El mundo está en shock por el COVID-19. Hay una conmoción sanitaria y de movilidad sin precedentes en la historia contemporánea. Con tan graves implicaciones que la sociedad global no volverá a ser la misma después de la catástrofe.

Masivas cuarentenas a escala internacional dejan como denominador común la sensación de aislamiento y vulnerabilidad que pone en situación de igualdad a miles de millones de personas ante la eventualidad de contraer la enfermedad y afrontar el peligro de muerte.

La humanidad, al promediar las dos primeras décadas del siglo XXI, que se sentía confiada por el extraordinario avance de la ciencia médica, de golpe está nuevamente expuesta a una pandemia mortal, tal como sucedió hace mucho tiempo con sus antepasados.

La etimología de la palabra virus viene del griego y no significa sino tóxico o veneno. Están identificados alrededor de 5000, pero se cree que pueden ser millones. Al parecer surgieron en simultáneo con las formas de vida que han evolucionado durante millones de años y que hoy conocemos.

Carecen de metabolismo y por tanto no son seres vivos cuya función corporal pueda ser paralizada o destruida. Constan de reducido material genético y una cápsula que al introducirse en un organismo huésped, sean animales, plantas o bacterias, ponen a trabajar la maquinaria celular para que en vez de producir sus propias proteínas produzca proteínas virales.

De este modo, la lucha contra los virus ha acompañado por siempre la vida de los seres humanos.

La gripe denominada “española”, que al parecer surgió en medio de la putrefacción de las trincheras al final de la Primera Guerra Mundial, afectó a una de cada cinco personas donde la pandemia se extendió, principalmente por Europa y Norteamérica, causando alrededor de 50 millones de muertos.

Dependiendo de la fuente, se estima que hasta un millón de personas fallecen anualmente en el mundo por distintas variedades de gripe, sin llamar la atención de nadie. De ahí que hayan surgido voces en el sentido de que la alarma por el COVID-19 ha sido un tanto exagerada, criterio no compartido.

Lo seguro es que el coronavirus pasará tal como sucedió con la viruela, que durante siglos fue reputada como la enfermedad más letal, cuya vacuna fue descubierta en 1796, aún sin conocerse la causa de la patología. Todavía en 1966 se registraron dos millones de muertes por este agente viral, cuya incidencia finalmente se redujo a cero en 1978. En la actualidad solo existen muestras en el Centro de Control de Prevenciones y Enfermedades en Atlanta y en el Instituto de Preparaciones Virales en Moscú.

En Ecuador, las drásticas medidas adoptadas de cierre de fronteras, incluso en el ámbito provincial en el caso del Guayas, y de imponer una cuarentena en domicilio a la mayor parte de la población, están plenamente justificadas a fin de impedir un contagio general que implique la pérdida de centenares o miles de vidas de compatriotas.

Desde la espera forzosa impuesta por el aislamiento, comedidas recomendaciones.

Un llamado a coordinar de mejor manera el mantenimiento de las actividades básicas de producción y comercialización, sin tantos inconvenientes en la gestión de los salvoconductos.

Al tiempo, ir adoptando medidas que permitan paliar la grave crisis económica resultante de la paralización, teniendo como prioridad el restablecimiento paulatino de la cadena de pagos y el mantenimiento del empleo.

Y de último, hacer un llamado a las autoridades a mantenerse coordinadas y evitar pugnas censurables. (O)