Matías, de 11 años de edad, y Esteban, de 13, perdieron el cuarto y octavo año de educación básica que cursaban respectivamente en el 2020, en medio de las medidas de confinamiento por la pandemia del COVID-19.

Ambos asistían a la Unidad Educativa Fiscal Abdón Calderón Muñoz, ubicada en las faldas del cerro Santa Ana, en Guayaquil, pero no pudieron seguir la enseñanza a través de las fichas pedagógicas y abandonaron los estudios en línea.

“Mi esposo y yo tuvimos que retomar nuestros trabajos, no había nadie que los controle en el internet. Tampoco tenemos computadora ni tablet. La conexión es de mala calidad y entraban desde un celular, por lo que no siguieron”, afirma su madre, Patricia Merchán, de 33 años, quien vive en una de las casas de la parte regenerada del cerro Santa Ana.

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Con ello se sumaron a los 75.566 que desertaron del sistema educativo y los 30.037 que no fueron promovidos a la instancia superior en Ecuador en el periodo lectivo 2020-2021. En conjunto llegan a 105.603.

Son cifras menores a las registradas antes de la pandemia. Un total de 90.665 dejó de estudiar tras matricularse y 83.372 no fueron promovidos en el periodo lectivo 2018-2019. Ambos suman 174.037.

Patricia hará el trámite para que sus hijos retomen sus estudios en este 2022 de forma presencial en la educación pública, tras perder dos años de escolaridad. No quiere que repliquen su historia, ya que solo terminó la primaria. “En el campo lo único que nos hacen estudiar es la escuela. De ahí, migré del sitio San José de Tranca, en Palenque (en la provincia de Los Ríos), a Guayaquil para trabajar en casas”, acota, actividad que mantiene.

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La pandemia del COVID-19 también afectó al periodo lectivo 2019-2020, cuando 90.854 estudiantes abandonaron las escuelas y colegios o perdieron el año, una cantidad igualmente menor que la del 2018-2019.

¿Por qué menos se quedaron de año durante la pandemia?

En el caso de la educación pública, se explica en que hubo menos filtros de evaluación en algunas de las instituciones educativas, ya que se instauraron cambios que implicaron, por ejemplo, la suspensión de los exámenes supletorios, remediales y de gracia.

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“Todo se calificó en torno a proyectos que debían hacerse en casa, por lo que solo se quedaron de año quienes no los presentaron. A los que se quedaron supletorio se les mandaron actividades y prácticamente pasaron; había que ayudarlos lo que más se pudiera, y eso fue lo que se hizo”, asegura la profesora y tutora de décimo año de educación básica de una unidad educativa fiscal del norte de Guayaquil respecto a lo ocurrido en el periodo lectivo 2020-2021.

Recién este año ya tienen un cronograma para tomar exámenes supletorios, remediales y de gracia a los que se queden del periodo lectivo 2021-2022, agrega.

Renata Castillo, coordinadora del programa de educación de la Universidad San Francisco de Quito, afirma que no se debería esperar a que el menor esté por quedarse de año para recién ahí tomar ciertos correctivos: “Si nosotros seguimos un proceso de evaluación formativa en el que desde el inicio podamos detectar dificultades que tienen los estudiantes, pues se responde a vacíos que vienen acarreando de años anteriores o, inclusive, quizás se ven problemas de aprendizaje crítico que necesitan una intervención diferente por parte del profesor, del departamento de psicopedagogía”.

Si no se trabaja en la base o en las razones por las que el estudiante no rinde bien, agrega, es posible que replique la historia de fracaso en el año que repite: “Inclusive, después hasta se retiran del sistema. Como perdieron el año, los papás quizás dejan de ver la importancia de estudiar. Esto pasa más en la educación pública que en la privada, y consideran que son más eficientes fuera del colegio, trabajando”.

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Castillo asegura que se debe cambiar la mentalidad de que ser exitoso implica necesariamente pasar un examen final: “En realidad, podemos ver cómo a través de proyectos, portafolios o de otras formas de demostrar su desempeño, se consiguen los logros de ciertos objetivos con evaluaciones menos tradicionales en las que se vea más el desempeño en general y no solo cómo responden a una prueba de respuestas de opción múltiple, de verdadero y falso, donde quizás por ansiedad, nervios de algunos chicos, pueden responder de manera equivocada”.

Otro factor es la parte emocional, dice Castillo. “Algunos no tienen el desempeño adecuado por el hecho de que tal vez tienen problemas en la casa, problemas de autoeficacia, ansiedad, depresión, y eso no les hace responder de acuerdo a su potencial. (Hay que) mirar todos estos aspectos antes de tomar la decisión de dejarle de año o no”.

También está la dificultad de los que pasan con las justas, acota Castillo, con vacíos de aprendizaje cuyo efecto se observa en los últimos años de escolaridad: “Lo que va a pasar es que en los últimos años del colegio, ya en el bachillerato, estarán muy atrás del resto de sus compañeros. Inclusive estos chicos, al graduarse, van a la universidad con desventaja y pueden replicar nuevamente el fracaso”.

La responsabilidad del fracaso no solo recae en los docentes, afirma Castillo. “A los profesores les falta apoyo de parte de las instituciones, del mismo Ministerio de Educación y sobre todo de las familias. El profesor tiene que justificar todo lo que hizo y él porqué le dejó de año al estudiante. Es un poco poner toda la responsabilidad en el docente, cuando en realidad el éxito o fracaso del estudiante depende de él mismo, de la familia, de la institución educativa; obviamente, también del profesor, pero inclusive de todo el sistema, cómo está armado el currículo, la forma de evaluar. A la final, es culpa de todo un sistema. Lo que termina pasando es que algunos profesores mejor le pasan de año, porque así se evitan todo este trámite de justificación que deben hacer”.

