Muy vistosa y colorida, la procesión náutica de Cristo Pescador del sábado pasado. Cientos de fibras, partiendo de Santa Rosa, a la que se sumaron otras de puertos vecinos, escoltando a la embarcación con la imagen de Cristo. Los fieles engalanados, las fibras adornadas de guirnaldas y globos.

Alegre procesión, y sobrecogedora a la vez, al ser un festejo religioso en el que los pescadores unen su fe a su vocación, la misma que la de sus padres y la que da vida a su pueblo. Los primeros seguidores de Jesús eran pescadores también.

Alegre. Sobrecogedora. Y deprimente.

Deprimente, porque en medio de la alegría y la fe está el germen de la destrucción de un modo de vida, de toda una estructura de valores, de comunidad. La vida del pescador de la costa ecuatoriana está mutando para lo peor.

Está la piratería, hoy de todos los días. Los pescadores son asaltados en altamar. Se les roban los motores y a algunos los asesinan. Aquellos con vida quedan a la deriva, condenados a morir de sed de no ser detectados por otros pescadores, una patrulla de la Armada o buque de paso. Los que sobreviven quedan sin su herramienta de trabajo, empobrecidos, endeudados por el motor robado.

A su vez, los encandelillan con el billete fácil: ser tripulantes de una nave con carga ilegal a Centroamérica. En unos casos, contrabando humano. En otros, droga. Muchos son tomados presos en altamar o al desembarcar, y guardan prisión en Guatemala o Costa Rica. Son pueblos de viudas y huérfanos, de esposas e hijos de delincuentes recluidos a más de mil kilómetros de distancia. Los que vuelven son integrantes de organizaciones delictivas.

Hoy el Litoral está en manos de la delincuencia. Esto debe parar. Soberanía es hacer cumplir el ordenamiento jurídico en territorio nacional. Es un problema de todos. Las autoridades deben asumir el reto de suprimir de cuajo este cáncer; el ejecutor debe ser la Armada.

Parecería que hay que empezar por poner orden. En el caso del transporte terrestre, hay varios controles que si no han terminado con la delincuencia, al menos la reducen significativamente.

¿A quién venden los ladrones los motores? Tienen número de serie; deberían estar registrados. Deberían confiscarse aquellos en que el número de serie haya sido borrado. Coordinar con Perú y Colombia, pues los motores robados en un país se venderían en otros.

Los vehículos terrestres están dotados de GPS; ¿por qué no los motores, así como las fibras, para poder localizarlas cuando están perdidas?

En el tráfico de droga y personas se han intensificado las patrullas en colaboración con los Estados Unidos, pues personas y drogas tienen como destino final ese país. Es positivo que se vaya a pedir visa a ciudadanos de muchos países: el tráfico de personas por vía marítima también involucra a asiáticos y africanos.

Todo esto se sabe, me contestarán, y es un problema de recursos, señalarán, argumento particularmente contundente para un columnista que pregona austeridad fiscal.

Pero a pesar de la escasez de recursos, algo nos toca hacer. Además de encomendarnos a Cristo Pescador.

(O)