La cotidianidad en el desarrollo de nuestras diversas actividades y obligaciones nos lleva normalmente a restarles su real importancia. La rutina, por el hecho de haberse convertido en hábito, nos lleva inconscientemente a soslayar la verdadera trascendencia y el especial significado que el cumplimiento de nuestros deberes religiosos debe tener.

Dediqué mi lectura los días de la Semana Santa a una obra de Scott Hahn: La cena del Cordero. La Misa, el cielo en la tierra. Ediciones Rialpe. Novena Edición. Madrid. Como cosa rara, me había tocado en suerte en una reunión de amigos. El autor, teólogo cristiano calvinista, relata que en sus afanes de investigación religiosa entró a una iglesia católica, para observar su liturgia.

Especial atracción le mereció la celebración de la misa con sus vastos conocimientos académicos bíblicos, aplicados al ritual de la misma. Escuchar las oraciones y lecturas del sacerdote y, en forma especialísima la ceremonia de la consagración, transmutación, y del sacrificio impactó en su fe y en sus conocimientos religiosos, de tal forma que sufrió tal transformación intelectual y religiosa, que a partir de entonces ha dedicado su vida a la apología de la santa misa, convirtiéndose al catolicismo.

Es precisamente esta tan trascendental cuestión, la de la transmutación del pan y del vino, lo que marcaba la mayor diferencia entre la fe del autor y la del ritual que presenciaba que, con su versación y fe cristiana, la resolvió intelectualmente “queriendo creer”, aceptando el dogma, convirtiéndose al catolicismo y en un soldado intelectual de su nueva fe. Este trascendental acontecimiento, que transformó el mundo, se repite diariamente en la misa con la eucaristía del pan y del vino, en los miles de iglesias y constituye la base dogmática de nuestra fe católica.

Comenta el autor el sacrificio como institución religiosa. Sus antecedentes históricos en las diversas culturas; su significado, desde los simples primitivos ofrecidos por Caín y Abel, de un animal y de los frutos de la tierra, hasta que Jesucristo lo personalizó, remplazando al cordero de los judíos, con la ofrenda al Padre de su propia vida, mediante el sacrificio de su carne y de su sangre, en el Gólgota, para obtener de Él la reconciliación y el perdón de los pecados de los hombres. Para Su eterna memoria, lo instituyó imperativamente a sus apóstoles en la cena pascual.

Es digno de mención el estudio que hace el autor del rito eucarístico en forma minuciosa e histórica, desde sus inicios hasta nuestros días. Él analiza toda la liturgia de la misa. Su significado teológico, desde la razón de persignarnos con la señal de la cruz, con la que iniciamos el precepto dominical, hasta su finalización en la misma forma. Encuentra muchos puntos de relación directa entre el contenido de la misa, y de la iglesia, con el cordero triunfal del Apocalipsis de Juan, haciendo gala de gran versación teológica y académica

En conclusión, un libro que motiva interesantes reflexiones, especialmente para el cumplimiento del mandamiento eucarístico y para encontrar en su liturgia inadvertidos detalles ancestrales, comprender su importancia y fortalecer nuestra fe. (O)