Pues resulta que un vendedor de carros, harto de la contaminación y el ruido de la ciudad, decidió mudarse al campo en búsqueda de silencio y aire puro. Recién instalado con su mujer en su flamante chalé en la pradera bávara, una cálida mañana del verano de 2017 se disponían a desayunar en su terraza cuando de repente, ¡horror!, un tolón-tolón desgarró el silencio. Rápidamente reconocieron al criminal: las vacas lecheras de la vecina, viuda con dos hijos que se dedica, como solía hacerlo la gente de la región, a criar ganado. Sus vacas pastan libres al sol, tienen nombres y un establo donde no viven hacinadas, privilegiados miembros de un estilo de vida en peligro de extinción. Animales felices, llevan, sin embargo, al pescuezo, tal como sus antepasados, el peso de la tradición: cencerros que delatan sus idas y venidas. Cencerros centenarios, heredados de generación en generación por la familia de la viuda. Algunos de ellos, legado del marido muerto, llegaron a la casa con el matrimonio y permanecieron, como un memento, tras su partida.

Pero el concierto de campanas no formaba parte del idilio campestre del vendedor de carros. Vacas y terneros pastando en el prado vecino, a veinticinco metros de su propiedad, amenazaban con destruir su sueño bucólico. Acostumbrado a hacer valer sus derechos, o a comprar sus privilegios con billetes, el citadino exigió a la vecina deshacerse de los cencerros. La vecina se negó a gritos. El vendedor de carros le encendió una vela a su abogado y sus plegarias se elevaron hasta el Juzgado Regional. Pronto estalló el escándalo en Holzkirchen, en la región de Alta Baviera (Oberbayern). Los periódicos locales tomaron partido por la causa local, simpatizando con la tragedia de una región una vez agrícola y ganadera de la cual se han ido adueñando, durante décadas, citadinos e inversores con sus propias ideas de lo que debería ser la vida en el campo. Empezaron a llover las cartas de odio contra el recién llegado. Un vecino le ofreció echarle unos galones de estiércol líquido en su jardín: así podrá disfrutar usted de un auténtico ambiente campestre, le advirtió.

La granjera viuda es una de las últimas supervivientes, y se aferra a un pasado que para las generaciones jóvenes representa el ideal del futuro: ganadería en pequeña escala como alternativa a las atrocidades de la cría industrial de animales hacinados en cautiverio, consumir carne y leche de vacas felices, lo cual significa: consumir menos.

Con toda la vecindad en contra, el citadino no ceja, acostumbrado a salirse con la suya, amparado en un sistema legal que determina por decibelios si un vecino debe ser amonestado, independientemente de si el ruido proviene de la risa o el llanto de un niño, del milagro de las Lieder ohne Worte de Mendelssohn o de la tortura de un vecino sin talento tocando la trompeta. Y sin embargo, en una audiencia que parece partido de fútbol con el graderío a reventar con la hinchada de un solo equipo, la jueza falla en contra de los sensibles oídos del vendedor de carros. No le queda entonces más remedio que recurrir a su última estrategia: ofrecer a la vecina financiarle localizadores GPS para cada una de sus vacas. Nuevamente: no. Y es que esta se ha convertido en una guerra ideológica. No se trata de que se escapen o no las reses, lo cual es hoy en día de todos modos casi imposible en campos con cercas electrificadas, se trata de defender un estilo de vida, un espacio. Un estilo de vida y un espacio en riesgo de desaparecer. Los campesinos de Oberbayern han vendido ya casi todas sus tierras a inversores de la ciudad que han construido galpones con fines comerciales o residencias de lujo. La granjera viuda es una de las últimas supervivientes, y se aferra a un pasado que para las generaciones jóvenes representa el ideal del futuro: ganadería en pequeña escala como alternativa a las atrocidades de la cría industrial de animales hacinados en cautiverio, consumir carne y leche de vacas felices, lo cual significa: consumir menos.

El vendedor de automóviles se ha despertado furioso esta madrugada de invierno de 2018, ha apelado nuevamente al tribunal, en vano, y ahora su historia ha llegado a la prensa nacional y se ha viralizado en redes. Está enfermo de los nervios, pronto terminará el invierno y con la primavera volverán los terneros y el campaneo loco de sus cencerros. A veces se sueña de pie sobre su cama, como un gran justiciero imponiendo sensatez en las cabezas retrógradas de esos pueblerinos. Pero despierta desolado y mientras mira por la ventana insomne maldice a quienes no comprenden las ventajas de su forma de ver el mundo. Si tan solo aprendieran a apreciar la exquisitez de la construcción de estilo californiano que ha erigido en su jardín, la que alguna vez fue un decadente granero de vigas cruzadas como de cuentos de hadas para gente anticuada y nostálgica. Bárbaros, murmura, y regresa a la cama donde se adormece mientras cuenta uno, dos, tres, cuatro… los carros que ha vendido este mes. (O)