Parecería que la pandemia ha afectado la memoria de Felipe Burbano, pues en el artículo ‘El modelo guayaquileño’, nos critica por no “evaluar el modelo municipal a la luz de lo ocurrido con el coronavirus”. Así como el artículo de Roberto Aguilar, en el que se inspira Burbano, mereció respuestas no solo del Comité de Emergencia contra el coronavirus en Guayaquil, sino también de la Sra. Liliana Febres-Cordero, hija del expresidente y exalcalde León Febres-Cordero; la opinión de Felipe Burbano también merece ser glosada.
Las supuestas fallas del modelo radicarían según Felipe, en la estructura del liderazgo con la cual se configuró y funcionó. Critica ese estilo de liderazgo y autoridad muy personalizada que concentraron las figuras de los exalcaldes León Febres-Cordero y Jaime Nebot e infiere que esas son las razones –y no el centralismo absorbente que nos asfixia– del supuesto fracaso a medias del modelo, como lo deja entrever a propósito de la crisis sanitaria. El razonamiento de fondo consiste en saber cuáles son las competencias municipales. Estas son planificación territorial, tránsito y transporte urbano, obras públicas, recolección de basura, agua y alcantarillado, mercados, servicios comunales, bomberos, registros de la propiedad y mercantil, y nada más. Esas competencias y otras de yapa han sido plenamente ejercidas con el beneplácito de la inmensa mayoría de guayaquileños que han ratificado su apoyo al modelo en las urnas. Que no es una acción perfecta, sin duda, porque es obra humana. Recordemos que la ciudad fue una cloaca hasta 1992 y no es necesario insistir en la forma cómo el nuevo Guayaquil ha ido labrando su imparable desarrollo y progreso. Criticar el supuesto autoritarismo y un estilo de fuerte liderazgo es equivocado. La realidad es otra. Precisamente por la blandenguería y por la sequía de líderes, el Ecuador sufre hoy el fracaso de este remedo de democracia. No hay líderes con pocas excepciones que quisieran mojarse el poncho. Hace poco, en entrevista radial, el expresidente Osvaldo Hurtado calificaba como ‘páramo político’ al Ecuador por la falta de líderes que conduzcan al país por la ruta del progreso y bienestar. Resulta que ahora es criticable el fuerte liderazgo que es una de las razones que han permitido sacar a Guayaquil del hoyo profundo en el que se encontraba. Se entiende un liderazgo democrático y un ejercicio cabal de la autoridad que reprima bajo el marco de la ley, violaciones y excesos que cometan ciudadanos. No de otra manera se explica que en Guayaquil la simbiosis municipio-sector privado ha dado los resultados que la mayoría aplaude y que muy pocos critican quizá por desconocimiento, tal vez por prejuicios, o de pronto por añejas frustraciones. (O)
Xavier Neira Menéndez, economista, Guayaquil