Resulta ser casi una constante percibir el paso del tiempo a mayor velocidad mientras más avanzamos en años. Intangible, como el aire, de pronto empezamos a experimentar que, entre uno y otro comienzo de año, el tiempo transcurre más rápido y el intervalo se hace más corto.

Cada fin de año lamentamos lo mismo: todo lo que nos falta para progresar como país en el marco de la justicia, la salud, la educación, etcétera. Y cada año nuevo nos llenamos de entusiasmo, con la esperanza de que el nuevo resulte mejor que el anterior. Lamentablemente, la historia se repite una y otra vez. Avanzamos poco o casi nada. No hay día en el que los noticieros nacionales no hablen de violencia o actos de corrupción. Tanto acusados como acusadores terminan siendo sospechosos, en una suerte de escándalos en serie. La violencia en las calles y la común falta de respeto a las normas nos mantienen inseguros.

En el campo de la salud, continuamos casi con el mismo discurso: falta de medicinas, falta de especialistas, retardo en la obtención de citas para los pacientes. Sin embargo, cada año se gradúan más médicos en las diferentes universidades. Y encontrar trabajo o poder cursar un posgrado es más cuestión de suerte que de conocimientos. Involucrada como estoy en el ámbito universitario, un parámetro que me ayuda a medir la calidad de la educación secundaria recibida es la preparación general de los estudiantes que ingresan a la universidad: muy pobre en cuanto a vocabulario, capacidad de expresión, redacción y comprensión lectora. En nuestro día a día las carencias educativas y culturales se evidencian en el tránsito vehicular, cada vez más caótico, y en la actitud irresponsable de aquellos ciudadanos que atentan contra el ornato y la higiene de donde viven. Y como si esto fuera poco, en Guayaquil últimamente hay que estar luchando por la conservación de árboles y áreas verdes, amenazados por la falta de planificación urbana y la construcción de cada vez más edificaciones que denotan poca conciencia ecológica.

Pensar en soluciones eficaces e integrales resulta ser una quimera. Los políticos nos han ido demostrando que las buenas intenciones no son suficientes para desatar los nudos de la corrupción. Los ofrecimientos no se concretan y, una vez en el poder, muchos sufren transformaciones. La cronicidad de la enfermedad llamada corrupción ha demostrado multirresistencia a toda clase de fármacos. Su genoma sigue mutando y reprogramándose. Lo peor que puede sucedernos es que nos acostumbremos a ella, normalizándola. Deberíamos oponer una fuerte resistencia al contagio.

Propongo que quienes así pensemos nos unamos en la decisión de trabajar arduamente para construir un año 20/20. Que nos propongamos esforzarnos al máximo para cumplir a cabalidad lo que nos corresponde como ciudadanos. Si sumamos y somos muchos quienes nos unimos, es muy probable que se logren cambios reales. No importa cuán pequeños sean y cuánto nos demoremos, al final todo suma. Seamos ejemplo y contagiemos el esfuerzo a quienes nos rodean. Es algo que solamente depende de cada uno de nosotros. (O)