El médico Danilo Galecio tiene diez años ejerciendo en medio de la adrenalina de las áreas de emergencia y de cuidados intensivos de dos centros hospitalarios de Guayaquil, además de trabajar en una ambulancia.

Es una labor en la que se lidia con la muerte a diario, desde informar el fallecimiento del ingresado a los allegados y ver morir a las personas en distintas circunstancias hasta el peligro de infectarse de virus, bacterias y hongos.

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A este riesgo se suma la atención de las personas heridas en balaceras o asesinatos. Incluso hay momentos en los que la violencia se vive en los mismos quirófanos con familiares que amedrentan a mano armada a los médicos, exigiendo que salven la vida de los afectados.

A las 20:00 del 29 de diciembre pasado llegaron dos heridos de la balacera ocurrida justo en las inmediaciones del Centro de Atención Ambulatoria Valdivia del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en el sur de Guayaquil, donde Danilo labora en el área de Emergencia. Fue un hecho que causó cuatro fallecidos en medio de una disputa entre bandas, según informó la Policía.

Mientras suturaba la herida de bala que raspó el cuero cabelludo (la superficie del lóbulo occipital del cerebro) de un hombre de unos 30 años, uno de los heridos, la balacera seguía en el exterior, por lo que todos tuvieron que tirarse al piso.

“Allí se aplicó el código plata, que es el que se ejecuta ante ese tipo de emergencias, por lo que cerraron la unidad. Parte del personal médico corrió y subió al primer piso, solo los pacientes que estaban en observación permanecieron inertes en sus camas. Fue un momento de tensión. Se escuchaba como si las balas atravesaran la sala de Emergencia, pero no entró una bala perdida porque ya todo estaba cerrado. Las madres, niños y adultos que habían llenado la sala se miraban alarmados, fue una experiencia de película”.

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La sutura se hizo luego que se confirmó en una radiografía que la bala no había afectado o comprometido al hueso del cráneo. Allí finalmente se culminó el procedimiento.

Danilo siguió con la atención del otro herido, un hombre de unos 65 años en el que la bala entró por el hombro y atravesó el pulmón. “Mientras los atendemos nos cuentan lo sucedido. El más joven dijo que llegó a dejar el carro de su trabajo cuando comenzó la balacera, luego vio que sangraba de la cabeza. El otro decía que era vecino de la zona y que pasaba justo cuando empezaron los disparos. Después en los videos de seguridad que captaron el hecho se ve que estaban jugando naipes cuando empieza todo”.

La atención de ambos, a puerta cerrada porque el enfrentamiento a bala continuaba en el exterior, duró hasta las 22:00. El adulto mayor fue transferido al hospital Teodoro Maldonado Carbo del IESS. “La Policía como siempre recién se apareció como tres horas después, a eso de las once de la noche, a preguntarnos quiénes eran los heridos que habíamos atendido”.

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Los dos pacientes sobrevivieron. Danilo también labora en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital León Becerra, en el sur de Guayaquil, adonde también llegan los heridos de los crímenes. “En ese caso eran los afectados de la balacera del barrio Cuba ocurrida hace un mes. Fueron dos baleados, uno de 15 años que tenía una herida en el abdomen y el otro, una bala en el ojo”.

Aunque lo que más atiende en UCI son los casos de terapia intensiva derivados de otros hospitales con cuadros graves de neumonía, dengue con signos de alarma, tumores cerebrales, hemorragias, complicaciones de cirugías.

Danilo Galecio, de 36 años de edad, es médico de terapia intensiva en el hospital León Becerra, en el sur de Guayaquil. Foto: José Beltrán

“Una de las situaciones del área de Emergencias es que no conoces el destino final de los que atiendes ya que no los vuelves a ver; en cambio, en UCI ya tienes la historia más completa. Lo más gratificante es ver que los pacientes que llegan mal salen recuperados y agradecidos tras sufrir derrames o caídas que han tenido con golpes en la cabeza”.

Danilo cuenta que no le tiene miedo a la muerte, pero que la respeta porque no se sabe cuándo puede llegar. “Un día estás y al otro día ya no, pueden atropellarte cruzando una calle o caerte de una moto”.

La pandemia del COVID-19 marcó un antes y un después en la experiencia del personal médico por la alta tasa de mortalidad que hubo en su momento, sobre todo al inicio.

De esa etapa recuerda una guardia de 24 horas, justo días después del 16 de marzo del 2020 cuando se dispuso el aislamiento en los hogares, en la que fallecieron diez personas en el área de Observación del Centro de Atención Ambulatoria Valdivia Sur del IESS, en Guayaquil. Era uno de los puntos desbordados ya que la capacidad máxima de atención era para ocho pacientes, pero estaban veinte de los que había días en los que la mitad moría.

“El resto de días también había siete, ocho, nueve fallecidos, llegaban ahogándose y se desplomaban. Siempre trabajé en pandemia. Del dispensario en Valdivia recuerdo a un paciente joven de 40 años que esperó más de quince días por una transferencia a otros hospitales. El señor al final falleció, le dio una neumonía, insuficiencia renal y falla cardiaca. El COVID-19 afectó al resto de sus órganos ”.

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Ser testigo de estas situaciones deja impactos psicológicos. Son diez muertes que se anuncian a los familiares en una sola guardia de horas, entonces hay un colapso emocional. “Nos turnamos para soportar esta carga. Ante tantos agonizando había frustración e impotencia porque no se podía hacer mayor cosa”.

En el León Becerra también laboraba durante la pandemia en triaje, por lo que tenía que ser el filtro de los pacientes que se ahogaban y estaban más graves o viceversa.

Lo más difícil, recuerda, era cuando las mismas compañeras, como las enfermeras del hospital, se ahogaban y saturaban con 44 % cuando lo normal es 90 % o más. “Al inicio no había un protocolo aún definido por lo que no sabíamos qué hacer”.

Una de las enfermeras, amiga de Danilo, llegó ahogándose a finales de marzo del 2020.

“Me decía: ‘Doctor, siento que me ahogo, no puedo respirar’, yo solo le decía tranquila, respira pausada porque si te agitas la sensación de falta de aire se agrava más. Finalmente, ella murió tras ser transferida al hospital Teodoro Maldonado Carbo del IESS. Se complicó porque era mala diabética, el azúcar se le elevaba en 500 o 600 miligramos (de glucosa en la sangre por decilitro), eso la descompensó”.

El médico tiene que estar preparado para informar la muerte del paciente a los allegados, que es lo más frecuente cuando se atienden los casos más graves como el caso de Danilo. Pero al final también está la gratificación por los que salva.

“Un señor tenía un tumor maligno en el cerebro, era de Quevedo. Llegó al León Becerra para ser operado. Primero, la hija dijo sí a la cirugía, después dudaba porque había estado dos veces hospitalizado sin mejoría. Al final se tuvo que esperar que supere el COVID-19, luego fue intervenido y salió en buen estado, podía mover el cuerpo y hablaba. Todos estaban contentos”. (I)