Érase una vez un país donde todo era de papel, que tenía más importancia que el presidente. La verdad era tan odiosa para líderes mentirosos, que estos decidieron encerrarla en una cárcel oscura con columnas de falsa documentación; llevaron allí también al conocimiento para ponerle una mordaza y lo reemplazaron por uno de papel.

El “señor” interés andaba metido en todas partes, pero como era “respetable” y “poderoso” las leyes no podían alcanzarlo. Como aun encerrada la verdad era evidente, resolvieron empapelarla para que nadie la vea. La idea era, según ellos genial, puesto que el papel aguanta todo, incluso a la fortísima realidad. Lo primero que concluyeron luego de recluir a todos los que salieron a reclamar, fue evitar que sigan surgiendo otros de esta categoría, así que dirigieron su retrógrada mirada a la educación. A partir de este momento se empezó a medir al estudiante por lo que digan los registros de sus papeles, no por sus conocimientos. “Diez mil papeles son suficientes para pasar el año”, dijeron, y los jóvenes cumplían copiando nueve mil novecientos noventa y nueve de esos, lo importante no era saber, sino llenar diez mil papeles, y aprobarían. Cuando salieron a la escuela de la vida notaron que estaban con poca preparación que no supieron qué hacer y se rindieron al sistema. El plan también estaba dirigido a los que enseñaban, serían empapelados para que desperdiciaran fuerzas y tiempo, para que terminasen agotados y transmitieran lo menos posible el verdadero conocimiento. Los tiempos son modernos –anunciaron un día– para que los ciudadanos se enteraran, los valores, los saberes, la conciencia, solo serán considerados como verdaderos si se los especifica en un papel. Desde ese día ciertos traidores sátrapas comenzaron a mostrar papeles donde manifestaban que eran ilustres, trabajadores..., y el mundo les dio reconocimientos. Ese país fue famoso por un tiempo porque sus estadísticas de falsas calificaciones eran impresionantes, parecía un sueño que otros países deseaban soñar y esperaron resultados de progreso para copiar ese método; pero nunca llegó y en ese instante la verdad se cansó y no pudieron esconderla tras papeles, se descubrió que ese país ya ni siquiera era en vías de desarrollo, sino que “gracias” a su educación de papel había vuelto a ser país tercermundista.(O)

Charlie Javier Risco Andrade,

licenciado en Ciencias de la Educación, Guayaquil