Bryan Naranjo repitió primer año de bachillerato y, tras graduarse y conseguir un cupo, dejó sus estudios de educación superior en la Universidad de Guayaquil en 2021. Dice que no replicó la historia de cuando era más joven, aunque sí reconoce que quedarse de año significó una oportunidad de aprender de sus errores y conocer las consecuencias de los actos.

“En su momento lo vi como si los maestros estuviesen en mi contra; bueno, uno en particular; o como si no hubiera tenido las oportunidades suficientes. Pero nada de eso es cierto. Tuve muchas oportunidades, quizás más de las que debería haber, y los maestros siempre me apoyaron”, indica.

Una de las motivaciones para dejar la educación superior fue encontrar un trabajo, que aún no consigue. “Abandonar los estudios genera mucha incertidumbre, pero continuaré con mis estudios superiores a su respectivo tiempo, obtendré mi título y ya veremos qué sucede con todo lo demás”, indica.

La ayuda en el hogar es un soporte para que el estudiante tenga éxito

Mauricio Sánchez, esposo de Patricia, tiene un negocio de venta de comida en el peldaño 100 de la escalinata del cerro Santa Ana, pero sus ingresos decayeron por la falta de turistas en medio de la pandemia, lo que se mantiene tras el asesinato de un ciudadano holandés, en enero pasado, en medio de un robo a mano armada.

“Se endeudó con una moto y ahora reparte comida como Uber. Tampoco pasa en casa. A nuestros hijos los dejamos con una tía que me ayuda. Tengo una pequeña de nueve meses”, indica Patricia, quien retorna al hogar a las 16:00.

Matías y Esteban incluso cuidan a su hermana menor un par de horas cada día, de lunes a viernes, periodos diarios en los que la tía tiene que irse hasta que llega Patricia.

Tras abandonar sus estudios en el 2020, ya el año pasado no fueron matriculados. “Este año sí pienso inscribirlos”, agrega Patricia.

Otro de los impactos de la pandemia es el aumento del número de menores en edad de estudiar que no están matriculados en el sistema educativo nacional.

Solo en el actual periodo lectivo 2021-2022 se estima que 752.662 menores con edades de entre 3 y 17 años no se matricularon el año pasado, que es la diferencia entre el número de matriculados y la proyección poblacional del Instittuto Nacional de Estadística y Censos (INEC) para esos años.

El número de matriculados en todo el sistema educativo pasó de 4′386.324 en el 2018 a 4′346.820 en 2019 y a 4′266.225 en 2020.

Es una tendencia decreciente que se mantiene desde el 2015 y que es más pronunciada a raíz de la pandemia, luego de que se había alcanzado una matriculación casi total al menos en la educación primaria.

Matías y Esteban están en ese grupo de no matriculados. En el actual periodo lectivo 2021-2022 se inscribieron 4′256.495 estudiantes, la menor cantidad de los últimos siete años. Fueron 80.595 menos respecto al 2020-2021

La pobreza de aprendizaje afecta al 53 % de los menores de diez años de edad en Ecuador

Los niveles de aprendizaje de los jóvenes ecuatorianos son muy bajos, indica Max Núñez, director de Innovación y Competitividad del Municipio de Portoviejo.

Los resultados de la última evaluación estandarizada realizada a los estudiantes de tres niveles del sistema educativo (séptimo y décimo año de educación básica y tercero de bachillerato) en cuatro áreas del conocimiento, en el periodo lectivo 2019-2020, señalan que el 65 % de ellos tuvo calificaciones de entre “elemental” e “insuficiente”.

“En matemáticas, el 68 % sacó ‘elemental’ e ‘insuficiente’. Eso ya es una alerta de lo que estaba pasando. La pandemia lo que hace es profundizar más estos vacíos”, indica Núñez.

El reto está en que el aprendizaje no necesariamente tiene que estar evaluado por la presentación de tareas o las pruebas, sino que las actividades o lecciones tengan un propósito: “No es que nunca se tienen que hacer deberes, lo que pasa es que es un aprendizaje basado en proyectos. La gran diferencia es que no son tareas por enviar. Hay algo con propósito, un proyecto para tener un resultado al final del día. Lo que están aprendiendo se aplica en algún proyecto y esas tareas se convierten en una actividad con sentido; no son por cumplir un portafolio o llenar una carpeta de actividades”.

Hay un índice de pobreza de aprendizaje que mide las brechas existentes entre los niños menores de diez años de edad: “Se observa si pueden leer un párrafo corto y si pueden hacer una operación matemática. O sea, no es una evaluación en la que se busca saber qué tanto conocimiento tiene un estudiante, sino simplemente saber si un estudiante es capaz de leer un párrafo y entenderlo y de resolver una operación matemática, antes de que cumpla los diez años”.

En Ecuador, el 53 % de los evaluados no pasó esta prueba antes de la pandemia. “En esto hay un reto grandísimo, ahora, con los problemas emocionales, falta de contacto con los compañeros, falta de tiempo en la interacción con el profesor para que pueda acompañarle, si no tuvo conexión a internet o no fue matriculado por la falta de recursos, etcétera. Con todos esos agravantes de la situación, ese porcentaje puede subir muchísimo de aquí a unos años más. Esto se verá reflejado en toda una generación, en la calidad de vida de estas personas y, al final del día, en el nivel de ingresos que tendrán”.

Cinco de cada diez menores de diez años tienen deficiencias básicas de aprendizaje. (I)