Es una hoja de ruta que parece estar escrita en piedra, porque es como si fuera un manual que se aplica en los países de América Latina y otros del mundo donde ha ocurrido. La maniobra del populismo está documentada y plasmada en libros, y en América Latina es como un búmeran que va y viene en la historia, que se repite con matices diferentes en el mismo trasfondo de desigualdad social.

Los ciudadanos de la región evidenciaron una vez más el intento de huida de un presidente y la pugna entre los poderes del Estado en una sociedad dividida en torno a un perfil político. Esta vez el escenario fue Perú con la salida del maestro rural de izquierda Pedro Castillo del poder, destituido por el Congreso este 7 de diciembre luego que este disolviera ese mismo Parlamento y estableciera lo que llamó un “gobierno de emergencia”.

Perú se suma a Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Guatemala, Nicaragua y Venezuela, que durante este siglo sufrieron convulsiones políticas que han puesto al borde del abismo a sus sistemas políticos, según coinciden analistas consultados. A estos se suman El Salvador y México, que actualmente tienen presidentes identificados como populistas.

Publicidad

Esto se evidencia con presidentes que dejan el poder en medio de revueltas y juicios, como en Bolivia, Brasil, Guatemala y Perú. Otros se mantienen bajo el umbral de elecciones supuestamente legítimas (Cuba, Nicaragua y Venezuela), pero cuestionadas por organismos internacionales. Y en un tercer grupo sí han logrado terminar el mandato, como en Ecuador y Argentina.

La táctica incluye la división de la sociedad, las élites y los excluidos, el encasillamiento de todos los opositores dentro de un mismo saco, como los enemigos, como los que quieren que todo siga igual porque representan los intereses de las oligarquías y la necesidad de un mesías redentor con la idea de refundar todo, empezar de cero porque todo lo pasado era malo.

Esteban Santos, analista internacionalista de la Universidad de las Américas (UDLA), asegura que una institucionalidad eficiente y respetada marcaría una diferencia. “Estados Unidos tuvo en su momento un primer encuentro con un populista como Donald Trump (del Partido Republicano y considerado de derecha), cuya organización acaba de ser condenada por crímenes en contra del erario nacional (esta semana)”, tras las revueltas que protagonizaron sus seguidores en el Capitolio, sede del Legislativo en la capital estadounidense Washington, al término de su mandato en enero del 2021.

Publicidad

La vicepresidenta de Argentina, Cristina Kirchner, tiene una sentencia formal por corrupción pese a que está en el cargo. “Hay que esperar hasta el próximo año a ver qué sucede cuando ya fenezca el fuero de corte”.

“Todo empieza y termina en tener un Estado de derecho vigente que sirva y combata el lamentable adagio ‘Para mis amigos todo y para mis enemigos la ley’”, explica Santos. Así se evita la aplicación discrecional de las leyes. “Bien o mal, magnates, imperios, transnacionales, gente con mucho poder finalmente tiene que rendir cuentas, en la medida que exista la separabilidad de poderes se puede hablar de una democracia y de un Estado de derecho”.

Publicidad

Michel Leví, analista internacionalista de la Universidad Andina Simón Bolívar, afirma que el punto de origen del problema está en quien escogemos para que llegue al poder y que las corrientes populistas están en auge a nivel mundial, incluso en países desarrollados como Italia y Suecia, donde han ganado candidatos de la extrema derecha.

“El problema central nace de las elecciones, si se elige a un candidato que tiene básicamente muchos elementos que hacen pensar que su programa de gobierno va a ser conflictivo y que va a generar oposición y al final de cuentas no va a consolidar un esquema de gobernabilidad favorable, obviamente los resultados son estas crisis visibles”.

Cuando no hay esta armonía entre los poderes del Estado, el uno busca sobreponerse al otro y se generan las crisis, agrega.

El éxito de las opciones populistas responde a que los ciudadanos quieren cambios radicales, afirma Leví. “Y los que ofrecen esto son los que tienen el discurso más radical, sin embargo, este no necesariamente va a ser el que permita a las personas y a la estructura de gobierno encontrar las mejores soluciones”.

Publicidad

La solución más a largo plazo de los problemas depende de cambios estructurales. “Estos permiten a los actores sociales y políticos generar alianzas, mecanismos de gobernabilidad que sean reales para la gente, que den soluciones efectivas”.

¿Cuáles son las características del populismo?

“Yo soy yo y mis circunstancias”, escribió el filósofo español José Ortega y Gasset, frase que traída al contexto actual explica la realidad latinoamericana que sucumbe ante los perfiles políticos populistas.

Esta corriente traza un camino de acuerdo a tres circunstancias, según Santos, que siguen los populistas que quieren perpetrarse en el poder.

La primera responde a la frase “buenas leyes, buenas armas” (que escribió el filósofo Nicolás Maquiavelo). Se necesita el respaldo de las Fuerzas Armadas de los países. “Castillo lo acaba de comprobar, no las tuvo de su lado y el señor está arrestado. Nicolás Maduro las tiene coartadas, entonces, sigue gobernando en Venezuela”.

