La alegría del pobre dura poco –dice el refrán– sobre todo cuando construye ficciones sobre su propio destino y a partir de ellas se activan sus fantasías. Una suerte de enajenación de la conciencia para darse a sí mismo un alivio pasajero. Algo así, me parece, ha ocurrido con el Gobierno después de su publicitada visita a Washington, con todas las puertas abiertas gracias al glamur y las amistades de la señora Baki. Se llegó a reemplazar a un embajador con amplia trayectoria por una señora cuyas cartas credenciales son sus amistades y relaciones personales. Todos los enormes esfuerzos por profesionalizar y reinstitucionalizar la política y el servicio exterior sufrieron, con el nombramiento de Baki, un traspié.

Pero las realidades, para tristeza de todos, son difíciles y tozudas. No hay atajos posibles, solo procesos en el tiempo, duros, persistentes. Nos ha despertado de la fantasía el FMI tras la última visita de una misión evaluadora, con su decisión de retrasar –se supone– el cuarto desembolso del convenio firmado con Ecuador, porque el país incumple las condiciones del programa de apoyo financiero. Quedó a la espera un desembolso de 348 millones de dólares, a pesar de las buenas intenciones del señor Trump y las gestiones de la señora Baki. La noticia solo añade un elemento de alarma más a la dificilísima situación fiscal del país, que tiende a agravarse con el tiempo en medio de un contexto externo adverso. Frente a las ilusiones del populismo trumpeano, la realidad se muestra terca.

Todas las alarmas sonaron la semana pasada. Enero y febrero fueron meses dramáticos para las cuentas fiscales, con caída de ingresos en casi todos los rubros –impuestos y exportaciones– y una creciente carga de la deuda pública, insostenible en el tiempo. El Estado ecuatoriano gasta hoy en pagos de deuda –capital más intereses– más que en cualquier otro rubro importante. La caída de los precios del petróleo por el coronavirus disparó, al mismo tiempo, el riesgo país, llevándolo, en menos de un mes, de 1000 a casi 2000 puntos. Con ello, el acceso a financiamiento en los mercados internacionales queda cerrado. Mientras tanto, el Gobierno acumula atrasos en sus obligaciones de gasto con el seguro social, los GAD, las universidades, los proveedores. Se vino, como vaticinaba ya por noviembre del año pasado Vicente Albornoz, un ajuste a patadas; es decir, un recorte o suspensión de gastos sin racionalidad ni dirección alguna, llevado solamente por la angustiosa falta de ingresos.

Tras la ilusión de la visita a Washington, con todo el espaldarazo de Trump en el FMI, el problema se le vino encima al país y afronta una delicadísima situación económica. ¿Qué hacer? Pregunta difícil, casi incontestable, cuando la política se orienta a la caza de ilusiones y promesas para ganar tiempo y esconder ante la opinión pública la triste y dura realidad. Trump y Baki nos dieron, como era de esperarse, un aliento temporal, efímero. Al Gobierno no le queda otra opción que jugarse entero, con las pocas fuerzas que tiene, para enfrentar el tema económico, de lo contrario el ajuste seguirá su dinámica actual, a patadas. (O)