28 de enero de 1945, 75 mujeres judías fueron fusiladas por la SS en Polonia. 28 de enero de 2020, los gobiernos de Estados Unidos de América (EUA) e Israel, la patria de los judíos, presentaron un plan de “paz”, que amenaza con fusilar definitivamente los derechos de más de 10 500 000 palestinos.

¿Qué legitimidad puede tener una propuesta que ignora a la parte que debería haber sido llamada a su elaboración? Ninguna.

¿Qué credibilidad reconocer al régimen de Trump, que ha mostrado animadversión contra los palestinos que se hunden en la miseria, ora privándolos de la ayuda bilateral de US $ 200 millones, ora disminuyendo de US $ 360 000 000 a US $ 60 000 000 los fondos anuales que entregaba a la Agencia de la ONU para los 5 500 000 refugiados palestinos y sus descendientes, que debieron huir o fueron expulsados por grupos terroristas hebreos del territorio que ocupaban cuando en 1947 se formó el Estado de Israel después de las atrocidades que los nazis cometieron en contra de los judíos? Tal privación implicaba el cierre de escuelas y centros de salud, pero muchos países la han suplido. El pretexto para el recorte fue acusar a la agencia de perpetuar el conflicto entre Israel y Palestina, alimentando la idea de que los palestinos tienen derecho al retorno a sus hogares. Es decir, a los judíos de la diáspora les asistía tal derecho, a los palestinos no. Claro que la gran potencia puede disponer de su dinero como a bien tenga, pero su política, a despecho de que pregona que lo hace por filantropía, es donarlo de acuerdo con sus intereses económicos y geopolíticos, en este caso retirarlo por servir al poderoso lobby israelí.

Además, está el tema de Jerusalén: en 1967, después de la guerra que algunos países árabes libraron contra Israel, este se apoderó de la parte oriental –ya tenía la occidental, después del contencioso de 1948–, donde habitan más de 350 000 palestinos. El Consejo de Seguridad de la ONU en siete resoluciones ha condenado la conducta del régimen israelí respecto a ese apoderamiento, incluyendo la de 1980, que, con la abstención de EUA consideró nula la Ley de Jerusalén, que la llama su capital eterna e indivisible. El derecho internacional no admite la adquisición de territorios por la fuerza. La Corte Internacional de Justicia opinó que todos los estados tienen la obligación de no reconocer la situación ilegal en y alrededor de Jerusalén este. En los Acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y Palestina, no se resolvió el destino de ella, como algunos otros trascendentales puntos, lo que ha contribuido a que el poder del más fuerte se imponga.

Trump, contrariando lo resuelto por la ONU, reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, lo que fue rechazado por la gran mayoría de países en la Asamblea General de Naciones Unidas, a pesar de la amenaza de sanciones.

Así pues, EUA no es imparcial en el conflicto, no puede ser un mediador válido, como antes, aunque en escasa medida, lo fue.

El pomposamente denominado “Acuerdo del siglo” por el pomposo presidente estadounidense, le da a Israel lo que desde hace décadas ha esperado, razón por la cual su primer ministro declaró que el 20 de enero fue tan importante como el día de la creación del Estado. Dice un académico y exfuncionario estatal de EUA, que es más un plan de anexión que de paz. En efecto, determina que Jerusalén es la capital indivisible de Israel y consagra el despojo de su parte este, ofreciendo a Palestina algunos lugares externos de ella para que ahí establezca su capital. También le obsequia casi el 90 % del Valle del Jordán y el norte del mar Muerto. Legaliza igualmente los 140 asentamientos de 600 000 israelís, reiteradamente cuestionados por la comunidad internacional. Israel conserva el control de seguridad, los enclaves palestinos y seguirá controlando las fronteras, el espacio aéreo, los acuíferos, las aguas marítimas. Como sostiene el Relator de la ONU para los Derechos Humanos en los Territorios Palestinos Ocupados por Israel, sería un Bantustán del siglo XXI, en alusión a las reservas de los no blancos que en la Sudáfrica de negros los blancos establecieron para crear en el resto del resto del territorio la apariencia de un país de mayoría blanca. Palestina estaría esparcida en archipiélagos, completamente rodeados por Israel, quedaría como un queso suizo, como declaró el presidente palestino, con el 15 % del territorio que tenía, no lo ganaría como aseveró Trump.

Por otro lado, Palestina no tendría un ejército permanente y deberían disolverse algunos grupos que luchan por los derechos de los palestinos, a los que los estados terroristas catalogan como terroristas. Ya en las tierras invadidas se criminaliza su protesta, se viola su derecho de expresión, como ha denunciado Human Rights Watch.

La Red Internacional Judía Antisionista - España y Argentina ha rechazado la iniciativa, señalando que se quiere atrapar con dinero a los palestinos para explotar su trabajo, mantener a miles de ellos presos, sin pronunciarse sobre los refugiados y el derecho de retorno. “El plan pretende extinguir los pocos remanentes del nacionalismo árabe e incita a los estados árabes a normalizar sus relaciones con Israel, busca el petróleo y la venta de armas”. Repudia que los regímenes estadounidense e israelí hablen y actúen en nombre de los judíos.

El representante de la Unión Europea expresó su preocupación por las intenciones de Israel de proseguir con las anexiones: “El plan de paz del presidente de Estados Unidos no encaja en los parámetros aceptados internacionalmente para poner fin al conflicto entre Israel y Palestina”.

Los agresores son bien agresivos: colonos judíos en enero de 2020 incendiaron una escuela palestina y pintaron consignas como esta: “¿destruimos casas? Solo las de nuestros enemigos”. Mas, la parte consciente de la humanidad se apresta a resistir. En mayo próximo la Flotilla de la Libertad, una coalición internacional que busca romper el cruel bloqueo marítimo sobre Gaza, volverá a navegar. Miles de palestinos gritan: “Palestina no está en venta”. (O)