Nuestro Ecuador titubea, anda perdido. De un tiempo a esta parte el vicio es alabado, la rapiña tolerada, el honor despreciado, la vergüenza extinta. Parece que la maldad encontró un nicho protegido en las esferas del poder y fuera de él. La desfachatez ha sido entronizada como destello de inteligencia. El honor, la honradez, el trabajo, el sacrificio y la disciplina son proscritos con saña y alevosía. Este es el ambiente que se respira. Malhechores que fugan o están por fugar, otros que deambulan impávidos exhibiéndose ante un pueblo cansado de esperar, burlado en su confianza, mendigo de esperanzas.

Cuando pienso en todo esto, miro en los pliegues alpinos a un puñado de ciclistas que descienden colinas y trepan montañas, en un derroche de fuerza, de inteligencia, de constancia y pericia, en pos de una meta, en busca de un sueño. Es la etapa final, el último peldaño, tan importante como el primero. Esta gente grita al mundo que hay algo más que el dinero; que la disciplina y el sacrificio valen la pena, que son caminos de formación; que el triunfo se lo reclama cuando se lo gana en buena lid; que más allá de una meta existen otras y muchas más; que los sueños se alcanzan pero no se extinguen, que el esfuerzo vale la pena; que el nombre de la familia, de los amigos, del pueblo, la provincia y del país, a que se pertenecen, son suficientes razones para ir más allá de las propias fuerzas, al espacio que linda con el heroísmo.

La vida no es una ruleta que la giramos para buscar nuestro futuro. No somos hijos del acaso. Tampoco lo somos de un destino marcado en nuestras venas al que debemos obedecer. La vida en su devenir es una meta, una construcción, es un propósito convertido en sueño para conquistarlo. Richard Carapaz perdió ya la cuenta de las horas de entrenamiento y sacrificios en su amado Carchi; lleva en el alma los valores transmitidos en su hogar; conoce palmo a palmo las montañas que lo vieron crecer; el frío, la lluvia, el sol y las tempestades jamás se extrañaron al verlo en esa competencia diaria con sus propias exigencias. En estas horas de triunfo y de cosecha no sé cómo Richard se sienta: más grande o más diminuto; más orgulloso o más humilde; más acompañado o más solo; más nuestro o más del mundo. Lo he visto sereno, emocionado, feliz de ser ecuatoriano y de abrazar a sus padres, esposa e hijos junto a sus amigos. Lo he visto ecuánime, merecedor de aplausos y admiración.

Plausible y oportuno será que los educadores pongamos frente a nuestra niñez y juventud dos vidas para estudiarlas, comprenderlas e imitarlas: la de un anciano y la de un joven, dos vidas tan distantes y tan cercanas. Julio César Trujillo y Richard Carapaz: Imbabura y Carchi, ellos nos enseñan cómo realizar un sueño, cómo hacer de la disciplina, el orden, la puntualidad, el esfuerzo, la constancia, la honradez, el respeto y el valor instrumentos de formación personal. Hay caminos y… caminos. (O)