“#ACTUALIZACIÓN/ Hace pocos minutos #FisclíaEc @PolicíaEcuador lograron la detención del prefecto del #Guayas Carlos Luis M., en una urbanización privada en la vía a #Samborondón. En este momento es trasladado a la Policía Judicial (noticia en desarrollo)”.

No se trata de un trino de una agencia de noticias. Tampoco de la exclusiva periodística –en tiempos pandémico inmediatistas de redes sociales–. El tuit era la forma antiética, abusiva, inconstitucional con la que la propia Fiscalía General del Estado informaba la detención del prefecto del Guayas, Carlos Luis Morales, y que firmaba y anunciaba, entre paréntesis, “noticia en desarrollo”.

Esta “agencia de noticias” estatal acompañaba además una fotografía “fuera de foco” de Morales dentro de un auto y con una mascarilla como último recurso no solo para evitar un contagio, sino el escarnio público al que lo exponían de forma consciente la Fiscalía y la Fiscal; la noticia y el noticiario; el hipócrita y la hipocresía de pretender mostrarse, además, como “periodistas responsables y fiscales” que “exponen pero esconden”, que “discriminan pero reivindican”, que transgreden pero “protegen el nombre y distorsionan la foto”.

No vengo a desplegar una defensa a favor de alguien que no conozco, sobre quien había indicios, acorralado por los “elementos de convicción de Salazar”, pero que constitucionalmente le asistía el derecho de presunción de inocencia, y que por razones político periodísticas era objeto de un juego perverso de primicia informativa desde el escritorio de un relacionista público morenista. La intención es reflexionar sobre esa tónica de escándalos mediatizados que el vértigo de la inmediatez nos pone, de cuando en cuando, a rasgarnos las vestiduras por el escándalo del día, indignarnos por el sospechoso de turno y aplaudir para la acción fiscal del minuto, aunque después nada de nada.

En los poco más de 25 años dedicado al trabajo en periodismo he visto desfilar muchas injusticias mediatizadas, originadas en la ignorancia y mala formación del reportero, mala fe personal o perversidad institucional. Hoy que ya no existen los filtros del rigor y la rigurosidad, de la verificación y confrontación, del principio garciamarquiano de que no es mejor periodismo el que informa primero sino el que lo hace mejor mejor, cualquiera puede ‘empapelar’ con solo un trino, un posteo o una actualización. Incluso Fiscalía y fiscal en cuentas oficiales.

Juego perverso para sostenerse en la ‘opinión pública’ creando esa imagen de implacables justicieros selectivos que no han podido aclarar los casos INA, arroz Moreno o dar con el o la repartidor/ra de hospitales. ¿O acaso no hemos visto desfilar por redes sociales una serie de detenciones, grilleteadas, allanamientos, decomisos y otras acciones que se han puesto a circular, institucionalmente, como “noticias en desarrollo”, pero que con la misma vertiginosidad con la que llegan y ensucian se van y olvidan? Hasta que un involucrado murió, y un extraño silencio se percibe en redes. Ojalá en silencio les esté atenazando la consciencia, con el peso perverso de cada “noticia en desarrollo”. (O)