Cuando una elección presidencial en cualquier país se decide por un porcentaje mínimo de votos y la población acepta los resultados, es decir que hay un ganador y un perdedor, sin mencionar la palabra ‘fraude’, estamos frente a una actitud democrática, porque las instituciones del sistema político que hacen la rectoría electoral gozan de credibilidad y ofrecen las garantías suficientes a las personas para que la vida cotidiana transcurra en un marco de convivencia pacífica. Eso que pareciera un capítulo de realismo mágico en nuestro país sucedió en Uruguay. Quien fue derrotado en las urnas expresó públicamente lo mejor al nuevo presidente. Primera conclusión: el país está por delante de cualquier aspiración personal.

Con esto quiero resaltar que la cultura política no es una definición de libre interpretación, porque expresa en la realidad un conjunto de acciones que la ciudadanía realiza en lo que se refiere al cumplimiento de las normas o el Estado de derecho, la relación con las distintas funciones, la exigencia y cumplimiento de los derechos políticos, la rendición permanente de cuentas de las autoridades y el involucramiento en diferentes propuestas bajo dinámicas de participación activa, es decir, cada cual asume su rol porque en el futuro serán las nuevas generaciones quienes heredarán los resultados del civismo o de la irresponsabilidad de la sociedad.

La cultura política no se reduce a la elaboración y la aprobación de leyes, sino más bien a la conciencia que puede alcanzar la población de cualquier país cuando se trata de resguardar la ética como patrimonio, la democracia como una forma de vida y el diálogo como un mecanismo para reconocer en el otro lo bueno y también para discrepar sin que eso suponga prácticas de fanatismo y violencia. En otras palabras, la identidad de los pueblos tiene mucho que ver con las formas de entender y valorar las relaciones sociales, el papel que cumplen las instituciones y las maneras de procesar los conflictos. Por eso, el ejercicio que ciertos sectores realizan al relativizar la cultura política puede ser peligroso si se trata de justificar lo inaceptable como la violencia en cualquiera de sus manifestaciones.

Un elemento que distingue un país de otro en términos de cultura política es la participación y empoderamiento de la población en la vida cotidiana, sobre todo en asuntos de orden público. Y ahí, Ecuador está en los últimos lugares de América Latina según los estudios que realiza el Latinobarómetro de las Américas. Hay varias asignaturas pendientes al respecto, como la desafección por la política y los políticos, la incredulidad por los partidos, la corrupción, las demandas sociales insatisfechas, la ausencia de referentes y liderazgos contundentes.

Cada uno de estos aspectos demanda un gran trabajo, porque si bien la política no solo la hacen los políticos, sí depende de la formación educativa y del nivel de compromiso de la población para cambiar la realidad y que no se siga diciendo que se produjo un fraude después de cada elección. (O)