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Cuando un paciente es dado de alta tras estar internado y hasta 90 días después de salir del hospital es diagnosticado con una infección, se considera que esta es intrahospitalaria. “Han salido colonizados, pero es muy poco probable que las transmita a otros en la comunidad”, dice.

En los hospitales hay protocolos para reducir este riesgo, que están estandarizados a través de la Organización Panamericana de la Salud.

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Mabel Ramos, presidenta de la Sociedad de Infectología del Guayas, afirma que “en los hospitales hay que generar políticas, normas y procedimientos basados en evidencia científica para disminuir el riesgo de adquirirlas, dotar de insumos necesarios, no reutilizar; y si lo hacen, que sea de acuerdo a lineamientos estandarizados, controlar y supervisar que se cumplan estos protocolos”.

La especialista cuenta que en el 2009, cuando apareció en el mundo la resistencia a las Carbapenemas, al poco tiempo, debido a la globalización, también se aisló en Ecuador. “Actualmente son un problema de salud pública. La Organización Mundial de la Salud ha publicado varias recomendaciones para frenar su propagación”, indica.

Hay pocos antibióticos en el mundo para combatir la multirresistencia, agrega. “En el país existen fármacos que no forman parte del cuadro nacional de medicamentos y que pueden ser una ayuda en cierto grupo de pacientes”.

Milton Chang Man Ging, jefe del Servicio de Infectología del Hospital Luis Vernaza de Guayaquil, asegura que la inflamación que genera el coronavirus ofrece un escenario para la prescripción de otras infecciones, sobre todo bacterianas. “Todos los mecanismos de respuesta inflamatoria en el pulmón de defensa se alteran, no quedan tan funcionales como en los pacientes que no han tenido COVID-19”.

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Las infecciones intrahospitalarias son frecuentes en los pacientes que están en UCI en Ecuador y en el mundo, añade. “Es la principal causa de fiebre posterior a una internación prolongada”, manifiesta Chang Man Ging.

La que sí se contagia en el exterior, en la comunidad, es la tuberculosis que se origina por una microbacteria. “Esta queda flotando en el aire, por eso es más transmisible”.

De ahí la importancia de hacer seguimiento a las variantes que generan las infecciones, trabajo que hace el Instituto Nacional de Investigación en Salud Pública en el caso del COVID-19, que es un virus que evoluciona y muta al replicarse.

Alfredo Bruno, experto en microbiología, explica que, según la evidencia científica, en el país ya circulan las variantes de preocupación alfa, gama y delta, denominadas así por la Organización Mundial de la Salud.

Las tres están asociadas con un incremento del nivel de transmisión, probablemente, porque existen con mayor carga viral, por lo que son más eficientes, pero no hay evidencia de que sean más mortales.

“Las medidas de precaución ante estas son las mismas de siempre, independientemente de las variantes. La protección es con lavado constante de manos, distanciamiento social, la vacunación cuando les toque y el uso de mascarillas”, dice Bruno.

Hay diferencias entre un virus y una bacteria. Los primeros para poder replicarse necesitan estar dentro de una célula. “Las bacterias pueden permanecer, aguantar ciertas temperaturas; el virus no resiste mucho fuera de la célula, muere rápidamente, por eso la transmisión es de persona a persona de manera inmediata”, manifiesta Bruno.

Los mecanismos de transmisión de una bacteria son similares a los de un virus. “Este último no resiste mucho tiempo en el ambiente en climas tropicales, solo horas. La bacteria sí perdura, es mucho más resistente”. (I)

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