Poco a poco se van desvelando los misterios de un virus que, según cada vez más voces, se asemeja más a una manipulación de laboratorio –intencional o no– en lugar de una fortuita transmisión zoonótica. En diferentes grupos de investigación estamos tratando de definir cómo calcular las muertes en exceso (¿por, o con, COVID-19?), analizar retrospectivamente si el éxito de Vietnam con una estrategia aplicada originalmente a la tuberculosis es un ejemplo de lo que se pudo hacer en Ecuador, y entender cómo incluir una perspectiva de género en la estrategia de salida de la paralización de actividades alrededor del mundo.

Esto último no es tarea sencilla, pero es fundamental para definir las respuestas a COVID-19. Aun cuando en países con alta sofisticación sanitaria la tasa de mortalidad masculina relacionada con la enfermedad causada por SARS-CoV-2) es más alta, no todos los gobiernos desagregan sus datos por sexo. De igual manera, se diseñan equipos de protección personal con un solo modelo masculino, lo cual tiene forzosamente una influencia en su uso y efectividad por mujeres y personas de menor talla. Finalmente, buena parte de la fuerza de trabajo en cuidado sanitario, hospitalario, de la tercera edad y en el hogar es femenina, pero poco conocemos sobre las diferencias entre sexos para mejorar las acciones hacia los enfermos y hacia quienes proveen el cuidado.

En Estados Unidos hay resistencia a aceptar que las diferencias socioeconómicas tienen enorme influencia en la alta tasa de letalidad de COVID-19 en hombres afroamericanos e hispanos. No es solo “porque los hombres no se cuidan” que esto está sucediendo. Cabe señalar que una de las provincias con más bajo número de pruebas es Esmeraldas, con amplia población afroecuatoriana.

La organización internacional Women in Global Health hoy cumple un papel fundamental en elevar a la discusión general y así transformar las agendas gubernamentales, la representación adecuada de los dos sexos fundamentales que existen en el mundo (sin denuesto de otras categorías de género). Es también fruto de inspiración y apoyo para mujeres alrededor del planeta que intercambian voluntariamente datos desagregados por sexo relacionados con la respuesta a COVID-19.

Es motivo de orgullo como ecuatoriana que en la información pública del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en el liderazgo en epidemiología haya tres mujeres y dos hombres, un equilibrio que falta en otros equipos oficiales conformados en el país. Más allá de los límites de la representatividad política, tener más mujeres en la toma de decisiones en esta pandemia puede contribuir a mejorar, si no es solo porque tienen una experiencia y perspectiva diferentes para hacerlo.

Viendo la limitada producción femenina con publicaciones en revistas académicas prestigiosas, y siendo una de las pocas mujeres en un grupo de discusión internacional, puedo decir con certeza que –seamos diferentes por biología o crianza, no importa– el trabajo científico de las mujeres es fundamental. Más aún cuando canales de televisión entrevistan a inexpertos que luego deben admitir que opinaron por fuera de la circunscripción de su verdadera experticia. Estoy segura de que las mujeres sabrán atender también las particularidades de esta enfermedad en los casos de hombres con SARS-CoV-2. (O)