El presidente Durán-Ballén hizo una visita oficial a la China, a la cual obviamente no pude concurrir siendo el vicepresidente de la República, pues tenía que encargarme de la función de la Presidencia.

En dicho viaje, el presidente chino recibió al presidente del Ecuador en audiencia privada, y solo pocas personas, como es lo usual en ese tipo de encuentros, asistieron al mismo. Entre ellos Luis Trujillo Bustamante, quien presidía la Federación de Cámaras de Comercio del Ecuador, quien me recordó hace pocos días que habiendo sido testigo presencial del diálogo, escuchó al presidente chino decir: “Somos una nación milenaria, por eso hemos hecho un plan de corto plazo para los próximos 50 años”.

Aborreciendo como aborrecemos la falta de libertades de ese país, condenando su política de derechos humanos, su oprobioso sistema político, y tantas fallas de su sistema, hay que reconocer que en lo económico han tenido un incuestionable éxito. Y el presidente chino le dijo al ecuatoriano esa frase que es tan grande lección: “Un programa de corto plazo para los próximos 50 años”.

Ahí está la clave para vencer la pobreza: un plan de largo aliento. Y para los chinos 50 años es “corto plazo”. La consistencia y rumbo fijo seguido por la China en lo económico ha sido admirable. Y es tan fuerte la adhesión a su plan, que lo sostienen a pesar de que en lo económico el modelo es aplastantemente antimarxista. Han producido un híbrido poderosísimo: un estado totalitario en lo político, y una economía abierta a la iniciativa privada y a la inversión, y al mecanismo de precios como modo de orientar la producción y el consumo.

Y en ese proceso no ha habido discurso demagógico alguno. Nada de magia, sino la receta que no falla: ahorro, inversión, producción, más ahorro más inversión más producción, y cientos de millones de personas salieron de la pobreza.

Volvamos al Ecuador de hoy. Estamos en la campaña electoral. Los candidatos cada vez aumentan. Los aspirantes a candidatos con casi más que la población de la misma China. Pero ese plan, esos objetivos nacionales no negociables, no están en la mesa. Y mientras más candidatos haya, y menos objetivos nacionales estén acordados, más mentiras y demagogia habrá. Más populismo. Más clientelismo.

Hago esta reflexión, porque en varias entrevistas que bondadosamente me han hecho en días pasados en varios medios se ha repetido esta pregunta: “¿Qué debemos hacer para no equivocarnos en las próximas elecciones?”, “¿Por qué hemos elegido tan mal tantas veces?”. Mi respuesta ha sido que mientras no se tengan los grandes objetivos nacionales claros y acordados seguiremos eligiendo mal, porque el proceso de elección estará infectado de demagogia y populismo, y el que diga la verdad, que es dolorosa, caerá frente al que prometa más, pero además, porque aunque sea el papa Francisco el presidente, no se puede gobernar si no hay esos grandes objetivos escritos en piedra.

Y recordaba en esas entrevistas dos hechos lamentables: en 1994 hicimos una consulta popular para abrir la posibilidad de que la seguridad social ya no sea un monopolio del Estado y que existan los fondos de capitalización individual. Los partidos políticos en forma demoníaca se opusieron, solo por la demagogia. Pero, además, habíamos eliminado el subsidio a los combustibles, y con una fórmula se fijaba el precio cada mes, en relación a los precios internacionales. Con determinación y responsabilidad habíamos desmontado esta lacra del Ecuador. Pues ¿qué hicieron los partidos políticos? Reclamar ante la corte la inconstitucionalidad de tal fórmula, y echarla abajo, con el discurso politiquero de siempre: que esa fórmula era un castigo al pueblo. Igual puede decirse de la irresponsabilidad de quienes en octubre pasado destruyeron Quito, paralizaron al Ecuador, e intentaron un golpe de Estado, argumentando con irracionalidad que no se debía desmontar el perverso sistema de subsidios.

Para la China, 50 años es un corto plazo. Para la politiquería ecuatoriana 15 días son una eternidad. Si los candidatos no se sientan todos, y acuerdan cosas como: solución real al problema de la seguridad social, hablando crudamente su realidad; desmontar los subsidios, sin subterfugios y engaños; hacer el listado de entidades, empresas, departamentos del Estado que deben desaparecer unos y reducirse otros sin temores ni recelos; replantear totalmente la legislación laboral, no pensando en prejuicios arcaicos sino en el futuro del país y de los desempleados; desmantelar el sistema de controles de tasas de interés, que absurdamente castiga la inversión y privilegia el consumo; eliminar la asfixia regulatoria que agobia a la producción; acabar con un Estado centralista absorbente; y todo esto entre los muchos otros temas que deben ser objetivos nacionales, entonces nos volveremos a equivocar, salga quien salga, porque un país no se construye sobre las ideas de un hombre, se construye sobre la unidad de propósitos y el alma de toda una nación.

Mientras eso no exista, acumularemos más y más frustraciones y la pobreza nos seguirá derrotando, más aún, cuando en el 2021, no habrá espacio para el más mínimo error. (O)