La filosofía, las religiones y las ciencias abordan el misterio de la vida. La primera lo hace desde la especulación que utiliza las características racionales y espirituales de la condición humana con el fin de proponer interrogantes y formular respuestas probables. Las religiones se aproximan a la vida y a la muerte desde dogmáticas sagradas conformadas por respuestas definitivas a los trascendentales interrogantes sobre su naturaleza en sus diferentes manifestaciones. Las ciencias sociales estudian al hombre en su interrelación con lo construido culturalmente: derecho, sociología, antropología… Las ciencias naturales se aproximan al fenómeno vital para estudiarlo objetivamente de manera aislada y también en sus relaciones con el entorno social, natural, planetario y universal.

Lo producido en esos ámbitos y también lo planteado por la gente de manera empírica, sobre el mismo problema, forma parte de la civilización y representa una faceta importante de la humanidad. La diversidad de enfoques sobre lo que es la vida y la muerte, sobre cómo se debe vivir y morir o del para qué vivimos, no han resuelto el misterio ni han agotado la búsqueda y la formulación de respuestas que toman aspectos provenientes de diversas fuentes y proponen sistemas para la vida individual y para la convivencia en los cuales los valores personales y colectivos son fundamentos y también objetivos. Bondad, compasión, misericordia, honor, probidad y otros son elementos morales de la condición humana que se proponen como los mejores por su incidencia directa en la vida individual y colectiva.

El honor como fundamento y objetivo de vida, a lo largo de los tiempos, ha sido uno de los estímulos que han inspirado a muchas culturas. Los japoneses tienen en su tradición, aún vigente parcialmente, la búsqueda de la virtud a través del respeto de códigos éticos estrictos en los cuales la lealtad y el honor son los referentes mayores. Si no se los acata y preserva, para recobrarlos cuentan con la institución del seppuku o suicidio ritual como opción honorable de muerte. En la cultura española, que forma parte de nuestra identidad, existen manifestaciones específicas del honor. Cervantes las inmortalizó en los diálogos y acciones de distintos personajes de El Quijote. Las culturas indígenas andinas, que también son parte de nuestra identidad social, plantean como referentes de virtud el ama killa, no ser ocioso; ama llulla, no mentir; y, ama shwa, no robar. Conductas autóctonas de una concepción local del honor.

Entre nosotros, en el pasado y también en la contemporaneidad, muchos ciudadanos han sido y son inspirados por el referente moral del honor. Sus vidas reflejan la constante búsqueda de coherencia con ese valor. Son personas en muchos casos anónimas. Están en todos los ámbitos y su prédica no es discursiva ni pretende convencer o seducir para obtener elogios, sino que emerge desde el poder del ejemplo. El análisis de la vida y la muerte del doctor Julio César Trujillo ha generado el reconocimiento positivo de la sociedad ecuatoriana, que valora la decencia y el honor cultivados a lo largo de su amplia y abnegada existencia en uno de los ámbitos más complejos como es el de la política.

(O)