El título de esta nota es el mismo del Foro Escuela Católica, realizado en Guayaquil esta semana, convocado por la Fundación SM y conducido por el doctor Augusto Ibáñez, con quien tuve la oportunidad de conversar.

El doctor Ibáñez es español, químico de primera profesión, lo que me llamó la atención y fue la entrada para la conversación que reseño. Le pregunto cómo así un químico es un experto en innovación educativa. Responde: “En realidad una cosa es la vocación y otra la pasión. Yo tengo una pasión por la ciencia y la investigación, pero tuve la oportunidad de trabajar en un plantel nocturno con niños que habían fracasado en los colegios convencionales, y en ese momento descubrí la verdadera vocación: ayudar a las personas a transformar, a tener sus propios proyectos, y luego estuve trabajando con jóvenes que llegan con un camino muy elaborado para entrar a la universidad, allí el trabajo es más cómodo, pero muy limitado”.

Le pido que explique el alcance del enunciado “Educar desde las raíces”. Lo tiene claro: “La educación se ha ido automatizando, volviéndose estándar, organizando a los niños por lotes, de edad por ejemplo, eso funciona bien en los modelos industriales, cuando se necesita personas competentes para que muevan máquinas y no se requiere mucha creatividad, sino que sepan seguir las órdenes, pero en un mundo en transformación la clave está en que pensemos primero, en que todos tienen capacidad, en su nivel, y que no se puede admitir la idea de dejar a alguien atrás, por lo tanto el reto no es de estandarización sino de conseguir que todos descubran un proyecto de vida y se prepararen para ello. El énfasis debe ponerse en la persona que se educa y cada persona es un riesgo; por eso, educar es asumir lo que alguien llama el bello riesgo de educar y eso no permite la exclusión”.

Comento que ese ha sido el reto de la educación siempre, asiente y añade “hoy lo que debemos hacer es muy distinto de la educación estándar. Hay muchas escuelas que están pensando en cómo cambiar y, a veces, escogen modelos tecnocráticos, pero uno se pregunta si habrán pensado que antes es necesario mirar el para qué es la acción educativa. Si la respuesta pone en el centro de su quehacer al niño que se educa, eso no cambia, entonces lo que hay que hacer es actualizar los cómo.

Afirmo que para iniciar un proceso adecuado de educación hay preguntas previas ¿para qué lo hago?, ¿por qué lo hago?, ¿ con quién lo hago? Son preguntas que deben plantearse al principio de la carrera de los maestros, pero se ha restado importancia a las materias que podrían ayudar a que encuentren las respuestas. Ahora se dedica más tiempo a lo que son solo instrumentos, entonces tenemos profesores que los manejan muy bien, pero la educación requiere más que eso. Si entiendo bien cuando usted dice “educar desde las raíces”, ¿eso quiere decir desde los para qué y por qué y quién es el que se educa?

“Hay muchas escuelas que están pensando en cómo cambiar y, a veces, escogen modelos tecnocráticos, pero uno se pregunta si habrán pensado que antes es necesario mirar el para qué es la acción educativa”.

“Sí, así queda claro que el énfasis debe ponerse siempre en la persona que se educa”.

Le digo que hoy los profesores pasan mucho tiempo llenando papeles, formularios, haciendo evaluaciones, cuadros estadísticos, preocupados por cumplir con algo predeterminado con una planificación muy estricta, muy concreta, eso podría ser un obstáculo para la tarea educativa, porque una vez que se encuentran las respuestas a las preguntas claves de las que hablamos es cuándo se elige el cómo que no es igual para distintos grupos o para distintos estudiantes. El maestro aferrado a un modelo preestablecido ha perdido libertad para su ejercicio profesional, ¿se puede educar sin libertad?

“La educación tiene como objetivo ayudar al niño a desarrollarse en un ámbito de libertad con sentido de responsabilidad personal”, responde. “La clave es que el profesor genere expectativas y que los niños tengan expectativas en él. Si los niños confían en el profesor y el profesor confía en los niños, el hecho educativo será exitoso”.

Insisto, cuando yo le preguntaba si para educar se requiere libertad, pensaba en los maestros que no la tienen para hacer lo que saben que tienen que hacer, porque deben seguir consignas preestablecidas. Responde: “Una de las claves fundamentales es el ajuste curricular, esto es, yo tengo que conseguir adaptar lo que enseño, esto es el currículo, a cada niño y para eso se necesita libertad. Y, por supuesto, la escuela no puede estar subordinada a los planes políticos, sino a las necesidades de la formación integral de los niños, para que sean las personas que construyen el futuro, ciudadanos que entienden bien su propia cultura, pero se vinculan fácilmente con las demás”. (O)