Tengo un mundo de sensaciones… que te puedo regalar, dice la canción de Sandro, el que murió por no dejar de fumar. Y resulta que por arte de la cultura efímera de este nuevo milenio, hemos llegado a ese mundo. Aviso que no puedo conocer todavía los motivos que nos trajeron al mundo de las sensaciones, pero sí puedo relatarle algunos hechos que lo certifican. Aquí van.

Primero. Los terraplanistas, que son esos locos que creen que la Tierra es plana cuando desde la época de Ptolomeo los sabios sabían que no lo es, y desde la época de Colón y Magallanes está probado empíricamente que la Tierra es una pelota de fútbol, un poco achatada en los polos, que flota en el universo dando vueltas alrededor del sol. Pero resulta que ahora han aparecido unos sentimentales que dicen que para ellos la Tierra es plana porque si fuera redonda se vaciaría el agua de los océanos… piensan que las cosas tienen que ser como ellos las sienten y no como está archiprobado que son.

Segundo. Los antivacuna, que son otros locos, más locos que los de la Tierra plana, que sienten que las vacunas son peligrosas para la salud después de por lo menos 400 años de vacunarnos para curarnos de la viruela, la varicela, la poliomielitis, el tétanos, la gripe, la fiebre amarilla y ocho mil infecciones que nos mataban como moscas hace nada. Contaba en estos días una médica de guardia de un hospital de Buenos Aires cómo había atendido a un par de chicas que se tomaron una jarra loca…

¿Y qué le pusieron?, preguntó la doctora.

Todos los remedios de mi abuela, contestó una mientras se moría.

¿Podemos averiguar qué remedios toma su abuela?, preguntó la doctora a la otra.

No. Lo único que le pido es que no me pinche porque me da miedo…, balbuceó y se murió la otra.

Tercero. Los autopercibidos, que son esos que siempre tienen una excusa porque se sienten distintos a lo que tienen que ser; esos que hace apenas 50 años solíamos imaginar en un hospital psiquiátrico disfrazados de Napoleón. Pero ahora no es esquizofrenia sino el omnipresente mundo de las sensaciones.

Hoy me autopercibo jirafa.

Ah, muy bien, y yo me autopercibo mujer.

Me voy al zoológico a ver si tienen algo de comer.

Y yo me voy al Registro Civil a cambiar mi documento.

Ríase, pero esto ya pasó más de una vez –y con éxito– en la Argentina, donde las mujeres se jubilan a los 60 años y los varones a los 65.

Lo sorprendente de los autopercibidos es que no tienen ningún límite en el tiempo ni en el espacio. Un día pueden sentirse árbol y al día siguiente luna; la semana que viene delfín y en noviembre bomba atómica… Pero eso no es nada. Muchísimo más grave es que los demás los tomemos en serio como para registrar el cambio de sexo a los señores de la jubilación o inscribir el matrimonio de un autopercibido mono con un ceibo.

Así es el mundo de las sensaciones. Lo que realmente importa es lo que siento y está por encima de mi propia inteligencia, pero también de la historia, de la ciencia, de la justicia, de las leyes, del sentido común y de cualquier otro factor que incida en mi cerebro. Y si lo que yo siento no está de acuerdo con lo que pienso, con la historia, con la ciencia, con la justicia, con las leyes o con el sentido común, que se frieguen mi inteligencia, la historia, la ciencia, la justicia, las leyes y el sentido común… No es de extrañar, ya que el ego es la marca de nuestra época, pero pueden ser tremendas las consecuencias de que los sentimientos estén por encima de la inteligencia y manden en nuestras decisiones individuales y colectivas.

Ya volverá el péndulo de la historia para el otro lado, pero más nos vale empezar a hacerle caso a la inteligencia, aunque sea para que no nos resulte tan duro el golpe cuando vuelva para el otro lado.

(O)