Uno de los argumentos más utilizados por el régimen para explicar el impacto de la pandemia en Guayaquil ha sido que no existe en nuestra ciudad una disciplina social que permita tener una conciencia colectiva respecto de las medidas de aislamiento y distanciamiento social, aseveración que si bien es cierta trae también su sesgo pues induce a conjeturar que en otras partes del país sí existe dicha disciplina, sin comprender que el concepto cultural y político de disciplina social no tiene un marco real de aplicación en el Ecuador, aún más cuando nunca ha existido un proceso histórico que lo aliente y consolide.

Partiendo de esa realidad, lo que cabría entonces es que el Gobierno diseñe una estrategia de comunicación que permita ilustrar la magnitud de la tragedia que ha vivido especialmente nuestra ciudad, para cuyo efecto se deberían –entre otras cosas– sincerar los datos y cifras del impacto de la pandemia. Así, por ejemplo, se debería recordar con dolor y decoro el número de fallecidos principalmente en nuestra ciudad, mencionando el hecho de que jamás tantos ecuatorianos perdieron la vida en tan corto lapso en nuestra historia republicana; esa realidad irrefutable manejada con decencia e inteligencia comunicacional podría convertirse en una herramienta importante de educación, especialmente si lo que alega es que no existe una respuesta social efectiva y que la población en términos generales sigue haciendo lo que le viene en gana al momento de respetar las normas básicas de distanciamiento y prevención.

El problema es que aparte de las menciones que se han hecho sobre lo ocurrido en Guayaquil, el Gobierno ha seguido insistiendo con su confuso y distorsionado conteo de contagios dado por el Ministerio de Salud y Servicio de Gestión de Riesgos con base exclusivamente en las muestras de COVID-19, lo que permite aseverar de acuerdo con esas cifras que apenas habría un poco más de 30 000 infectados y 1600 fallecidos en todo el país a causa de la pandemia, cuando solo en nuestra ciudad se conoce de un excedente de diez mil fallecidos y posiblemente decenas de miles de infectados. Ahora conocemos también que, de acuerdo con las declaraciones del viceministro de Salud, el sistema de vigilancia epidemiológica que se utiliza en nuestro país “data de hace algunas décadas y tiene limitaciones tecnológicas”, lo que permite afirmar que los datos y cifras que ha manejado el régimen son inciertos y desprolijos, sin embargo, no faltará la excusa de “que ningún país estaba preparado para lo que se venía”.

Es comprensible que al régimen le resulte problemático diseñar una estrategia comunicacional que se base en la magnitud del impacto de la pandemia, pero algo más creativo que seguir invocando disciplina social deberá hacer para alertar a la ciudadanía sobre el riesgo con el cual la sociedad deberá convivir en los próximos meses. Por supuesto, resulta más cómodo seguir dejando en el aire las cifras y que mucha gente siga pensando, de acuerdo con el último dato oficial, que en Guayas hay 12 577 casos confirmados de COVID-19, sin siquiera advertir que por ahí seguramente va el registro de fallecidos en la provincia a causa del virus. Que siga el desconcierto. (O)