El matrimonio es como navegar un barco. Empieza con dos personas que se eligen convencidas de que juntas pueden lograr grandes cosas. Conscientes de que el camino no será fácil, inician el viaje optimistas y llenos de ilusión.

Al principio, empiezan a ordenar las cosas y determinar funciones, luego el capitán y su primer oficial disfrutan el paseo; el viento sopla a favor, las velas los llevan por aguas en calma, la brisa los despeina en días de sol y sonrisas. La convivencia en altamar a veces trae ciertas fricciones, el proceso de acoplamiento a la nueva cotidianidad puede incluir discusiones, pero todo fluye en positivo.

Con los años empiezan a llegar pequeños e inexpertos tripulantes a quienes hay que enseñarles cómo navegar, y poco a poco, entre palabras y ejemplos, se consigue una sinergia positiva, entonces, cuando el viento cambia de dirección y las olas se agigantan, una tripulación bien acoplada logra capear tempestades y avanzar sin problemas.

Sin embargo, no todos los barcos son iguales, hay unos con dificultades en la llegada de nuevos tripulantes. Aquí el capitán junto con su oficial suelen detenerse en algún puerto seguro para intentar encontrarlos, inician una larga búsqueda que a veces los recompensa, y otras, les anuncia que su viaje solo será de dos.

También existen barcos que inician su viaje como todos, llenos de esperanza, pensando que será para siempre, pero olvidan que para siempre es un día a la vez. En estos viajes sucede que al llegar fuertes tormentas, cuando el mar se agita incontrolablemente y las nubes grises cubren el cielo con lluvias frecuentes, el capitán y su oficial comienzan a tener problemas para comunicarse porque las tempestades permanentes hacen mucho ruido y sus voces se mezclan en mensajes que no logran descifrar acertadamente. Los malentendidos se multiplican generando dolor y, a veces, heridas que no logran sanar. También surge angustia al ver que los pequeños tripulantes empiezan a paralizarse, previendo un desastre. Se ofuscan, temen, quieren rendirse. Algunos de estos barcos logran encontrar salvavidas que los ayudan a encontrar un nuevo rumbo con menos tormentas y les enseñan un nuevo lenguaje para comunicarse; otros, pese a muchos intentos, naufragan.

Nadie sale invicto de un naufragio, pero un capitán y un primer oficial inteligente saben que su ejemplo será el modelo de actitud que repetirán los chicos cuando crezcan e inicien su propio viaje, así que lo único importante será lograr que lleguen a puerto seguro lo menos lastimados posible. Se les debe enseñar que aún en altamar, desprovistos de un barco, es posible conseguir paz y pueden reinar la amabilidad y el respeto. En estos momentos de crisis aprenderán que el amor tiene muchas aristas, que es necesario ser fuertes y que el sentimiento por los hijos es motor que logra aplacar ego, orgullo y vanidad.

Finalmente, sin importar el rumbo actual de nuestro barco, sigamos luchando. Recordemos las palabras de Agatha Christie: “Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”.

(O)