No una elegía sino verdades pretendo escribir en homenaje a Sixto Durán-Ballén, porque considero que el Ecuador está en deuda con él. Algunas personas ya han recordado su vida fecunda, sus éxitos como el delegado de Galo Plaza para reconstruir Ambato luego del sismo que la asoló; como el ministro de Obras Públicas de Camilo Ponce que construyó el Puerto Marítimo de Guayaquil y las obras del de Manta; como el alcalde de Quito que la modernizó construyendo los túneles de San Juan y El Placer y proyectó su crecimiento hacia los valles; como presidente de la República. Todo lo hacía con sencillez y austeridad, como los varones romanos de la antigüedad clásica.

Nunca usó el poder para el ridículo culto a su persona. Nunca se promocionó, ni siquiera con la información de su inmensa obra pública y social. Casi al terminar su mandato, a instancias del cardenal Muñoz Vega y de sus más íntimos colaboradores, aceptó informar al pueblo. Entonces se pudieron conocer sus trabajos: la disminución de la inflación, la construcción de la vía marginal de la costa, la recuperación del poder adquisitivo del salario de los trabajadores, la importante inversión en educación y la reforma curricular de la educación básica, ampliada a 10 grados; la reducción de la conflictividad laboral. Los más serios analistas señalan, sobre la base de cifras del Banco Central, que en el gobierno de Durán-Ballén se alcanzaron los mejores niveles de vida.

Merecidos elogios se han hecho por su actitud de “Ni un pasó atrás” y la posterior victoria del Cenepa. Yo añado que también ordenó: “Ni un paso adelante” para confinar el conflicto y evitar que el teatro de la guerra se ampliara: así evitó la pérdida de más vidas y de mayores daños materiales. Eso lo hace un estadista que mira por encima de las circunstancias, hacia el futuro.

Nunca expuso su respetable talante al ludibrio de la tarima como cantante o bailarín que busca el aplauso barato de la chusma. Cuando intervenía en los medios públicos era para decir la palabra necesaria y explicar sus actos de gobierno. Era un demócrata verdadero, respetuoso de la libertad de prensa que bastantes veces fue injusta con él. Soportaba con la convicción de su conciencia limpia. Porque era connatural con su elevado carácter ese respeto a los demás. Nunca le escuché una palabra soez. Sabía escuchar. Sus ministros no eran obsecuentes, le podían advertir el error y les permitía actuar. Era honrado y probo. Excelente en todo: como gobernante, como esposo fiel y cariñoso padre de familia, como amigo sincero. Su vida fue un fanal de luz. Ahora el misterio de la muerte se le ha develado.

Tuve el privilegio de ser su amigo y colaborador. Pude conversar largas horas con él, después de las fatigosas jornadas diarias. Fumaba su cigarro y disfrutaba de la música como el singular melómano que era. Como fue un buen creyente, un hombre manso y humilde de corazón, tengo la certeza de que mira el rostro infinitamente bello de Dios, en el reino de la luz. (O)