Un asambleísta anunció la semana pasada que renunciaba a su curul. La razón que dio fue que poco o nada podía aportar en beneficio del país desde la Asamblea Nacional. Aunque el anuncio del asambleísta se dio a raíz del pobrísimo debate parlamentario sobre la reglamentación del derecho de la mujer de interrumpir su embarazo cuando ha sido violada, todo parece indicar que esa decisión de renunciar ya la había tomado desde antes. Debe ser duro, en verdad, pasar horas escuchando intervenciones tan mediocres como las que hubo con respecto a temas tan importantes como el mencionado. Y no se diga pasar horas escuchando sandeces sobre asuntos baladíes. Y peor tener que aceptar como pares a legisladores que recomiendan a sus seguidores que, cuando roben, roben bien. Hay, por supuesto, legisladores de gran valía que toman en serio sus tareas. Pero son la excepción, y con las excepciones no vamos a mejorar a nuestro país. Son, en efecto, pequeños granos de arena frente a esa enorme masa de concreto armado que es la mediocridad de nuestra Legislatura, un órgano que es simplemente un buen reflejo de la clase política que tenemos. No le importa a esta gente que la Legislatura sea una de las piezas claves de una democracia. Al país no le queda otra cosa que resignarse a soportarla y financiarla por el simple hecho de que, si ella no existiera, dejaríamos de ser vistos como un país democrático.

Una desolación similar la encontramos no solo en la Asamblea. Vivimos en un país de alto riesgo debido a su geografía, riesgo que se ha acentuado por el cambio climático producto de la ceguera humana. Pero poco o nada hacemos al respecto. Solo reaccionamos ante hechos consumados y soportamos el espectáculo de unos cuantos tratando de hacer política con la tragedia humana. Pero eso no es todo. Por más de una década el narcotráfico fue tolerado y hasta fomentado con subsidios y leyes en nuestro país. La decisión de enfrentarlo, sin embargo, tiene un costo: el recrudecimiento de la violencia y la delincuencia. Le pasó a Colombia en los años 80 y a México después. Con el agravante de que hoy en día ya se puede hablar de narcoestados, como es el caso de Venezuela. ¿Cuál es la respuesta o reflexión a este drama por parte de nuestra clase política? Ninguna. Es más, algunos preferirían que pactemos con el narcotráfico y le entreguemos nuestra incipiente institucionalidad, comenzando por la Fiscalía, a estos delincuentes, para así “vivir en paz”. Y allí no quedan las cosas. Hace pocos días la Corte Constitucional resolvió revisar una sentencia de un tribunal con respecto a los derechos de una monita llamada Estrellita, y al hacerlo expidió una extensa resolución defendiendo los derechos de la monita Estrellita y de la Naturaleza. Pero esa misma Corte Constitucional un mes atrás se negó a revisar una de las muchas sentencias que vienen obligando a una institución financiera pública a aceptar en dación en pago bienes sin ningún valor que le ofrecen ciertos deudores pillos para cancelar sus deudas. Debido a estas acciones y medidas cautelares “constitucionales”, el Estado está perdiendo millones de dólares —dinero que le tocará pagar a todos los ecuatorianos— como producto de la corrupción.

Y así vamos. Navegando a la deriva en un océano de incertidumbres. (O)