En 1949 se estrenó la película británica El tercer hombre, basada en una novela escrita para la película por Graham Greene, que también redactó el guion. Protagonizada por Joseph Cotten y el gran Orson Welles –ya le voy diciendo que actúa poco– y dirigida por Carol Reed. La historia transcurre en la Viena de posguerra, ocupada por los cuatro aliados vencedores (Austria estuvo ocupada hasta 1955 y Berlín hasta 1989). Un norteamericano, escritor de novelas baratas y bastante chiro, busca en Viena a su amigo de la infancia que le ha ofrecido un buen trabajo; pero en cuanto llega se entera de que ha muerto atropellado por un camión y la trama se va oscureciendo hasta volverse bastante negra (es cine negro, al fin y al cabo). Lo que descubre Holly Martins (Joseph Cotten) es que el negocio de su amigo Harry Lime (Orson Welles) es criminal: vende a buen precio penicilina adulterada a hospitales de niños.

No le cuento más por si no la vio y la quiere buscar en alguno de esos sitios que respetan poco los derechos de autor, pero tengo que revelarle una parte esencial de la trama: el accidente de Harry fue un invento para desaparecer. Termina reuniéndose con Holly, que para colmo y de tanto buscar a Harry, termina enamorado de su novia. En ese encuentro, cuando Holly le reprocha sus crímenes, Harry le describe un gran misterio de la historia de la humanidad: en Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz y ¿cuál fue el resultado? El reloj cucú.

Me acuerdo seguido de esa escena de El tercer hombre en estos días de cuarentena obliga-da. Hay una fuerza de ocupación –no sé si es el virus o la policía– que nos tienen encerrados en nuestras casas. No tenemos ni la menor idea de cómo terminará todo esto, porque el dilema está en la elección entre el aislamiento improductivo que nos lleva a la quiebra o producir y contagiarnos de la peste que nos puede liquidar. Dicen los que deciden que hay que asilarse en las casas todo el tiempo que sea necesario, porque primero tenemos que vivir y después ver cómo vivimos. Y responden los que dicen que hay que cortar la cuarentena, que por evitar la peste nos vamos a morir todos de hambre. Al final hay que coincidir con el papa y rezarle al buen Dios para que nos saque de esta cuanto antes.

Lo que Graham Greene pone en boca de Harry Lime en El tercer hombre no es un panegírico de los horrores de los Borgia, sino una realidad que se cumple cada vez que algún acontecimiento de la historia exprime el talento dormido del género humano. En esos momentos el tiempo se acelera, empezamos a pensar a gran velocidad, y con el humo que sale de nuestras cabezas la humanidad avanza a toda velocidad.

Lo decía en estos días Yuval Noah Harari, el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, autor de Homo Deus: breve historia del mañana y de otros títulos por el estilo. Harari es, hoy por hoy, el disertante más caro del mundo, pero igual le dejo gratis este párrafo, que no es ninguna novedad para los que ya vimos El tercer hombre: Muchas medidas de emergencia a corto plazo se convertirán en un elemento vital. Esa es la naturaleza de las emergencias. Los procesos históricos avanzan rápidamente. Las decisiones que en tiempos normales podrían llevar años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Se comienzan a usar tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué sucede cuando todos trabajan desde casa y se comunican solo a distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades enteras funcionan online? En tiempos normales, los gobiernos, las empresas y las juntas educativas nunca aceptarían realizar tales experimentos. Pero estos no son tiempos normales.

Hay algo muy positivo en estos dilemas de la humanidad. Ya sabemos que nada va a ser igual y también que todo va a ser mucho mejor, pero es un razonamiento más basado en lo mal que estamos que en la lógica. También sabemos que los grandes líderes nacen en crisis como esta. Y quién le dice que no vendrá una época gloriosa, un Renacimiento como aquel del siglo XVI…

(O)

Las decisiones que en tiempos normales podrían llevar años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Se comienzan a usar tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada son mayores.