Es difícil hacer diagnósticos sociales, especialmente si uno no es sociólogo; y mucho menos de la histeria si es que uno no es médico psiquiatra. Por eso aclaro que lo de la histeria colectiva es solo una expresión que tomo del diccionario de la Real Academia, que la describe como el comportamiento irracional de un grupo o multitud producto de una excitación.

La excitación ocurrió en la Argentina el 11 de agosto con las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) y a partir de entonces los que entraron en histeria colectiva son los que cantaban no vuelven más cuando cayeron en la cuenta de que los que no iban a volver están a punto de hacerlo. Mientras, los de enfrente trataban de cantar más fuerte vamos a volver, y resulta que hoy están seguros de que van a volver en diciembre. Unos y otros están algo histéricos con las consecuencias bastante inesperadas de las PASO: son los tiempos que corren en la Argentina adolescente, sobre los que se me ocurre decir cinco cosas en tiempos de histeria colectiva.

Una. A falta de candidatos y de democracia partidaria, las PASO del 11 de agosto resultaron una encuesta abierta, simultánea y obligatoria. Las elecciones son el 27 de octubre y hay que respetar esa fecha. También las de la segunda vuelta, si es que hay. Quiero decir que el presidente va a salir de esa elección y de ninguna otra. A la luz de las PASO pareciera que va a ser Alberto Fernández; las demás elucubraciones son producto de la histeria colectiva.

Dos. Las elecciones no se ganan con manifestaciones, ni procesiones, ni desfiles, ni piquetes. No las gana el que tiene mejor suerte, ni el que le reza más a la Virgen de Luján, ni el que pone más cara de bueno, ni quien convierte para la causa a dos de sus vecinos. Tampoco las gana el que hace más obras públicas, ni el que tiene menos presos en las cárceles, ni el que hace más acuerdos con países extranjeros, ni el que más respeta la libertad de expresión. Las elecciones las gana el candidato más votado, del mismo modo que los partidos de fútbol los gana el que hace más goles que su rival.

Tres. La gente –el pueblo– vota por quienes mejoran su situación económica y rechaza a quien les saca la plata del bolsillo. Le parecerá egoísta, pero ocurre hasta en Suecia y en todos los países donde hay elecciones libres para elegir autoridades. Quien acusa al pueblo de falta de patriotismo porque votó con el bolsillo, no sabe que primero se combate el hambre y la miseria y después –solo después– la corrupción.

Cuatro. La grieta entre kirchneristas y macristas es una desgracia mayúscula. No es –no fue– una buena idea servirse de esa estupidez para ganarle a nadie. Una porque parece que no le van a ganar, dos porque es terrible que te ganen con tu propio argumento y tres porque nunca hay que fomentar el odio, ni aunque pierdas. La Argentina necesita urgente unirse en pos de un proyecto de nación que perdure 300 años. Tanto lo necesitamos que es más importante la unidad que la ideología que lo consiga, porque nuestra ideología común es la unidad. Lo decían seguido los próceres de la independencia, tanto que la unión quedó grabada en todos los billetes y monedas argentinos junto con la libertad para que nunca se nos olvide.

Cinco. Esa unión vale la vida del presidente que esté decidido a inmolarse en pos de conseguirla. Porque la Argentina necesita unidad, pero también necesita al prócer que lo consiga y no sabemos si serán muchos o uno solo. Sí sabemos, en cambio, que si el actual presidente se hubiera inmolado por conseguirlo en lugar de preocuparse por mantenerse en el poder, le hubiera ido mucho mejor y quizá se mantenía en el poder o por lo menos merecía una estatua. Es una paradoja que no haya querido hacer lo que tenía que hacer para evitar que le pase lo que le pasó, pero sobre todo es una falta de coraje político incomprensible. (O)