Como sacado de una película de terror, una cañería estaba tapada por un enorme tapón de carne humana putrefacta, gasas y algodones ensangrentados proveniente de un negocio sádico de una mujer en Ciudad de México: Felicitas Sánchez Aguillón, quien traficaba niños y los asesinaba.

El descubrimiento de una ola de crímenes se dio en la capital mexicana el 8 de abril de 1941, gracias al dueño del local donde se encontraban los restos humanos. Según reconstruyó el diario mexicano La Prensa en su cobertura policial por aquellos años, los expertos en plomería encontraron entre los restos el cráneo de un niño.

Asesina a su esposo vertiéndole agua hirviendo mezclada con azúcar mientras dormía

Gracias al archivo del periódico de sucesos La Prensa, del trabajo de investigación de Roberto Coria y Guadalupe Gutiérrez, creadores de una serie en audio conocida como “Testigos del Crimen”, y de Norma Lazo, autora del libro Sin clemencia, publicado en 2007, ha sido posible reconstruir la vida y la historia de Felícitas Sánchez Aguillón.

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La mujer tuvo una infancia infeliz que se notaba en su inusual comportamiento y actividades truculentas como el disfrutar del maltrato de animales: perros y gatos callejeros a los que, dice, envenenaba por pura distracción. Todo repercute por el aparente rechazo de su madre.

Al graduarse del colegio, siguió sus estudios de enfermería, lo que le ayudaría a disfrazar sus crímenes haciéndose pasar por partera.

Durante su vida adulta, contrajo matrimonio con Carlos Conde, y en su primer embarazo tuvo gemelas. Debido a su perfil patológico, también rechazaba la conexión con sus hijas y persuadió a su esposo para venderlas. Así comenzó una secuencia de atentados contra niños y su integridad. Luego, Felicitas se convirtió en una intermediaria entre aquellas mujeres que no podían mantener a sus recién nacidos o no los querían y aquellas que no podían tenerlos, ofreciéndoles la opción del aborto.

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La mayoría de sus clientas eran señoritas de la alta sociedad mexicana.

Tiempo después se dedicó a vender a los niños de las mujeres que no podían hacerse cargo y les prometía a las madres que los reubicaría en buenas familias para que tuvieran una crianza digna, pero lo que verdaderamente ocurría es que si no encontraba compradores, los asesinaba. Según detalla Clarín, Felicitas los estrangulaba, los envenenaba, los cortaba, los quemaba o desmembraba y metía en bolsas sus restos que abandonaba en la basura o los vaciaba por la cañería del baño.

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Fue en 1910, cuando se separó de Conde, que logró reunir suficiente dinero para trasladarse a la Ciudad de México y rentar una habitación a una mujer que vivía en el departamento 3 del edificio del número 9 de la calle de Salamanca, en la colonia Roma. El mismo lugar en donde don Francisco Páez tenía su tienda de abarrotes.

Las noticias de la época estuvieron llenas de detalles sobre sus crímenes y la mujer fue aprehendida. Sin embargo, siempre lograba salir de la cárcel.

Luego de que el tendero don Francisco encontrara los restos, la mujer fue detenida mientras intentaba escapar hacia Veracruz con quien entonces era su actual pareja, Alberto Sánchez Rebollar. Los oficiales hallaron un altar con velas, agujas, ropa de bebé, un cráneo humano y una gran cantidad de fotografías de niños, en su habitación.

Felicitas se declaró culpable y dijo: “Efectivamente, atendí muchas veces a mujeres que llegaban a mi casa. Las atendí de las fuertes hemorragias que tenían, algunas provocadas por golpes y la mayoría de ellas por serios trastornos ocasionados por haber ingerido sustancias especiales para lograr el aborto. Me encargaba de las personas que requerían mis servicios y una vez que cumplía con mis trabajos de obstetricia, arrojaba los fetos al baño”.

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Según recoge el portal argentino, Infobae, las autoridades ya la conocían por tráfico de niños, pues dos veces la habían detenido al intentar vender a dos bebés, pero logró su libertad tras amenazar a las autoridades: o la dejaban libre o revelaría los nombres de las mujeres que habían recurrido a ella.

Y la liberaron bajo una fianza de 600 pesos mexicanos.

Aunque Sánchez Aguillón se suicidó el 16 de junio de 1941, su nombre aún figura en la lista de asesinos seriales mexicanos y aparece como “La Trituradora de Angelitos” y “La Descuartizadora de la Colonia Roma”. (I)