Como toda persona que consigue un empleo, Carla estuvo emocionada hace siete años cuando fue contratada de manera eventual para una institución académica muy reconocida en Ecuador y en la región. Se desempeñó bien y al poco tiempo firmó un contrato indefinido.

Todo funcionaba normal hasta que llegó la pandemia del COVID-19 y por ende fue enviada a teletrabajo. Carla estaba preocupada porque en su casa vivían cinco personas y una menor de edad que recibía clases telemáticas. Para todos había una computadora y fue “una locura”, que duró siete meses.

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La madre de Carla usaba la computadora para trabajar, sus otros familiares también y la niña para la clase. Carla trabajaba en los instantes que podía, de noche y de madrugada por la falta de equipos.

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Ella notificó esa eventualidad a la empresa y nunca tuvo respuesta. De hecho, llamó al encargado y tampoco le dio una solución. Al final, Carla pudo comprar una computadora a un amigo y así trabajó a partir de septiembre del 2020.

Con el tiempo su trabajo se volvió mixto, es decir, iba a la oficina y trabajaba en casa, pero ya no tenía una desconexión. Le escribían los fines de semana, en los días regulares durante las noches y en la madrugada hasta que llegó a un punto de extremo estrés, que pidió ayuda a la empresa, pero no fue favorable. Decidió ir a terapia porque pasaba enferma todos los días con dolores de cabeza, de estómago, sentía ansiedad, paranoia y demás.

Con ese escenario, su terapista le recomendó una licencia por seis meses y Carla la solicitó sin sueldo porque no era tan “justificable” su estado.

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Ella descansó ese tiempo, se recuperó y volvió “con buenas energías”, pero a su regreso la despidieron. En ese momento, Carla sintió que todo regresó: “Me dio ansiedad, todo lo que comía lo vomitaba, lloré”.

Ahora Carla está coordinando junto a una abogada para plantear una demanda porque considera que la empresa “perjudicó su salud”. Ella aún no se recupera, debe realizar ejercicios de respiración y no pensar tanto en el futuro, que es lo que más le aterra por sus deudas.

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La situación de Carla también la viven otros trabajadores, quizás en diferentes circunstancias, pero siempre enlazados a una falta de desconexión laboral, aspecto que está normado en el Código Laboral, como periodo de descanso de 48 horas y en el acuerdo ministerial n.º MDT-2022-237, del 23 de diciembre de 2022, que debe ser de al menos doce horas continuas en un periodo de 24 horas cuando termina la jornada.

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Este último documento, en su artículo 14, también menciona que el empleador debe contar con una política de desconexión laboral, que incluya, entre otros puntos, medidas de capacitación y educación en respeto a la jornada y un procedimiento interno para tramitar las quejas por el irrespeto al derecho de la desconexión.

La abogada laboral Vanessa Velásquez asegura que estas situaciones son las que provocan las enfermedades profesionales como la lumbalgia crónica, un dolor en la espalda baja. “Hay gente que está quemada de estrés, de nervios. Es importante que la trabajadora social se acerque, pero para variar estos acuerdos ministeriales no dicen nada”, reprocha.

De hecho, ese documento, en su Disposición Única Transitoria, estipula un plazo de 90 días al empleador para que implemente la política de desconexión, más o menos antes que finalice el mes de marzo.

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Para la psicóloga clínica Susan González, la desconexión es más que necesaria porque la salud mental no es un “juego”. “A veces se cree que se puede aguantar, tolerar, pero hay que tener en cuenta que esta sobrecarga progresiva o falta de descanso del trabajador lo que va a hacer es borrar un sujeto. Ya no hay un sujeto, más bien estamos hablando de un objeto como si fuese un robot y no somos un robot. Tenemos deseos, una vida, relaciones”, argumenta la especialista.

González alerta que las primeras señales son los malestares como fuertes dolores de cabeza, en piernas, brazos, estómago y sensaciones como enojo y tristeza. Pero, al incrementarse esa sobrecarga, se vuelven en vómitos, desmayos, ya no verle sentido a la vida y por ende suicidarse.

La psicológica clínica aconseja a sus clientes y a los demás ciudadanos pensar en lo siguiente: “No podemos cambiar nuestra vida por un trabajo”.

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González reconoce que la situación económica es compleja, pero asevera que sin buena salud es imposible continuar. “Hay muchos trabajadores que por miedo de perder su trabajo, de enfrentar al jefe se reprimen y caen en una posición de objeto para el otro, en donde no puedes sentir, no te puedes quejar. Es muy difícil salir de esa posición y la terapia es necesaria. Tener un lugar donde quejarse, desahogarse, poco a poco salirse de esa posición, pero no siempre son comprendidos (por los empleadores) y una de las medidas que llegan a tomar es salirse de ahí porque su vida empieza a correr peligro”, explica la doctora, quien señala que la solución no siempre es renunciar sino que ese círculo cambie, te respete, pero si no es posible, es mejor dar un paso al costado.

Estos casos están llevando a que exista la denominada “gran renuncia”, enfatiza Sebastián Lima, director de calidad y servicio de Adecco Ecuador, quien añade que no solo es por la afectación a la salud mental sino la falta de oportunidades.

“La pandemia trajo la pérdida de trabajo, por ende la empresa busca optimizar y hace que una persona asuma más responsabilidades, que no estaban contempladas al inicio y hace que recaiga en un agotamiento mental. Entonces, ya se sienten cansados de hacer varias funciones tal vez por el mismo salario porque en algunas industrias no se ven buenos resultados”, afirma Lima.

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Adecco realizó un estudio en 25 países en el 2022, incluido Ecuador, donde se determinó que el 72 % no está preocupado por perder su trabajo, cifra que aumentó en comparación con 2021 cuando fue del 61 %. Además, una cuarta parte de los 30.000 encuestados sienten que su salud mental ha empeorado durante el último año, donde las mujeres son las más preocupadas. Así también, uno de cada dos trabajadores está preocupado por experimentar agotamiento en el futuro.

El estudio revela que hay un 36 % que dice haber sufrido burnout (desgaste laboral) y uno de cada cuatro ha dejado la fuerza laboral por este motivo.

Lima considera que el área de recursos humanos es estratégica cuando se dirija a la gerencia general. “Ir con números reales de cuánto estamos perdiendo por no retener a un talento (por la sobrecarga). Hay que hacer un presupuesto para desarrollar a mi talento, capacitarlo, generar engagement sin tener que llegar al irrespeto de derechos”, opina Lima. (I)