Alguna vez se han preguntado ¿qué sucede dentro de un capullo de mariposa?, ¿por qué las orugas deben pasar por un cambio radical para convertirse en seres alados que parecen de cuentos de hadas?

En nuestro país habitan más del 25 % de todas las especies de mariposas del planeta y centenas de estas son endémicas. Entre las más llamativas están las mariposas búho, que tienen ojos pintados en las alas, y las morpho, con las alas de color azul eléctrico. Es increíble imaginarse cómo un ‘gusanito’ pueda convertirse en algo tan hermoso y sutil. Una oruga no se parece en lo más mínimo a una mariposa, sin embargo, dentro de ella –y desde su origen– existen unas células llamadas ‘discos imaginales’ que están latentes y son los planos a partir de los cuales las estructuras de la futura mariposa se van a formar. Estas células se convertirán en la cola, las patas, el rostro, las alas y demás adaptaciones que se necesitan para volar.

Cuando una oruga está lista para cambiar a su etapa adulta, empieza a tejer una envoltura o capullo a su alrededor y se retrae al interior, permaneciendo en absoluta quietud, confiando en que la dureza de su construcción será suficiente para mantenerla segura de peligros externos como el mal tiempo, posibles depredadores o escasez de comida. Una vez dentro, todas las partes del cuerpo de la oruga se disuelven, a excepción de los discos imaginales, y un par de días después, ya no existe la oruga: en su lugar está la mariposa que comienza a salir de su envoltura. A pesar de esta transformación, estudios de comportamiento han demostrado que la mariposa no olvida sus días como oruga. En su memoria ella retiene conocimientos y experiencias que acumuló antes de su metamorfosis. Este proceso tan brusco entre juveniles y adultos es la manera en que la naturaleza evita que la misma especie compita por recursos similares. Aunque son el mismo organismo ocupan distintos nichos y cumplen diferentes roles en su ambiente.

Durante su estadía en el capullo, pareciera que la oruga está dormida o que no está yendo a ningún lado, sin embargo, ella sabe que la quietud es necesaria mientras procesos radicales ocurren en su interior, y que pronto llegará su tiempo de emprender el vuelo e incluso recorrer grandes distancias, como la mariposa monarca que hace migraciones de más de 4000 kilómetros cada año.

Cualquier situación en la vida representa un vehículo de transformación, como pasar de niño a adolescente, de adolescente a adulto, cambiar de trabajo, de casa o de país. Inevitablemente, pasamos grandes y pequeñas metamorfosis en nuestra vida: situaciones que requieren que entremos a nuestro capullo y permanezcamos ahí por un rato, incluso si partes de nosotros deben desaparecer. La inteligencia de la naturaleza nos recuerda que si confiamos en el proceso podemos salir volando y más hermosos que antes. Una vez que se da la metamorfosis, la mariposa no puede volver a su envoltura ni revertir lo sucedido. Si la oruga luchara contra el proceso natural –como nos pasa a veces– y se rehusara a ir a su capullo, no saldría transformada en mariposa y jamás pudiera experimentar la libertad que conlleva alzar vuelo.

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A pesar de su transformación, estudios de comportamiento han demostrado que la mariposa no olvida sus días como oruga.