En su columna de opinión del día viernes 19 de abril de 2019 (“¿Y si ponemos a dieta al Estado?”; publicada en Diario EL UNIVERSO), Gabriela Calderón levanta críticas a mi artículo del 14 de abril en El Comercio, en donde argumenté que una reducción del IVA no reactivaría la economía y, más bien, acentuaría su estancamiento.
La columna de Gabriela ofrece una oportunidad para aclarar tres puntos básicos en los que los economistas deberíamos concordar, independientemente de nuestras diferencias filosófico-políticas.
Primero, Gabriela propone reducir el IVA (y otros impuestos) sin aumentar el déficit fiscal: compensando los menores ingresos tributarios con una reducción del gasto público.
Más allá de que en las condiciones actuales es menester no ampliar (más bien reducir) el déficit fiscal, la propuesta de Gabriela no tiene nada que ver con mi artículo.
Mi punto es que quienes proponen reducir el IVA para estimular el consumo necesariamente proponen la ampliación del déficit fiscal. La razón es obvia. El Gobierno puede transferir recursos a los consumidores bajando el IVA o aumentando el gasto, pero si compensa una menor recaudación con una reducción equivalente del gasto, los recursos en manos de los consumidores no varían y, por tanto, no hay estímulo.
La idea de estimular el consumo sin ampliar el déficit fiscal es contradictoria. Si no es el estímulo al consumo, ¿cuál sería el argumento económico (no el ideológico) que justificaría la reducción del IVA, dado que este es un impuesto al consumo que no afecta a la competitividad del sector productivo?
Segundo, Gabriela no acepta que la producción nacional ha perdido competitividad externa debido a la apreciación reciente del dólar. Su razonamiento es que “los bienes transables –aquellos que cruzan las fronteras, lo que exportamos e importamos– tienen precios fijados en dólares”. Esa es una buena descripción del valor nominal del dólar, pero la competitividad externa tiene que ver con su valor real, es decir, con las diferencias del poder adquisitivo del dólar en distintos países. El que los precios internacionales se denominen dólares no hace menos cierto que, en la actualidad, $1.000 compran más bienes y servicios (incluyendo servicios laborales) en Colombia que en Ecuador.
El menor poder adquisitivo del dólar en Ecuador, comparado con países vecinos, desalienta la producción nacional de bienes transables; el desafío para Ecuador es recuperar competitividad externa manteniendo la dolarización.
Tercero, Gabriela argumenta que no hay una relación entre la balanza de pagos y el crecimiento de los depósitos bancarios porque “en un sistema de encaje fraccional… gran parte del circulante es creado por los bancos”. Tiene razón en que los bancos crean “dinero secundario” con la parte de los depósitos que dan en crédito (la parte que no mantienen como reserva líquida). Pero la relación entre balanza de pagos y depósitos subsiste porque los bancos necesitan la materia prima para crear dinero secundario. Y esa materia prima es el “dinero primario” que, en un país dolarizado, aumenta o se reduce solo por la balanza de pagos. (La excepción se dio en 2014-2017, cuando el BCE creó dinero primario ficticio a través del crédito al sector público).(O)

Augusto de la Torre,
economista; McLean, Virginia, EE.UU.