Los ornitólogos son aquellos que se dedican al estudio de las aves; ‘pajareros aficionados’ es el término para llamar a los que no somos expertos en esta rama de la biología, pero igual nos emocionamos cada vez que vemos a estos seres alados. Mi amor por las aves surgió en el 2012 cuando empecé a guiar turistas en el Bosque Protector Cerro Blanco. Este lugar es un hotspot de aves, con más de 200 especies distintas en un lugar tan pequeño: es el paraíso, al igual que tantos otros rincones de nuestro país. Guiando, aprendí sobre las especies que ahí habitan y sus cantos, pero no entendía realmente cuál era todo el alboroto por parte de los amantes de las aves. Pensaba «¡qué locura!» cuando encontraba algún mamífero en el camino, como monos, osos perezosos o venados, y llena de emoción alertaba al resto del grupo, pero los pajareros preferían maravillarse viendo buitres.

En una ocasión, un reconocido ornitólogo extranjero me contaba cómo él encontraba un lugar abierto en una montaña, se acostaba y se cubría el cuerpo con pedazos de carne podrida o carroña, esperando a que se acercaran los buitres para observarlos de cerca y poder estudiarlos. Esta era mi referencia de lo que los ornitólogos o pajareros locos hacían para estudiar estos animales. Con el tiempo aprendí que no solo ellos estaban dispuestos a realizar hazañas bizarras para observar de cerca a los animales que aman, sino que todos los biólogos de campo hacen locuras para estudiar los animales de su interés y poder interactuar con ellos tan de cerca como sea posible. Me incluyo.

Propongo hacer una actividad muy sencilla –ser naturalistas como Charles Darwin– por un día. Antiguamente, ser un naturalista consistía en sentarse a observar detenidamente el comportamiento de algún animal y hacer dibujos, anotaciones, teorías, en fin, liberar el pensamiento para encontrar explicaciones que ayuden a comprender las leyes de la naturaleza. ¿Cómo ser naturalistas en estos tiempos de reclusión y distanciamiento social? Buscamos un lugar al aire libre, ya sea patio, jardín, balcón o una ventana, y nos sentamos a observar.

Haciendo esto desde mi casa, en plena urbe, logré contar hasta diez especies distintas de aves que visitan el patio diariamente, cada una con su horario y comportamiento particular. 6 a. m.: llegan las loras aratingas y se posan en el árbol de mango a comer y hacer mucho ruido cuando se pelean con las tangaras azuladas que buscan compartir alimento con ellas. 11 a. m.: aparecen colibríes a tomar néctar de las plantas. 4 p. m.: llega un mirlo ecuatoriano muy curioso y busca insectos entre las plantas. 5 p. m.: los tiránidos se posan en los cables de luz y prefieren ver todo desde ahí. Llega el atardecer, todas las aves se agrupan y vuelan a buscar refugio para pasar la noche, entonces se escuchan cantos y llamados fuertes.

Desde que sale el sol hasta que anochece, las aves realizan sus actividades cotidianas, al igual que nosotros, y nos permiten ser parte de sus vidas y asombrarnos de sus cantos, colores y comportamientos si estamos atentos.

La naturaleza comparte sus tesoros con quienes estén dispuestos a verlos y dejarse sorprender por ellos. (O)