En su edición del lunes 13 pasado, EL UNIVERSO destaca la acción de muchas personas desinteresadas que han ayudado a otros a satisfacer un poco sus grandes carencias, sin esperar recompensas ni menciones. Es el lado luminoso de la condición humana. A veces parece que todo está hundido en un pantano pútrido, con tantos y tan variados casos de latrocinio y corrupción cometidos por personas que nada respetan y que en el colmo de su cicatería y desvergüenza se dedicaron a robarle al fisco obteniendo certificados de discapacidad. Estos son más corrompidos y culpables que esos otros a quienes la necesidad obliga a delinquir, aquellos que cometen el tan comentado hurto famélico. Pero estos, los falsificadores, actúan con plena conciencia. Igual como aquellos que envician y pervierten a adolescentes en sus negocios pornográficos. No solo primeros mandatarios, ministros y altos funcionarios, organizados para robarse dinero del Estado, sino también estos que han convertido a nuestro país en una celda oscura, hedionda, donde todas las deyecciones humanas encuentran lugar. La pandemia ha puesto de relieve a los indignos que muestran las llagas purulentas de sus delitos.

Así, asqueados y casi perdida la esperanza, se nos revela la existencia de otros seres humanos compasivos y ejemplares que trabajan para los demás. Personajes dignos de ser recordados con toda la gratitud de los pueblos: miles de personas que han puesto dinero y tiempo para ayudar y realizar las obras de la salvación: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de regalar una sonrisa, un gesto de amistad y amor. Dar su tiempo, sus talentos para organizar las ayudas, para llegar a sitios remotos donde están los olvidados, los más pobres, aquellos a quienes un vaso de agua, un plato de arroz con menestra, unos fideos con atún, un algo de comer, les proporciona alimentos para no perecer. Menciono solo unos pocos de estos héroes verdaderos de la solidaridad, cuyos nombres escribo mezclando agua lustral de gratitud con tintas indelebles; son los que se llaman Karla Morales, María Gloria Alarcón, Paúl Palacios, los Diakonía y miles de otras organizaciones de ayuda. ¡Benditos sean!

Lamento no escribir más nombres. Si EL UNIVERSO se disculpa por no poder mencionar a todos, usando ocho páginas, ¿cómo he de poder mencionarlos en el volandero comentario de este espacio?

No solo es el hecho de dar sin que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha. Es también el talento organizativo, disponer de manos que no se estorben unas a otras, de empacar los alimentos, de cargar los camiones y vehículos para la entrega, de hacer mapas para que todos reciban y que unos no se aprovechen para recibir el doble o el triple, dejando sin su parte a los más débiles, que ni siquiera tienen fuerza para decir: “Aquí estoy”.

Imagino un ejército con su logística, sus jefes y subjefes en una campaña contra el mal, contra un enemigo que cuando se apodera de su víctima va carcomiéndola y cuya victoria es la muerte.

No debemos ser ingratos. Tenemos que reconocer a quienes se han sacrificado por los demás, a quienes son la luz, la esperanza de los otros, los hermanos, el prójimo. (O)