La señora Marianita de Jaramillo era la profe de Historia y de Geografía Económica. ¡Qué bodrio de materia! No entiendo por qué las monjitas pusieron a una profesora tan simpática a dar una asignatura tan horrorosa. No aprendí nada y encima terminé odiando a la profesora. Yo que al comienzo del año me reía cuando me decía: Ay guagüita, boca de olla de locro: blup, blup, blup. ¡Pará de hablar!, al final del año quería arrastrarla como a Alfaro.

Han pasado años y aún me desvelo pensando que nunca aprendí ni una pizca de Geografía, y peor de Economía; sin embargo, suelo repetir con frecuencia otra frase de aquella maestra, su clásico ¡Quirasquemedá!

Ella y todas las profesoras que tuve en mi adolescencia, durante los años del primer boom petrolero, tenían fe. Recuerdo con odio el examen aquel para el que memoricé todo de pe a pa y ella me puso pésima nota porque en la pregunta de “criterio personal” yo había escrito que el Ecuador era un país subdesarrollado, tercermundista, cuando ella insistía en que éramos una nación en vías de desarrollo.

Viendo la vida con los ojos de hoy, y repasando la historia, la geografía y la economía de Ecuador, bien podría decir ¡qué ingenuo optimismo el de la teacher, ¿no?! Hubo la posibilidad de ir por la vía del desarrollo, pero el país perdió el rumbo y se fue directito hacia el camino chueco de la corrupción, el despilfarro y el cinismo.

Desde el encierro al que nos ha sometido la pandemia hemos podido palpar un país incapaz de afrontar una emergencia. Un país incapaz de ver más allá de sus narices, de crear modos distintos de hacer las cosas. Un país empantanado en el chanchullo, la sapada y con los peores y más caros servicios del mundo mundial*. El internet funciona mal; la telefonía celular, fatal; la televisión por cable, terrible; el transporte de bienes, un desastre; Correos del Ecuador parece que duerme ya el sueño eterno y las empresas privadas no responden el teléfono ni los correos electrónicos. Y cuando finalmente lo hacen, sus precios son ridículamente altos.

Yo intento nadar contracorriente y no dejar morir mi pequeña librería, y todo me es adverso.

¿Quién con mediano juicio va a querer pagar ocho dólares de transporte por un libro cuyo precio de venta es de diez?

En las redes sociales los ecuatorianos se quejan y cuentan sus historias por demás inverosímiles, pero son verdad. La ineficiencia está a la orden del día.

La pregunta es: ¿cómo vamos a salir del encierro? ¿Cómo vamos a enfrentar la nueva normalidad de la que todos hablan?

No quiero ser ave de mal agüero, quiero tener el optimismo de la señora Marianita, pero creo que con nuestra mentalidad obtusa, con las leyes obsoletas, con las instituciones rígidas, con los servicios precarios y con la codicia imperante, no lo vamos a lograr. Si no entendemos y asumimos lo que vendrá con decencia y responsabilidad, simplemente nos iremos pa’l carajo.

Es hora de abrir nuestra mente; de ver otra posibilidad en las relaciones laborales y personales; de hacer acuerdos; de volver a confiar y, sobre todo, de volvernos gente confiable. ¡Hagámoslo, panas! No me hagan gritar ¡Quirasquemedá! (O)