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“Me duele, porque no es un hijo, son tres hijos”, dice esmeraldeña que ha perdido dos hijos asesinados en prisión, uno en la calle y otro está preso

Tres días después de que fuera asesinado, Jacqueline Cox, de 52 años, pudo identificar a su hijo y llevarlo a Esmeraldas a sepultarlo.

Jacqueline Cox, de 52 años, logró después de tres días identificar el cuerpo de su hijo asesinado en la penitenciaría del Litoral.

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Para su hijo, Jacqueline Cox Cuellar era ‘la mamita’, ‘la señora bonita’. Así le decía en el último mensaje de voz que Jorge Enrique le envió desde la penitenciaría del Litoral, la misma mañana del martes 28 de septiembre del 2021, antes de que lo asesinaran en una de las mayores masacres carcelarias que ha vivido Ecuador .

“Dónde está la señora bonita, le mando besitos”, escucha una y otra vez Jacqueline mientras mira las fotos de su hijo en el celular. De él no queda rastro en el cuerpo que ayer viernes entró a identificar en el Laboratorio de Ciencias Forenses de la Policía Judicial en Guayaquil.

“Antes de que lo embalaran, me llevaron a verlo. Mi hijo está hinchado, la cabeza está grandota, tiene los ojos abiertos, está tirado en el cemento, en una funda. Cuando fui a verlo me lo enseñaron, él era delgadito, así como lo ve en la foto”, cuenta Jacqueline, una esmeraldeña de 52 años que ha perdido tres hijos, uno asesinado en la calle y otros dos en medio de amotinamientos en las prisiones. Un cuarto hijo está preso en la misma penitenciaría, cumpliendo una sentencia por robo y que concluye en marzo próximo.

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Jacqueline no había llorado tanto hasta que pasó a reconocer a su hijo Jorge Enrique Mojarrango, de 30 años. “Me duele porque no es un hijo, son tres hijos, uno (Brian Eduardo) el 18 de este mes cumple tres años de que lo mataron en Quito, el otro (José Javier) hace 6 meses en esa revuelta en la cárcel de Esmeraldas y ahora este en Guayaquil., tengo otro (José Antonio) que está preso en la cárcel de aquí mismo.., escucho que hay otra balacera, no se si será verdad o mentira, ando con esa preocupación”, les decía a los paramédicos de la Cruz Roja que la acompañaron hasta la salida y que en el camino la consolaban: “la comprendemos, madre, pero tiene que ser fuerte”.

En las afueras de laboratorio de Criminalística de la Policía Judicial, decenas de familiares de los reos asesinados en prisión esperan noticias. Foto: Marjorie Ortíz

Aferrada a los barrotes que bloquean el acceso de familiares a la Policía Judicial, Jacqueline espera que su hija Cecilia salga con el cuerpo de Jorge Enrique. La temperatura de este viernes a las dos de la tarde supera los 35 grados. Ella está de pie, no quiere sentarse, solo quiere hablar de su hijo, aquel que a los 12 años se fue de la casa con amigos que ella no aprobaba. “Me dejó dormida y se vino a vivir con la abuela a Guayaquil, a los 14 años me dijeron que estaba con psicólogo y a los 16 me lo vinieron a dejar. Ahí le hablé, le regañé”, recuerda Jacqueline.

Pero de nada sirvió. “Lo mandé a comprar y me llegó con una funda de leche La Vaquita, me dijo que un amigo le regaló, le dije ‘a mí me va mentir que fue un amigo’, le di unos garrotazos y al rato llegó a reclamar el dueño de la tienda donde había ido a comprar. De ahí ya andaba para arriba y para abajo con amigos”.

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Jacqueline rebusca en sus pensamientos una explicación a lo que ha pasado con sus hijos: “Yo les daba buen consejo, mijito no anden así, no anden asá; al que mataron ahorita yo hasta las manos se las quemé, yo les decía: yo no les enseño a andar cogiendo lo que no es de ustedes”.

Las horas pasan y aún no le entregan el cuerpo de su hijo. Ella quiere llegar pronto a Esmeraldas, a su barrio cerca de la parada 9, “como quien va al balneario Las Palmas”. Lo quiere sepultar apenas llegue.

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No tengo dinero para café ni esas cosas. Si usted fuera para mi casa, yo le digo, si un día tengo para la sal del huevo, otro día no lo tengo, soy madre soltera, porque los hombres que he buscado han sido muy poquitos, si me regalan esta blusa, en vez de comprarla para mí se la compro a mis hijos. Yo he criado a mis hijos, les he dado estudios, pero ninguno ha querido ser alguien en la vida, sacarme de donde he estado metida, sacarme para arriba. Les he dado lo que he podido, nunca les ha faltado un pedazo de verde, un estudio, que es lo principal.

Jacqueline Cox, de 52 años
Guayaquil. - 30/09/2021 Siguen llegando familias a la morgue para reconocer a los reos asesinados. FOTO JORGE GUZMAN  Foto: El Universo

El hijo que falleció el martes, Jorge Enrique, cumplía prisión por los delitos de robo, intento de asesinato a un compañero de celda y por ingresar marihuana a la penitenciaría. “Viene de la cárcel de Esmeraldas, de ahí pasó a Latacunga y de ahí acá sin ninguna sentencia, acusado por un robo de teléfono, tenía tres años, ayer 30 de septiembre tenía la primera audiencia en tres años”, se queja la madre.

Lo visitaba poco, dice, porque prefería enviarle plata para que comprara lo que necesitaba en el economato, en prisión, donde los costos se duplican. “Ahí cuesta carísimo todo, un jabón costaba un dólar, 20 dólares le alcanzaba para 5, 6 cosas, el galón de agua que acá afuera cuesta 1 dólar, allá cuesta 6 dólares, fíjese cuánto se ganan ahí”, reclama Jacqueline, quien ha dormido dos noches sobre un periódico junto a un árbol de mango en la acera de la Policía Judicial esperando noticias de su hijo.

Allegados de reos hacen fila en los exteriores de la Penitenciaría del Litoral, la mañana de este jueves 30. Foto de Jorge Guzmán. Foto: El Universo

Jacqueline sufre de la presión, pero intenta no alterarse cuando protesta por la falta de seguridad en las cárceles: “Yo le digo niña, por dónde entran balas, cuchillos, machetes, fábrica para hacer bombas. A uno le meten los dedos en la vagina, le hacen hacer sapitos para ver qué cae, le hacen pasar vergüenza.., son las mismas autoridades”.

Empieza a caer la noche. La hija de Jacqueline sale con el cadáver de su hermano. Todo está listo para iniciar un viaje de ocho horas a Esmeraldas, donde les esperan familiares más cercanos para sepultar a Jorge Enrique.”Dios quiera ya mismo me voy a Esmeraldas. Le pido a las autoridades que ya no haya más violencia, muchas familias como yo sufrimos demasiado”. (I)

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