La segunda es mantenerse en el poder vendiendo humo, lo que a largo plazo implica pan para hoy y hambre para mañana. Esto se expresa en políticas públicas como la impresión de billetes sin respaldo, subsidios directos a una base clientelista a la que se entregan dádivas. “Tener a esas bases lo más contentas que pueda a costa de todo un resquebrajamiento social”.

La tercera es acallar a la oposición. “Eso lo hemos visto desde Nicaragua, pasando por Cuba, Venezuela y lamentablemente lo vivimos en Ecuador”.

El problema del populismo, agrega Santos, es que es algo cíclico. “Hoy es Perú, ayer fue Argentina, antier Bolivia y el día anterior Ecuador, entonces qué no estamos entendiendo, porque siempre hablamos de la revolución, hay estos cambios de 360 grados y volvemos al mismo punto de partida”.

En este panorama se empieza a pensar en Estados fallidos, dice Santos, como el caso de Venezuela o el sendero que sigue Nicaragua, un concepto para señalar sociedades en las que priman la corrupción política y la ineficacia judicial. Tierra de nadie o del que ejerce el poder.

El populismo germina y se “confabula muy bien con la falta de oportunidades y los revanchismos sociales de sectores que se sienten excluidos y que por tanto ven en ese discurso el cómo lograr ‘vengarse’ de un sistema que les ha sido esquivo a ellos”.

Es la ‘crónica de una muerte anunciada’ en Latinoamérica, parafraseando la novela del ganador del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez (+).

“En Ecuador tenemos sentencias judiciales, condenados por corrupción, hay una Función Judicial que dictamina que existen personas que actuaron al margen de la ley, pero hay otros países como Bélgica que acaba de otorgarle un principio de un asilo humanitario a Rafael Correa (presidente de la República entre 2007 y 2017), porque se dice que son sentencias que no están apegadas a derecho sino que son políticas”, afirma Santos.

Entonces, asegura el especialista, mientras la política siga siendo el cuco y las personas no confíen en sus instituciones “seguiremos todavía presos a lo que puedan hacer gobiernos maniatados a intereses de grupos económicos importantes, porque de lo contrario no van a poder tener gobernabilidad y vemos estas graves consecuencias”.

El populismo puede abanderarse bajo ideología de izquierda o derecha. Está el caso de Andrés Manuel López Obrador, en México, o Jair Bolsonaro, en Brasil.

En El Salvador la figura de Nayib Bukele emerge como la de un populista de derecha, dice Santos, quien ha tomado decisiones cuestionables contra el Estado de derecho sin el respeto de la separación de poderes.

Se debe pregonar que se respeten la institucionalidad y la separabilidad de poderes y entender que en democracia tiene que haber la lucha de los pesos y contrapesos, porque de lo contrario tenemos en la región una inclinación eterna hacia gobiernos autoritarios y populistas”.

Ante las ideas de ceder derechos o garantías en aras de la gobernabilidad y la paz social se regresa a lo básico, afirma Santos, como la teoría del filósofo francés Montesquieu sobre la distribución de las funciones del Estado y la separación de poderes. “El tema es que cuando hay sociedades tan desiguales con una inequidad tan fuerte, empiezan a nacer estas corrientes que tratan de boicotear un status quo.

La institucionalidad abarca a los medios de comunicación tradicionales con prestigio que puedan ir esbozando un horizonte, un norte, indica Santos, en un mar de personas que en internet y redes sociales expresan su desasosiego a sus élites políticas y de poder, lo que se traduce en sociedades cada vez más inestables.

Parte del éxito del populismo en la región es su capacidad de mutar. Colegas internacionalistas de Argentina afirman a Santos que este migra dependiendo de las condiciones, de lo que las personas quieren oír. “El mejor ejemplo de esto es el peronismo (línea de Kirchner) en ese país sudamericano. Les preguntaba qué es y me respondieron en términos políticos que es como un Maradona, como un Dios, que quieres que sea, puede ser de extrema derecha o de extrema izquierda dependiendo de la coyuntura, con tal de mantenerse en el poder”.

Un populismo aupado en la desigualdad social

Fernando Solís, economista de la Universidad de San Carlos de Guatemala, afirma que este nuevo populismo surgido en el siglo XXI se caracteriza y se diferencia del populismo histórico, el de los años de la década de 1930 y 1940, en que mantiene un discurso político que descalifica a la oligarquía nacional y mantiene competencias y rencillas con ella. Esto pese a que algunos de los que acogen este discurso o sus colaboradores son o fueron parte fundamental de los partidos, lo que sería una contradicción, menciona en una publicación del medio guatemalteco El Observador.

Estos políticos se dirigen “a los individuos como miembros de un colectivo, el pueblo, como víctima de esa oligarquía, combinada con políticas públicas económicas muy diferentes y no necesariamente redistributivas e inclusivas como las que caracterizaron al viejo populismo histórico”, relata Solís.

“El líder populista no se presenta como un político, ni siquiera si tiene una larga trayectoria previa en política, sino como alguien del pueblo, como el verdadero representante de sus intereses frente a la oligarquía. Y todas las organizaciones políticas y sociales que se presenten como un obstáculo a su liderazgo, o no lo acepten, estarán condenadas a ser englobadas dentro de la oligarquía”.

Una de sus características, agrega, es que “tiene un profundo raigambre caudillista y porque basa su trabajo en un clientelismo político-electoral a ultranza”. (I)